Sociedad
Lectura 3 - 5 minutos

Me dejaron plantado

TXT Daniel Zetina
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Hace unos años, como siempre, buscaba lugares para presentar mi obra y promover la lectura. Estaba por terminar la nueva edición de una novela, así que estaba entusiasmado. Justo esa semana me llamó el bibliotecario de una importante y grande escuela privada. Me invitó a vender en su feria del libro en unos 20 días, pero también a presentar alguna novedad mía, pues sabía de mi trabajo y le había gustado alguno de mis libros.

Le agradecí y le mandé mi información. Poco después se confirmaba la presentación de mi novela Óleo sobre ketamina en un auditorio con un público conformado por varios grupos de estudiantes de preparatoria, unos 200 tal vez. Ya antes había presentado un libro mío allá y todo había salido genial, así que pensaba en un éxito total.

Por esos días, terminé la edición de la novela y mandé imprimir unos ejemplares, pues pensaba garantizada una venta, que aunque fuera mínima, me alcanzaría para tres objetivos: a) dejar un buen sabor de boca y que me volvieran a invitar, b) tener varios lectores nuevos y seguidores en redes sociales, c) vender a la larga algunos otros de mis libros a esos lectores, como suelo hacer.

Al acercarse la fecha, confirmé mi participación y compartir mi novela con los estudiantes. Todo bien. Varios amigos libreros de acá de Querétaro me dijeron que asistirían y me comentaban con buenos deseos mi presentación.

Los libros llegaron unos días antes, hermosos como siempre, como cada producto que después de salir de mi mente llega materializado como libro a mis manos. Es algo que disfruto de una manera que no puedo explicar ahora, pero que quizás valdría la pena un día desarrollar, pues no es menor y tal vez pueda ser interesante para alguien.

Comenzó la feria, en lunes, para terminar el viernes. Mi participación sería el miércoles a medio día, pues ahí las clases solo eran por la mañana, cuando menos en prepa. Sí había muchos alumnos que llegaban cada día a sus clases y se veían sonrientes y entusiastas en sus pláticas en los recesos… pero no se acercaban mucho a las mesas de libros.

Yo llegaba muy temprano y me ponía a escribir en una lap top que podía conectar ahí mismo, lo que era una ventaja adicional. El lunes no hubo ventas.

El martes la cosa no cambió, pero me consolaba pensando en mi evento del miércoles y en la manera de comentar mi obra con los adolescentes que corrían por ahí. Además de escribir y no vender nada, leí algunos libros en esos dos días de la feria.

El miércoles llegué lo mismo muy temprano y el bibliotecario me indicó la hora exacta y el lugar de mi presentación, un auditorio amplio, bien iluminado y con buena acústica. Probé sonido y todo estaba en orden, incluidos los silloncitos azules en donde me sentaría para contestar las preguntas de los estudiantes, a quienes ya ansiaba conocer.

Poco después, el amigo me comentó que la presentación se aplazaría una hora. No pasa nada, pensé, pues aquí está el público. Una hora más tarde fueron por mí para entrar a auditorio. Coloqué mis libros en una mesa, la novela y alguno otro y respiré profundo como siempre hago. Luego me senté a esperar, mientras los organizadores de la feria, mi amigo y otra bibliotecaria iban por mi público. Pasaron muchos minutos de mi espera, así que consulté la hora y me di cuenta de que algo ya no estaba bien por ahí.

Casi 40 minutos más tarde volvió el bibliotecario, algo enfadado, y me comentó con pena que un directivo de la escuela había decidido, de último momento, prohibir que los alumnos bajaran a reunirse con nosotros y vivir una experiencia literaria, a pesar de las gestiones que para ello se había realizado en tiempo y forma semanas antes.

Yo no me enojé, sino que traté de solucionarlo. Pero incluso, el directivo en cuestión se negó a recibirme, diciendo que estaba ocupado y que podía atenderme una semana después. Ahora sí salí algo indignado, pero no grosero. Volví a mi puesto de no venta y recalculé… tenía que hacer algo para vender libros y recuperar la inversión que había hecho. Y ahí no se había vendido prácticamente nada.

Tomé mis cosas a la hora de la salida y me marché. Me despedí cortés del bibliotecario y le comenté que ya sería para otra ocasión. Y estoy seguro de que habrá una nueva chance de volver ahí, quizás hayan cambiado la directiva o simplemente pueda lograr entrar ahí y hacer lo que no puede hace un par de años. Cada tropiezo puede ser una nueva anécdota o aprendizaje. Abrazos.

Y recuerden que los espero el sábado 30 de noviembre en la Casona Spencer, a las 7:30 pm, para la presentación no de uno sino de 20 libros, míos. No sean gachos, no me dejen plantado.

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@DanieloZetina

 

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