Algo es fundamental no perder de vista: cómo y con qué se ganan las elecciones. “Los retratos” como los profesionales de la medición llaman al número que arrojan las encuestas cotidianas, si bien no es una ciencia exacta tampoco tenemos que creerle a pie juntillas. Algunas se han ganado el respeto porque el “Día D” está cerquísima de la realidad y otras a fuerza de encontrarlas en las pantallas de televisión y en las páginas de los periódicos. Eran 14 puntos en una y de ahí partimos, otra marca ocho la diferencia entre PRI y PRD—Morena y Anexas. Si así es, vaya preocupación la pérdida de tanto puntaje en, prácticamente, 10 días. Como para que prendan los focos rojos.
Sin embargo, por esos lares hace tres años sucedían cosas parecidas a las que hoy vivimos: una encuesta en Cuernavaca y los acuerdos:
Con el PRI para que se conociera tal cual previo pago de 150 mil pesos.
Con el PAN una sola condición: que no pasara los cinco puntos de distancia. El costo un tanto mayor: 250 mil pesos.
Todo esto que mencionamos platicado por los autores directos, los que pagaron los 400 mil pesos en total.
Los hechos eran contundentes: el candidato del PRI sacaba ya alrededor de 18 puntos que nunca `perdió en las semanas y meses siguientes. Pero él o los responsables de contratar a la empresa estaban en un “quid” si decían o no la verdad, si quedaban bien con uno y otro, optando por lo elemental: acomodar números que no dejara con marca a uno ni tampoco mostrara la superioridad del otro. Negocio al fin.
Portadas y noticias a ocho columnas y en el espacio estelar revelaban que el PRI aventajaba con ocho puntos al PAN. Ni uno y tampoco el otro. Lo que debía `pagar el negocio que contrata al encuestador, corrió a cuenta de los dos partidos punteros y si bien la empresa dejó en el escritorio de su cliente su trabajo, la información al público decía otra cosa, escatimando 10 puntos al que llevaba ventaja y ofreciendo al otro la posibilidad de, públicamente, aparentar que tenían chance de remontar en las semanas siguientes. No tenemos la fecha exacta pero pudo ser en abril de hace tres años. En julio los puntos eran claros: alrededor de 18 para el que ganó.
En este momento existe confusión. Lo que no permite equivocación alguna son los trabajos con resultados diarios, los que se hacen en la parte baja de la estructura. Insistimos mucho en este tema porque quien lo haga va a ganar aunque los medios digamos otra cosa, aunque el oropel aparezca en cada esquina, no obstante los pregones en calles, colonias y pueblos. Es un asunto de estructura. Hemos puesto ejemplos. Uno de estos va para los candidatos de Cuernavaca, para todos: quien desee ganar y estar seguros una y hasta dos semanas antes del primero de julio, necesita en promedio 120 votos por casilla. Nos explicamos: en alguna quizá 80 o 60 pero en otras podrá meter hasta 250. Es el número mágico de acuerdo a las casillas y secciones electorales. Algunos, estamos seguros, ni siquiera lo saben. Sí, los candidatos. O no conocen a la gente de “a pie tierra”.
Las elecciones no se ganan con discursos adornados, ni existen los milagros. El que lo haga, ya ganó. Y eso es para cada municipio de la entidad. Preguntamos: ¿qué partido está haciendo el trabajo? Bueno, ese que esté tranquilo y con respeto absoluto al retrato cotidiano de las mediciones profesionales, cuando terminan su tarea, suelen entrar otras manos negociantes. Y como diría el extinto y siempre bien recordado “Chiquilín” de Jiutepec: “Con bases, papá, con bases”.
¿Dónde anda Araceli?
Ausente pero cual mosquito, la secretaria de la Contraloría del ayuntamiento de Cuernavaca Aida Araceli Berazaluce, trata de justificar su nula productividad molestando a gente modesta en cargos menores. Dicen los que conocen de los pasillos municipales, que esta señora la pasa preparándose, estudiando, sin “hacer píe” en sus oficinas. Ha autorizado a empleados suyos a generar un clima de terror que lleva dos efectos:
Como ya lo anotamos arriba: justificar que trabajan.
Y los de debajo de doña Araceli, le apuestan que van a lograr una que otra extorsión con sus pequeñas presas.
¿Quién cubre, protege o motiva a la contralora? No tardamos en saberlo.