Sociedad
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Los malditos eufemismos

TXT Daniel Zetina danielzetinaescritor@gmail.com
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¿Qué son? Una forma más suave, dulce, disimulada o falsa de decir algo incómodo, feo, ofensivo o (ahora) políticamente incorrecto. Digamos: decir algo que puede ser complicado, pero de forma menos agresiva o con menor grado de violencia. O pueden entenderse como una forma de ocultar la verdadera naturaleza de las palabras y confundir a los interlocutores, escuchas o lectores. Vamos a ver si los eufemismos confunden o si ayudan en algo, con la siguiente argumentación.

Existen casos leves, como en vez de abuela decir cabecita de algodón. Aquí no parece haber tanta discrepancia entre los conceptos, es decir de forma más linda algo que no es necesariamente desagradable (a menos de que una abuela, que ya es una persona mayor, sea tan susceptible y prefiera que no le digan así). Cambiar abuelita por cabecita de algodón también nos refiere a un detalle: el cabello canoso de la mujer y quizás su sabiduría.

Hay otros casos más extremos y aquí el meollo del asunto. Cuando yo era niño a la persona con obesidad se le llamaba gordo, a los viejos se les decía así, los muy flacos eran ñangos… Ahora les diríamos personas con sobrepeso (o llenitos, que es peor), adultos en plenitud (uno de los más horrendos), y esbeltos. También había idiotas, brutos, torpes, feos, chillones, tarugos, rengos, discapacitados, tullidos, bizcos… Que ahora son personas con capacidades intelectuales limitadas, poco inteligentes, despistados, de belleza diferente o exótica, sensibles, poco atentos, de pisada irregular, nuestros hermanos con capacidades diferentes, imposibilitados y con estrabismo evidente.

Desde mi punto de vista no debe haber palabras prohibidas (en todo caso, usos inadecuados), porque las palabras tienen un significado específico y al cambiarlas por otras (por interés político o estético) se erosiona el sentido de lo que pretende expresarse con ellas. Existen casos que no solo generan confusión, sino que pueden ser peligrosos, como cuando un reportero dice presunto responsable, en vez de inculpado o delincuente; o la parte afectada en vez de la víctima; o cuando se niegan a decir que alguien fue asesinada y solo dicen (incluso forzando la sintaxis) la persona hoy occisa, el cuerpo encontrado sin vida… Hay peores: la mujer que perdió la vida en su propia casa en lugar de el feminicidio; o la balacera que ocurrió en vez de el ataque armado en contra de; o personas en una situación económica complicada en vez de pobres.

¿Por qué se usan? Tengo una hipótesis: en México usamos (y abusamos de) los eufemismos porque tenemos miedo de enfrentar la realidad como es, por eso pretendemos suavizarla, aunque a veces no evitamos el espejo verbal y terminamos errando aún más, como en estos ejemplos (donde sale el tiro por la culata): “No le digas divorciada a tu tía, solo es una dejada”; “En la familia no hay histéricos, solo estamos uno poco loquitos”; “De ninguna manera soy alcohólico, solo soy un bebedor social”; “Los sacerdotes católicos no son pederastas, solo tienen tentaciones carnales”; entre otras opciones, todas patéticas y confusas.

Podríamos decir que lo opuesto al lenguaje infame (mal decir) es el lenguaje eufemio (el buen decir), pero ambas son dañinas para el lenguaje social.

¿Por qué no usar los eufemismos? Claro, tú puedes hacer lo que gustes, pero mi recomendación (y lo que suelo practicar) es decir las cosas por su nombre, para abonar en la claridad necesaria del lenguaje para comprender la realidad y relacionarnos con ella asertivamente.

Frases que no se comprenderían con eufemismos son: “O todos hijos o todo entenados”; “Ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón”, “Más sabe el diablo por viejo que por diablo”.

Repito: nada como llamarle a las cosas por su nombre, dejando de lado el ridículo lenguaje eufemístico, que nos hace tratar con pinzas y una exagerada e innecesaria delicadeza conceptos y personas para “no dañar sus sentimientos” o para “que nadie se sienta ofendido”, lo que definitivamente resulta pusilánime.

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