Como persona, vivo en el presente, con la mirada en el futuro en cierta medida, considero que es una forma de afrontar la realidad con asertividad. Por un lado, me mantiene alerta de lo que puedo hacer y por otro me permite disfrutar de cada día, o esa es la meta, la intención (aunque últimamente mi vida como la de tantos ha dado extraños tumbos o ha tenido fuertes sacudidas).
Esto que digo no creo que sea nuevo ni extraño para nadie. Solo soy un hombre de 41 años viviendo y buscando conseguir sus sueños, con la mayor tranquilidad, con trabajo y hasta con algo de optimismo.
Pero hay otro aspecto de mi vida que ve el tiempo de forma diferente. Como escritor, como creador de historias, busco en el pasado mucho de lo que quiero contar, mientras me pregunto: ¿por qué esta manía de voltear hacia atrás incesantemente? ¿Será la nostalgia la única forma de ser original? ¿La actualidad no es tan interesante para quedarnos escribiendo sobre ella?
Aquí las cosas se complican. Mientras el presente se descubre al momento y el futuro es lo que tú quieras o nada al mismo tiempo, el pasado lo tiene todo para ser algo, algo concreto, finito y que puede mirarse en perspectiva.
Pondré un ejemplo: yo, como tú, descubrí un día la amistad, en mi caso de quinto de primaria y 30 años después ya puedo hablar de ese amigo durante muchas páginas, porque lo conozco todo de esa historia y mis recuerdos me darían los detalles suficientes para argumentar cualquier trama, por extensa que fuera.
No podría ser igual con una amistad que conocí apenas, mucho menos de las que (si acaso) llegaré a tener algún día. El pasado tiene todos los datos de una historia y los detalles; incluso, el tiempo es en sí mismo algo que dramatiza cualquier historia. El tiempo y el pasado son elementos (o fenómenos) simbólicos para las personas, las sociedades, la vida. Recordemos que el tiempo no existe, solo su medida, pero eso basta, es suficiente para recordarnos a cada minuto que no podemos vivir sin él, sin mirarlo de reojo en el celular u otra pantalla.
Cuando me pongo a escribir, insisto, miro el pasado como una canasta repleta de anécdotas interesantes (incluso excitantes) por contar. Personalmente, honro mi pasado viviendo lo mejor que puedo cada día y he escrito ya por lo menos unas mil páginas de libro sobre mi pasado, al menos el que recuerdo, pero siempre hay un pero…
Hay historias escondidas en el pasado, u ocultas, o silenciadas, que cuesta mucho trabajo recordar, porque duelen quizás y traerlas al presente es complicado, porque pueden generar en el presente cierto descontrol, aunque también pueden ser benéficas, como sucede en la mayoría de los casos con algo así. Entonces, tal vez lo mejor es afrontarlas de forma directa e iniciar un viaje hasta el pasado para recuperar lo que sea que hayamos perdido ahí y que consideremos necesario y luego volver al tiempo de hoy a escribirlo, para luego quemarlo o publicarlo, ¿por qué no?, pero hacer que salga del oscuro mundo de la memoria y se disipe en la claridad del cielo actual.
No hay modo de hablar del ayer sin que se asome una lágrima, aunque sea difusa, por el retrovisor; por más que existan recuerdos célebres y clamorosos en nuestro pasado, quedan por ahí dudas, desconsuelos, tristezas o acaso solo una última herida abierta que no nos deja triunfar. ¿Te ha pasado algo así?
Saliendo del estado melancólico, me parece sublime poder viajar al pasado, por una vieja-nueva historia y poder volver al presente a escribirla, a hacerla vivir y morir al mismo tiempo, pues al estar escrita comenzará a ser un nuevo pasado yerto en este nuevo tiempo, para su eliminación. Parece alquimia. Ya veré cómo me va en esta nueva incursión y qué novela, libro de cuentos o poemas salen de ahí.
Por último, te invito a inscribirte a mi Taller de Cuento, los miércoles de 6 a 9, comenzando el 2 de septiembre. Informes: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.