Me contaron un secreto que ha estado presente a lo largo de la humanidad. Es un secreto a medias porque muchos lo han escuchado pero lo ignoran; otros lo critican, otros no lo entienden; incluso hubo algunos que se atrevieron a modificarlo. Llegó a mis oídos con el canto de un colibrí. También lo escuché en las cuerdas de un violín, lo vi en la sonrisa de un niño, lo sentí en la caricia de una anciana y lo probé en un beso húmedo. Dicen que muchos lo han negado, les ha dado miedo y han tratado de apagar esa voz que viene del pasado, una voz que nos abraza en el presente y nos encontrará en el futuro. No hay montaña que nos esconda ni mar que nos aleje. Tarde o temprano nos encuentra de formas extrañas, la caricia de la anciana se transforma en una ola, la sonrisa del niño en un atardecer y el beso húmedo en un temblor donde la existencia misma se cuestiona.
Me encuentro en un absurdo, lo niego, me da miedo y decido correr. Por más que corro me encuentro siempre en un camino con millones de direcciones posibles. Cada una me lleva a diferentes lugares, a diferentes climas, a diferentes épocas. El camino que elija va acompañado de un mismo lugar en el que me angustia leer y no quiero leer. Trato de buscar otros caminos que no vengan acompañados de ese destino y por más que los busco no los encuentro. Veo como a mi alrededor toman sus precauciones para llegar a otros lugares y por diferentes caminos y sin embargo me aterra cuando veo que todos, absolutamente todos, vamos por diferentes caminos al mismo lugar: la muerte.
Aquí me interrumpe un suspiro y no porque la anhele; todo lo contrario. He querido huir de ella y sobre todo he querido que la gente que amo no la conozca. Lamentablemente eso ha sido inevitable. He tenido en mis manos la fortuna de recibir a la vida llena de promesas pero también he tenido a la muerte acompañada de sueños rotos. Me han dicho en secreto que todo está lleno de contrastes y es gracias a ellos que puedo distinguir. Es gracias al frío que puedo sentir el calor, al blanco que puedo ver el negro, a la soledad que puedo disfrutar al otro. Es gracias a la muerte que puedo amar la vida.
Me doy cuenta que todo se acaba, que todo terminará y que el camino que elijamos con prisa o sin prisa, con símbolos o sin símbolos, el ritual que llevemos con rezos o sin rezos nos terminará llevando al mismo lugar. Mi colibrí me dijo que de mí depende llevar una vida que contenga la posibilidad de estar consciente y poder reinventarme de múltiples formas, que hoy existo. Gracias a la mirada auténtica de Heidegger entendí que existo pero podría no existir. Existo porque emerjo, porque quiero ir más allá. Hoy me doy cuenta que la existencia es exclusiva de aquel que tiene consciencia, que se pregunta por el ser. Los animales son, las plantas son, las cosas son. El ser humano existe y se cuestiona por el ser mismo. Tengo entonces una mirada de asombro ante la vida. Eso me hace estar abierta a encontrar ese camino que me angustia. La angustia me hace moverme y me lleva a una vida de creación, de interpretación, de movimiento. Somos para la muerte, vamos hacia la muerte y cuando uno se atreve a escuchar el colibrí nos damos cuenta que estamos siendo parte de un todo, que somos el mundo.
Este secreto nos hace entender que no hay nada que cambie ese destino pero si hay mucho en mí para llegar a mi final. ¿Qué tipo de vida quiero llevar? Una vida dormida, gris, sin ser responsable de mis actos, señalando a los otros de mis errores y siendo víctima, o dejándome sorprender por toda su belleza, todo su misterio que hoy soy capaz de ver, escuchar, pensar, sentir y oler, sabiendo que no hay certezas. Mi Heidegger dice que es indispensable aceptar esa angustia, que está bien estar angustiados, ser vulnerables ante todo porque somos relacionales. Siempre estamos en relación con el mundo, nunca en aislamiento. Es nuestra experiencia lo que importa. El colibrí me cantó que los humanos no pueden ser capturados ni definidos, ni pueden protegerse de la decepción ni tener certezas, y que se tienen que saber vulnerables y finitos para poder dejarse maravillar por su canto. Darse cuenta que son incompletos y que siempre están en proceso de convertirse en algo, que van hacía algo y que los sentimientos y las ideas que tenían ayer y que tendrán mañana cambian porque emergen de posibilidades que van cambiando constantemente.
¡No hay manera de escapar!
Existir implica riesgos porque implica decisiones. Evitar la angustia tiene un precio y un precio alto: o nos ahogamos en ella o nos volvemos insensibles a la existencia e imposibilitados para vivir verdaderamente. El tiempo no es como lo pensamos: no hay pasado, no hay futuro. Me veo una con el mundo y entiendo que no estoy separada de absolutamente nada. Ese mundo no está aparte de mí. ¡Soy el mundo! Mi mente, mi alma y mi cuerpo se conectan con el canto, con la caricia, con la sonrisa, con la mirada, con el beso, con la ola, con el atardecer, con el temblor. La cuestión es cómo hemos de vivir para que esta vida, si se repite infinidad de veces, le digamos siempre: ¡sí! Cuando conectamos con la sonrisa del niño, la caricia de la anciana, el beso húmedo y el canto del colibrí entendemos que somos posibilidades aún no agotadas.