Uno de los primeros representantes del modernismo, autor de la obra citada y creador de su propio método para llegar a lo divino, fue Nicolás de Cusa (1401-1464), quien habría de abstraer de tal modo la idea de Dios que tuvo secuelas en grandes autores posteriores como Giordano Bruno (1548-1600).
Para el cusano, la humanidad no tiene más remedio y milagro a su vez que pensar en la divinidad a partir de su ignorancia; es decir, que por más que las personas encuentren talento, estudien o se capaciten en el conocimiento no podrán hacer otra cosa que hablar de su ignorancia de una forma docta, de un modo elocuente, brillante, lleno de información, pero contemplando siempre el límite que el saber de la especie tiene.
La ignorancia a la que se refiere el teólogo, filósofo, matemático y geómetra es esa racionalidad (internalización-conjetura) que por natura ya es sagrada y que tendrá llegar a su “perfección” aceptando que no conoce, que lo poco que sabe supone todavía mayor duda (Sócrates 470 a. C. ib., 399 a. C.), que lo mejor que puede hacer un sujeto es llegar a encontrar “el máximo absoluto” (Unum) en lo que ignora, en todo aquello que se oculta a los sentidos (sensualidad), en ese aspecto que el pensamiento tiene cuando llega a su silencio y da inicio al entender universal que no cesa de tener movimiento.
Reconocer en el filósofo una reconceptualización genial sobre lo que comprendía por misticismo implica que a pesar de nuestra ceguera natural, el mismo hecho de tener apetito por “ignorar” (conocer hasta sus últimas consecuencias) es ya el acceso a la infinitud sagrada a partir de nuestra finitud pensante.