Este 18 de marzo se conmemora un año más de la famosa Expropiación Petrolera en México, ¿pero en qué radicó su importancia para el país durante gran parte del siglo XX y de lo que llevamos de este siglo para la economía mexicana, que se tambalea en estos tiempos de Trump?
Quizás, con el tiempo, la fecha del 18 de marzo ha ido pasando al olvido, sin embargo, la Expropiación Petrolera representó un hecho histórico, político, económico y jurídico de gran trascendencia para el país, tanto que no podría explicarse el México postrevolucionario sin dicho acontecimiento.
A finales del siglo XIX, la industria petrolera estaba en manos de empresas extranjeras, principalmente estadounidenses e inglesas, recordando que eran tiempos del Porfiriato donde hubo un crecimiento económico importante, así como una estabilidad política; sin embargo, no hubo desarrollo social y los recursos naturales eran explotados por el extranjero. En 1910 estalló la Revolución Mexicana, y en 1917 se configuró una nueva Constitución Política donde se insertaron derechos sociales y consignas nacionalistas. De tal manera que se estableció a nivel constitucional en los artículos 27 y 28 la propiedad originaria de la nación y que le correspondía el dominio directo del petróleo y todos los hidrocarburos, pero la realidad era otra, ya que la explotación petrolífera continuó en manos de particulares extranjeros con los gobiernos de Venustiano Carranza, Álvaro Obregón y el maximato de Plutarco Elías Calles, aunque éste último intentó echar atrás los derechos adquiridos de los particulares extranjeros, pero no fructiferó. El petróleo mexicano servía para abastecer al mercado estadounidense y europeo, y no así para el desarrollo interno del país.
Tuvo que llegar el gobierno de Lázaro Cárdenas para cambiar las cosas, pero ¿cómo se dio la nacionalización del petróleo? No se trató tampoco de la noche a la mañana, sino que acontecieron factores internacionales para que el Estado mexicano tuviera la oportunidad de ello: la Primera y Segunda Guerra Mundial, el surgimiento del bloque socialista y el Plan Quinquenal de la URSS, la Gran Depresión de 1929 y el New Deal. Por su parte, en el plano nacional, Cárdenas reconfiguró al Partido Nacional Revolucionario, por el Partido de la Revolución Mexicana (hoy PRI), instituyendo el corporativismo en México y con ello el sindicalismo con la Confederación de Trabajadores Mexicanos (CTM). En 1936 se conforma el Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana y se publicó la Ley de Expropiación.
El sindicato en comento demandó la celebración de un contrato colectivo con las empresas petroleras, pero no se llegó a ningún acuerdo, yéndose a huelga los trabajadores en 1937. El conflicto lo atendió la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje, emitiendo un laudo a favor de los trabajadores donde las empresas debían pagar un incremento salarial de hasta 26 millones de pesos. La parte patronal extranjera interpuso un juicio de amparo en contra del laudo, negando la Suprema Corte de Justicia el amparo y, por ende, confirmó el laudo, pero las empresas no acataron el resolutivo.
Ante este panorama conflictivo, Lázaro Cárdenas vio la oportunidad de hacer valer el principio constitucional de que la nación mexicana ejerciera el dominio del hidrocarburo. Por lo que el 18 de marzo de 1938 emitió el decreto para expropiar los bienes de la industria petrolera, pero aún seguía latente que regresaran las compañías a revertir la situación, por ello, antes que terminara el mandato de Cárdenas, se reformó en 1940 el sexto párrafo del artículo 27 constitucional para que tratándose del petróleo y de los hidrocarburos sólidos, líquidos y gaseosos, no se otorgarían concesiones, y el Estado mexicano tendría la facultad exclusiva de la explotación y exploración del petróleo, siendo dicha industria de utilidad pública.
Con ello, el proyecto nacional fue que se abasteciera el combustible a muy bajos costos para el mercado interno y así desarrollar la industria, dejando en un segundo plano la exportación. Cabe mencionar que con la entrada de Estados Unidos a la Segunda Guerra Mundial, México abasteció el mercado estadounidense, consolidándose poco a poco en la venta internacional. Es así como se fue impulsando la industrialización nacional. Además, con el paso del tiempo, los ingresos generados por la explotación del petróleo y su venta a mercados foráneos le generó al gobierno mexicano millonarios ingresos, que permitieron financiar proyectos públicos. El país iba creciendo económicamente de manera agigantada, tanto que destacó en el plano internacional, teniendo así eventos deportivos de talla internacional que solo podían albergar países desarrollados, como la Olimpiada de 1968 y el Mundial de Futbol de 1970. Se llegó a hablar del milagro mexicano.
México petrolizó su economía, y esto ocasionaría que dependiera en gran parte de los ingresos por la renta petrolera, pero los tiempos iban cambiando y, además, las presiones internacionales para que empresas trasnacionales se beneficiaran del oro negro mexicano estaban siempre latentes. El México que hoy conocemos en cuanto a su industrialización, su desarrollo urbanístico y su fuerza económica es gracias -en mucha medida- al ser un país productor de petróleo, sin embargo, su política económica debe ir viendo nuevos horizontes y no depender tanto de uno, dos o tres rubros para su sostenimiento, es decir, no estar a expensas tanto del petróleo, que es un recurso no renovable, ni tampoco de las remesas de los mexicanos en Estados Unidos, y menos ahora del vecino del norte como principal socio comercial, pues la política actual de Donald Trump pone a tambalear a la mexicana. Tan es así que el Banco de México pronóstico un crecimiento del PIB de 0.6% para este 2025, entonces, sin crecimiento económico no puede haber política de bienestar, pues ésta no solo se traduce en discursos y programas sociales a diestra y siniestra. México tiene capacidad para crecer en muchos aspectos, solo son necesarias políticas públicas bien sustentadas y no ocurrencias partidistas.
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