Después de los pavorosos ataques terroristas recientes en París, hubo quien puso en duda la cumbre. Sin embargo, el presidente francés François Hollande tomó la oportunidad para decir que la conferencia será “un momento de esperanza y de solidaridad”. Esperemos que así sea: de esperanza para un futuro sustentable y saludable para la Tierra; de solidaridad para la colaboración que unirá a todos los países del planeta buscando no sólo la seguridad sino un futuro de vida con esperanza.
Como lo escribí la semana pasada en esta columna, es más urgente que nunca invertir en el desarrollo de fuentes de energía renovable y limpia: solar y eólica, sobre todo. Es imperativo dejar dentro de la Tierra los combustibles fósiles, como el carbón, el gas natural y el petróleo, que tanto dañan nuestro medio ambiente. El enfoque de los gobiernos tiene que centrarse en la creación de un estilo de vida sustentable, digno y decente, con énfasis en el bienestar de los ciudadanos, a como dé lugar. El reto de París será lograr acuerdos que realmente se pongan en marcha y cuyo objetivo sea mantener el calentamiento global del planeta por debajo de un aumento promedio de 2°C. Se trata del mismo reto de siempre y está claro que muchos países han hecho esfuerzos por reducir sus emisiones de carbono al ambiente. Sin embargo, la teoría y los acuerdos son una cosa, mientras que las acciones y los resultados nos hablan de otra realidad.
México, como muchos otros países, sigue emitiendo cantidades importantes de gases de efecto invernadero al ambiente y la tendencia en nuestro país sigue siendo incremental, desafortunadamente. De hecho, no hay país que no contribuya al problema. Cada vez que quemamos petróleo o lo convertimos en productos de plástico estamos envenenando el ambiente. Cada bombardeo, explosión y acto bélico o de terrorismo causa daño a los ecosistemas, a la vida humana, a nuestro estilo de vida. Cada incendio causa daños irreversibles. Cada avión que vuela alto en el cielo deja una huella de emisiones nocivas; cada automóvil, camión y otros vehículos ensucian el aire, a tal grado que nosotros no podemos evitar inhalar oxígeno comprometido. Cada pieza de residuo que no sea reciclada, causa daño tanto a la tierra como al océano. Los ecosistemas, la flora y la fauna, nosotros mismos, estamos todos luchando para sobrevivir. Es cierto que la vida es cada vez más retadora y que el futuro de nuestros hijos y nietos es cada vez más incierto.
México es un país con un gran potencial de energías renovables, pero la política energética sigue apostando a los combustibles fósiles. Las metas sí son ambiciosas; sin embargo con un camino claro a seguir será posible cumplirlas, mediante acciones concretas y alcanzables. Francamente, dependerá mucho de la voluntad política y de las intenciones de cumplir con los compromisos que serán acordados en París. La triste realidad es que, aunque se firme un acuerdo vinculante, no hay ninguna garantía de que se llegarán a cumplir tan ambiciosas metas.
La ciencia nos confirma que una vez que pasemos de un aumento de 2°C la vida será muy difícil de sostener. Traducido a la realidad, la única manera de detener el aumento de la temperatura global es despetrolizar y descarbonizar las economías lo más rápido posible. Dicho de otra manera, tenemos que lograr cero emisiones para el año 2050. ¿Lo lograremos? Yo lo dudo mucho.
Si la COP21 no resulta exitosa, ¿qué querrá decir para nosotros? Mucho más allá de las 21 cumbres, miles y miles de personas dedican sus vidas a buscar y facilitar el proceso para lograr las metas de dichas cumbres. Asisten a juntas y reuniones alrededor del mundo para facilitar el proceso de los acuerdos y esperemos que su trabajo no haya sido en vano para esta cumbre de París. Ojalá los líderes que asistan a la COP21 tomen pasos para realmente lograr algo contundente, comprometiéndose a cumplir acciones obligatorias que harán una diferencia en nuestras vidas. Podemos vivir con esperanza y solidaridad, como dijo el presidente francés. Pero, ¿por cuánto tiempo más?