Todo empezó hace miles de años, seguro quien los inventó pensó en hacer la vida más cómoda, al menos eso creo. El caso es que su uso es un acto tan cotidiano y común que pasa inadvertido. Para mí es una obligación involuntaria.
Me explico. Su forma responde al uso que les damos, los hay profundos como cascos invertidos, otros semi hondos, algunos planos como hojas de acuyo, hay grandes y extendidos cual ojos de buey y, también existen algunos pequeños e inservibles, les gusta ser la base de bacinicas de porcelana y recibir postres. Luego están aquellos metálicos, son como una extensión del cuerpo, tienen cuatro, dos y tres picos; otros sirven para contener líquidos, de medidas grandes, medianas y pequeñas; y tenemos los que cortan, son filosos y con dientes. En ese recuento están formados los que usamos para beber agua, cerveza, leche, vino, atole, tequila, tepache y champurrado, en fin, son los que contienen aquello que se desparrama. Finalmente existen todos los que utilizamos para preparar lo que comemos más rápido que el tiempo que los usamos, sus medidas, formas, materiales y volúmenes son muy variados.
Todo este conjunto de elementos se guarda en arcones verticales, cajones y vitrinas; pero el meollo es cuando te metes con ellos. Hay quienes después de usarlos los lava y guarda inmediatamente, nunca hay alguno en la tarja donde se bañan, son los obsesivos; hay quienes ni saben lavarlos, tienen quien se encargue de ellos y hasta hay máquinas que los bañan automáticamente; hay quienes ordenada y sumisamente los lava sin congoja alguna, hacen de esa rutina algo inevitable.
En mi caso son una afrenta contra el tiempo, me ocupan desde la mañana hasta la noche. Cuando trato con ellos inicia una batalla que siempre ganan: los trastes. No sé quién carambas los inventó, pero son tan inútiles como los zapatos y los calzones, podríamos andar siempre descalzos y a rais. Esta guerra pasa porque los utilizo según me place, uno a uno se multiplica, son como conejos; un tenedor se usa y aparece otro, y otro más, son mis favoritos; a los cuchillos les tengo respeto, me he cortado con ellos pero me seducen, atraen mi parte sadomasoquista; las cucharas son las menos, solo para la sopa y los caldos, alguna vez quise hacerle de Uri Geller pero nunca pude.
Cuando me meto a la cocina el orden impera, cuando laabandono parece que arrasó un tsunami, éste deja a su paso vestigios de comida, servilletas de papel y sobrantes orgánicos.
Total, tanto rollo para decirles que no me gusta lavar los trastes, deberíamos tener métodos más prácticos, usar las manos, los dedos y la boca. Comer los alimentos crudos, a ras de la tierra, beber del pozo o la manguera, tomar café en la misma taza siempre, la más bonita, seguro tendría una pátina exquisita. Por lo pronto he decidido darles un mejor uso, los platos soperos serán macetas, los utensilios enderezarán enredaderas y haré una escultura; con las ollas, sartenes y demás piezas crearé instalaciones para venderlas en subastas, quizá hasta salga de pobre.
El resto los empotraré en los muros externos de mi casa, sobre todo la talavera; y los fragmentos de aquellos que se rompan los pegaré en las paredes del baño, haré de él un suculento espacio, acogedor y colorido. Eso es todo, he dicho.
*Escritor / Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.