Nadie levanta las cejas frente a oficios como tablajero o carpintero, ni por empleos como consultor o analista (lo que eso signifique), pero sí frente a los artistas. Y es que eso de ser artista en México, hoy, está muy visto, muy comentado y bastante prejuiciado.
Todos parecen tener una opinión. En primer lugar, las familias, que tratan de evitar que uno de sus miembros caiga en tal desgracia. Claro que las familias adineradas no hacen eso, porque, como me dijo un día un escritor rico y desconocido: “mi familia se dedica a los bienes raíces, de otro modo no podría dedicarme a mi pasión de escribir”. Los artistas ricos viven en paralelo y no son criticados. Puedo añadir que, por la reverencialidad clasista, son más bien admirados, por el solo hecho de no tener que trabajar para vivir, aunque su obra en sí sea basura.
Sí, los juicios en este tema son cosa de clase social. Digo, para quienes critican, para quienes reciben esa crítica y para quienes aún creen en la falsa teoría (o doctrina) de las clases sociales. Ya que me desvié, ejemplifico: en la Facultad de Humanidades había dos estudiantes destacados, uno pobrecito y el otro un hippie ricachón que llegaba en auto del año. Yo vendía libros allá y escuchaba todo en los pasillos. Ambos eran populares y tenían sus fans, pero algo era claro: la mayoría pensaba que el pobre se había equivocado de carrera y que el rico estaba perfecto ahí, que podía ser sublime porque no se preocupaba de nada.
Vuelvo a la abstracción. El optimismo es necesario, pero no se crea que como una motivación falsa o un engaño sutil. El optimismo como lo que es (busque ahora la definición en su diccionario de confianza). El optimismo como realidad, como veracidad de la realidad.
Ignoro si en otra actividad profesional haga falta, pero yo creo que en las artes sí es necesario. El optimismo es una variable posmoderna del humanismo. Y no se pongan pesimistas o realistas o criticones conmigo, por favor, que como artista solo argumento mis puntos de vista. Como ya sabemos, el optimismo es un juicio de la realidad, en cuyo extremo (idealista o alarmista) todo es perfecto. Seamos un poco más serios que eso: el optimismo en el arte es algo que permite ser, que alienta a crear.
Se dice que el artista crea más desde el dolor que desde el placer, lo confirmo. Pero eso tiene que ver más con los sentimientos que con la técnica. Quizás sufro mucho o siento demasiado el mundo, eso es cruel, pero para escribir, para que la literatura sea posible no puedo atenerme a dichos conceptos. Cuando la emoción se calma, vale la pena respirar profundo y afrontar la hoja en blanco con alguna sensación contraria, como puede ser la seriedad (más bien neutra) o una sonrisa (hacia la alegría), pero con la idea de que el arte es posible, de que se puede escribir, que se puede terminar de escribir lo que se pretende. Porque, además, se puede, y quizás se debe. Sí, creo que el escritor debe escribir, a pesar de sí mismo y sus ridículas circunstancias.
Muchos escritores no terminan sus obras, digamos que su productividad se ve limitada por sus líos personales. Mmm… Entonces, eso, el optimismo permite apoyar al escritor por encima de la persona que es, a concluir su libro. ¿Los autores deben ser animosos motivadores de sí mismos y de la sociedad? No lo sé, tal vez, aunque de ese modo igual se vería ridículo, como, insisto, ya se le ve.
No se piense que creo en el optimismo solo, de ninguna manera, no soy político ni trovador, más bien creo que hay que ser tanto optimista como prudente. Veo en este binomio un equilibrio, quizás también tonto o maniqueísta, pero viable y hasta deseable. Vivir solo del optimismo puede llevar al ser humano a éxito infinito (algo nunca deseable); mientras que alcanzar la vida prudencial es una utopía de la perfección del ser (irreal). Entonces, si juntamos tales extremos (dañinos per se en su individualidad) podremos tener un punto medio: optimismo y prudencia. Algo así como cierta tibieza, que no quema ni enfría, pero que permite escribir y dejarse de tonterías.
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