¡Click; click!
–¡Pero huele de a madres a mariguana! –Insistió el oficial abriendo desmesuradamente los ojos.
–¡Bájate! –ordenó al paciente.
¡Click; click!
El hombre, de 36 años, de nombre Rolando –según el paramédico- apenas y pudo descender con ayuda del paramédico.
¡Click; click!
Dos agentes más llegaron en sus motos y se estacionaron sobre la calle General Mariano Matamoros esquina con General Mariano Arizta, en el centro de Cuernavaca.
–Y ¿tú qué onda? Vienes pacheco o nomás pedo? –Preguntó el oficial a Rolando, mientras éste movía las manos, pero las palabras se le atoraban entre la lengua y los dientes.
¡Click; click!
–A las 9:45 nos reportaron que un hombre estaba tirado en esta esquina, que se veía mal. Nosotros andábamos cerca y acudimos. Junto a él estaban dos señoritas asustadas, pensaron que se estaba convulsionando pero no, no se podía levantar. Está borracho y deshidratado. Ya lo estabilizamos. –explicó el paramédico.
¡Click; click!
El uniformado -aproximadamente de 1.80 de estatura, tez blanca- levantaba, perruno, la nariz, tratando de atrapar en el espacio de cuatro metros cuadrados aquel tan familiar olor que le subía al nivel de las cejas hasta el surco nasopalpebral; y más abajo, al nasogeniano, hasta llegar a las narinas, donde se incorporaba al surco nasolabial, encima de la cavidad nasal, y después pasaba al bulbo olfatorio y brincaba al epitelio o mucosa olfativa cubierta con receptores quimioactivos…
–¡Pues aquí sigue oliendo a mariguana! –repetía.
–Sí, huele a hierba –dijo el segundo policía motorizado.
–A ver –terció el otro y cerrando los ojos respiró hondo como si abriera de par en par una casa o sus pulmones.
–¡Ah, cabrón! Sí es mota!
¡Click; click! ¡Click; click! ¡Click; click!
–¡La cara no, carnal; la cara no, ya ves que luego la hacen de pedos! –dijo el guardián del orden al fotorreportero que por casualidad había pasado por ahí.
¡Click; click! ¡Click; click! ¡Click; click!
–¡A ver cabrón, vente pa’cá. Ponte ahí en la pared. No así no, con las palmas de las manos sobre la pared y las piernas abiertas. Así.
¡Click; click! ¡Click; click! ¡Click; click!
El policía alto puso la pierna en medio de las extremidades inferiores a Rolando, que nomás obedecía y cerraba los ojos.
¡Click; click!
El agente revisó las bolsas de la camisa del ebrio y su cintura, para descartar que estuviera armado. Las bolsas del pantalón del beodo estaban fuera, parecían lenguas de vaca cayendo sobre las piernas.
¡Click; click!
Cuando el oficial llegó a las piernas y levantó el pantalón a la rodilla, se dio cuenta que Rolando tenía un tatuaje grande en la extremidad inferior izquierda.
–¡Iren este cabrón. Rayado!
Los dos oficiales se acercaron a ver el tatuaje.
¡Click; click! ¡Click; click! ¡Click; click!
–Está limpio este cabrón. Pero sigue oliendo a mota!, insistió el policía alto después de que cateó a Rolando y no le encontró ni peso.
¡Click!
Los policías se quedaron viendo entre ellos. Si el borracho no era el que llevaba el enervante, ¿alguno de ellos le habría quemado las pestañas al chamuco antes de salir a trabajar o durante el camino?
¡Click; click! ¡Click!
El fotógrafo se alejó, llevándose oculto su aroma a patchouli, un extracto de Pogostemon cablin que, de acuerdo a la medicina tradicional, es también afrodisiaco: activa las relaciones amorosas, acelerando las vibraciones corporales, despierta la líbido, provocando excitación sexual y predispone el placer, aumenta las fantasías románticas… Los especialistas, aseguran que el patchouli disfraza con facilidad otros olores, por ejemplo el de un cadáver durante la guerra de Vietnam o el de la marihuana en la época de los hippies.