Los traumas del 68 y del 71 han hecho que cualquier intento de frenar una demostración o tratar de evitar vandalismos sea considerado como políticamente incorrecto. Y esto se ha vuelto una forma de actuar del sistema, lo que tiene sus riesgos como lo vimos en su momento en el Estado de Michoacán que entró en un proceso verdaderamente anarquizante.
Los estudiantes en Michoacán iniciaron su movimiento en contra de lo que ellos consideran como decisiones arbitrarias, se opusieron a una reforma curricular que implantaba dos cosas que son necesarias para la modernidad, la computación y el uso del idioma inglés que a querer o no se ha vuelto el idioma universal. Como una medida de presión los estudiantes y algunos maestros tomaron las instalaciones de la universidad, empezaron a secuestrar vehículos e inclusive a incendiar algunos de ellos y el estado se convirtió en un estado de verdadera revolución. La alternativa era hacer lo correcto y evitar la anarquía del estado y por otro lado romper con los tabús que se iniciaron en una época en que el uso de “ganar la calle” y hacer una expresión pública de su descontento era necesaria. Pero en esos momentos el tema que los lleva con la confrontación con la autoridad es realmente un tanto caprichoso y un tanto fuera de la realidad.
La reforma propuesta no era ni radical ni mucho menos caprichosa, se trataba de un ligero cambio hacia la modernidad. No es necesario ir muy lejos, estamos viendo que en países que estuvieron aislados por mucho tiempo, el uso de la computación y del idioma inglés ha sido impulsado por las mismas autoridades que aún siguiendo su línea de autoritarismo consideran que tienen que integrarse al proceso de globalización. El tratar de evitar la modernidad no deja de ser un tanto quijotesco y además peligroso tanto para la sociedad como para las mismas instituciones.
Las universidades y las escuelas normales requieren de tiempo en tiempo cambiar sus objetivos curriculares. Lo que era verdad en el siglo XIX como camino al éxito profesional, ha dejado de serlo en el siglo XX y lo que era indispensable en los años veintes dejo de serlo en los años cuarentas y así sucesivamente. La evolución de los aspectos curriculares en la educación no pueden estar sujetos a un populismo mal entendido que lo único que hace es marginar del empleo a las próximas generaciones.
Cuando las situaciones llegan a sus límites es necesario actuar. Por eso el Secretario de Educación Pública José Ángel Córdova Villalobos afirmó que: “no cederá a los chantajes de alumnos de las escuelas normales de Michoacán, por lo que la reforma curricular no tiene marcha atrás y menos cuando existen argumentos válidos para exponerse.” Esto sonaba razonable y hasta le daba autoridad moral al Secretario, pero luego dobló las manos y retiró el cambio curricular, hizo lo “políticamente correcto”. Lo chusco del caso es que esos estudiantes después demandaban que se les dotara de I Pads.
Ahora vemos otro problema estudiantil en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, creada durante la administración de Andrés Manuel López Obrador y continuada durante la administración de Marcelo Ebrard. Esta es una institución que debe ser revisada a fondo. Tiene 18,000 estudiantes, un gasto de 856 millones de pesos al año y en once años ha titulado 40 estudiantes. Esta es una eficiencia terminal bajísima, probablemente una de las más bajas del mundo. La Educación Superior tiene que evaluarse periódicamente, en la actualidad se ha sugerido por expertos que los apoyos universitarios ya no sean basados en el número de alumnos, sino en su eficiencia terminal, por los altos costos que tiene.
Es bueno pensar que los movimientos tienen un proceso y cuando se llega al límite hay necesidad de implementar cambios que vengan a regresarlos a su cauce real. Es difícil aceptar que un problema curricular sea el detonante de un caos social, no es posible justificar vandalismos por un cambio de plan de estudios. La realidad es otra, se utiliza como pretexto para hacer presión política, solamente hay que ver a los actores principales para darse cuenta que se trata de un problema político entre personajes, partidos políticos y secciones sindicales. La verdad es que utilizan a los estudiantes como detonadores de un movimiento anarquizante con otros fines, obviamente no educativos. Este ha sido el caso de Ayotzinapa, Los estudiantes michoacanos y ahora de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Alguien tendrá que evaluar la educación superior en nuestro país y depurar las instituciones.