Sociedad
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La muñeca roja de cartón

El maestro alcanzó ese calificativo después de ser un buen discípulo.

TXT Francisco Moreno
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Quizá René nunca tuvo claro lo que sus manos harían, de niños nunca sabemos con certeza qué forjaremos, a veces ni cuando somos adultos. El viejo oficio de enseñar se repite una y otra vez, cadena de aprendizajes, faros que alumbran la inquietud vocacional y las habilidades innatas.

Crayones, lápices, carboncillo, paleta con círculos de colores que al contacto con el agua diluyen sobre el papel fantasías y juegos; plastilina y arcilla, pigmentos naturales que nacen de las plantas, de la tierra, espejos del cielo y luz del sol, la luna llena. René hace garabatos, contornos, líneas continuas y con el lápiz crea sombras que brotan del faldón que contonea su abuela. Los juguetes imaginarios con dos palitos y una piedra, carritos de madera, muñecos de trapo, canicas y caleidoscopios, lupas que agigantan los ojos de una mosca, el aguijón de una abeja; la tarde asoleada, el agua cristalina. De los miles de enseres con los que creció René decoró sus habitaciones imaginarias, dio vida a las siluetas y éstas se escondieron en sus lienzos. 

Observar sus obras es leer una historia, son páginas de lino y cartón, papel y cartulina. Protagonistas de escenas cotidianas, hogareñas, niños, mujeres de pelo lacio, ángeles con espadas sin filo, ex votos que agradecen, milagros recibidos. La pintura de René García Reyes, lúdica y grácil, esconde una pléyade de narraciones infantiles para aquellos que han dejado de lado la capacidad de asombro, la mirada inocente.

En el muro de una mujer con la soltura del viento y la mirada dulce descubrí a una niña con vestido anaranjado con puntos blancos, nos mira con miedo y me cuenta la historia de su muñeca roja de cartón. El juguete es su invitado y la sienta en una silla mexicana de palma. La niña me observa y sus mejillas se sonrojan pues sabe que me agrada, así, fugazmente la niña me sonrió, su diminuta boca creció y sus ojos brillaron, fui feliz. Ella, con su vestido de olán en el cuello, moño en sus coletas, calcetines blancos y zapatos negros está parada sobre baldosas verdes y blanquecinas; el fondo, cual estanque de agua dulce, matiza la escena.

La composición posee la virtud de quién conoce la luz, los contornos trastocan la proporción y no importa, pudiera parecer una obra infantil, y lo es, pero no por las manos que la crearon, pues él busca expresar la inocencia a través del color. El pintor hechizó mi atención, y al saber sobre él me intrigó, recordé cuánta belleza tenemos, cuántos pintores poseen la magia de narrar una historia con sus pinceles, esas que se esconden en los pueblos como Jojutla, albergue de ilusiones de este maravilloso país.

Imposible referir a aquellos artistas conocidos que han realizado este género de obras. No pude evitar rememorar a María Izquierdo, Antonio M. Ruiz o Abel Quezada. Qué importa, quizá René García Reyes prefiere pintar a solas sus historias, para mí es un maravilloso cuenta cuentos que narra con sus obras lo que miran sus ojos.

La obra tiene la cualidad de la mesura, René ama enseñar, pinta la candidez, la inocencia, lo que siente. En las inesperadas enseñanzas que mamá, papá o los amigos abonaron en su vida, René soñaba despierto, dejaba embelesar su mirada por el entorno, para él era, y es, un goce pintar, y de la misma forma que aprendió de sus maestros, honra las tradiciones y descubre en los otros sus habilidades.♦

 


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