Sociedad
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El escritor y la religión

TXT Daniel Zetina danielzetinaescritor@gmail.com
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Me parece paradójico (hasta contradictorio) decirse artista y profesar una religión, ese opio del que ha fumado el pueblo durante siglos. Por otro lado, como artista, mi espiritualidad es importante cada día.

Analicemos este asunto, que tantos dolores de cabeza ha dado:

En primer lugar, un artista (para mí) debe buscar la libertad, en especial la más interna, de donde vienen la paz y la armonía… Y me parece que seguir un credo, un rito y a una comunidad religiosa en exactamente todo lo contrario a la libertad personal, entendida, además, como responsabilidad (porque quien se escuda en la iglesia, se protege sobre todo de la responsabilidad de sí mismo y corre el peligro de convertirse en un ser más, sin originalidad ni gloria).

Muchas cosas roban la libertad de los fieles en una religión (cualquiera que sea la denominación), pero en especial me gustaría ser enfático en el dogma, un concepto que la mayoría de las veces los devotos ignoran. El dogma puede definirse así: “creer sin juzgar”. Según la Real Academia de la Lengua Española, se trata de un “principio innegable”, de algo “indiscutible”. Definitivamente horrible tal concepto. ¿Podría un artista libre leer, acatar y propagar algo sin juzgarlo cuando su tarea es precisamente cuestionar, analizar, criticar y proponer cosas nuevas para lo que no sirve bien en la sociedad? No, no, no, nunca.

Otro asunto peliagudo es que las religiones tienen líderes amorfos y peligrosos, generalmente señores maduros, célibes, pervertidos y que se visten de forma extraña. A lo largo de las últimas décadas, en los medios hemos visto casos como el de los Legionarios de Cristo; también conocemos recién del juicio contra Naasón Joaquín García, inculpado en Estados Unidos de América por el mismo tema. Pero también hay cultos como Heaven's Gate, que logró el suicidio de una buena parte de sus seguidores, ya no digamos la secta del pastor que asesinó a cientos de sus fieles en Jonestown.

¿Por qué los líderes carismáticos terminan algunas veces siendo los malos de la película? Porque hay un grupo de gente que les da poder, al permitirles guiar sus caminos, asesorar sus decisiones, manipular sus mentes… y todo por una módica (y a veces no tan pequeña) cuota llamada limosna o diezmo, para acabarla de amolar.

Yo soy creyente, muy a mi modo, tengo una espiritualidad que intento cultivar lo mejor posible, con acciones concretas, meditación, reflexión, amor. Pero no es necesario que ande por ahí pregonando lo que creo en ese sentido, mucho menos reunir a varios a mi alrededor para hacerlo juntos. Aunque… sé bien que podría convertir mi fe en un negocio, cambiar mis ideas o ideales por dinero, a cambio de la salvación de las almas de algunos ilusos.

Una comunidad religiosa es respetable en cada uno de sus individuos, pero es igual muy cuestionable como entidad. ¿Qué propósitos, celestiales y mundanos, persigue cualquier culto? ¿Es indispensable que exista una iglesia mantenida por el mismo pueblo para que la religiosidad de cada persona aflore de forma óptima? No lo creo.

Quizás podría citar la idea del superhombre del filósofo Nietzsche o hablar de la más elevada resiliencia social para apoyar mi hipótesis de que las religiones son innecesarias y parasitarias, pero basta que enfatice en lo siguiente: el ser humano es libre y es preferible que defienda su libertad, algo tan preciado por las religiones que a la primera se las arrebatan. Además, el humano es independiente, mientras más libre, más poderoso y útil es a la sociedad, lo que se pierde si se convierte en una oveja más de los pastores de almas.

Esta es mi postura frente a si un escritor debe tener religión. Bueno, cualquier persona, ya les digo. Por fortuna, cada vez somos menos mexicanos pertenecientes a una religión en específico, como lo demuestra el último Censo de Población y Vivienda 2020. ¿Usted qué opina al respecto?

Por cierto que aquí se cumplen ochenta entregas de esta columna Un escritor en problemas, gracias a La Unión de Morelos, a Óscar Davis y a mis lectores, los abrazo a la distancia.

 

 

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