Entre la espesura del barro formado bajo la lluvia se asoma un torso mediano con un brazo desgarrado, apenas unido por hilillos de carne, mientras un perro juguetea con lo que parece ser la cabeza del cuerpo desmembrado.
Para llegar hasta la escena del crimen, Hugo Lima, reportero del Catalejo, tiene que atravesar una barranca en la que pocos minutos después se forma un riachuelo cuyo olor a caño y aguas fecales se esparce por las casuchas del barrio del Ahuehuete. Las gotas golpean incesantes sobre los tejados de lámina, que parecen a punto de ser arrancados por el empuje del viento, y se preludia la inundación típica de cada tormenta en aquel vecindario olvidado.
El can corre saltando entre los charquillos teñidos de sangre, sujetando con un colmillo las sienes de la cabeza, mientras el Tejón -seudónimo con el que Lima siempre firma sus artículos- fantasea con un titular en la primera página del periódico, y Lauro Molini, vestido con su uniforme de policía auxiliar, se abre paso entre el estruendo de relámpagos que iluminan el manto de lluvia, lanza una piedra que atina en el estomago del esquelético perro que suelta un largo gemido y huye chillando frenéticamente. Molini corre hacia la cabeza entre el lodazal para confirmar si este caso forma parte de la serie de asesinatos cometidos con el mismo modus operandi, a dos años de que empezó la pandemia.
Limpia la sangre del rostro de un joven con los párpados abiertos y los ojos en blanco, de entre unos 20 y 21 años de edad, y confirma que en el paladar está incrustada la insignia brillante con el símbolo del ouróboros, una serpiente enroscada sobre sí misma.
“Con este ya van cuatro y ... este símbolo, ¿ya sabes qué significa, Hugo?”
“Sólo lo he visto en la portada de un libro de Eliphas Lévi, y creo que está relacionado con magia y ocultismo, pero ¿crees que los asesinatos tengan que ver con algo sectario?”
“Lo que sí es seguro es que, con esto, los del ayuntamiento cumplirán su amenaza de limpiar el barrio y mandar a esta gente del otro lado de la cerca porque, según ellos, los pobres y comerciantes informales tienen la culpa de la expansión de la enfermedad”, dice Lauro.
Aún no hay información oficial sobre si los crímenes son perpetrados como un ajuste de cuentas entre miembros del crimen organizado, si son cometidos por un asesino serial o por integrantes de un culto, pero de lo que sí se habla en redes sociales es que posiblemente se trate del resultado de la paranoia colectiva que generó el encierro prolongado, la suspensión de actividades y la pobreza devenida del cierre de negocios, aunado al orangután embravecido que privó de la vida a dos jóvenes y un adulto en una cafetería, tras escapar del parque estatal.
Hugo Lima sabe que no tiene las palabras justas para describir el horror de esta escena de matadero, pero cuenta con que los testimonios aclaren la trama y pueda averiguar el nombre del occiso.
“Es Toño, el hijo de Eulalia.”
El nombre provino del galimatías en que se enredaron los vecinos, que daban cuenta de pequeños indicios sobre la vida del joven: trabajaba en la tienda de abarrotes de su papá por las mañanas y por las tardes se iba a sus clases en el centro. Hace más de una semana que no sabía de él y decían que le habían dado un botellazo en la cabeza y que se lo habían llevado en una camioneta blanca, rumbo a la avenida Morelos.
Su madre se enfermó y sus demás familiares dejaron de buscarlo porque también decían que estaba metido en problemas de drogas, que traía un collar muy raro que un vecino de La Loma le había dado, al cual le ponía hasta agua y una veladora, y que desde entonces no había vuelto.
Hugo ve y escucha todo como si estuviera dentro de una ficción que se sobrepone a una realidad de la que todos prefieren huir, el miedo y la insensibilización, la indiferencia de algunos hombres y mujeres que rodean los despojos de Toño, mientras los vecinos continúan sus quehaceres cotidianos.
¿Acaso él hace algo diferente? Había pensado en todo el reconocimiento que podría obtener por publicar esta noticia y en que por fin le ofrecerían un contrato y, con ello, un sueldo seguro con que pagar la deuda del alquiler y los servicios, y se siente el perro hambriento aullando a la ciudad, que se ha vuelto a convertir en un lugar de tinieblas y la epidemia no es lo único que devora como una bestia hambrienta a sus habitantes.
Continuará