Los líderes de algunas de las organizaciones transportistas más añejas en el territorio estatal han acumulado entre sus representados un poder que pretenden hacer extensivo hacia las propias instituciones.
Es así como se llegan a asumir como abanderados de las más justificadas causas sociales, mientras –por otro lado- burlan las leyes a su antojo.
Los líderes de ruteros no han hecho más que prometer mejorar y modernizar el servicio público cuando han sido beneficiados, pero –en realidad- sólo esperan que la autoridad resuelva todos los problemas de ese esencial servicio en la vida cotidiana de cualquier sociedad.
Su actividad la desempeñan realmente mal. Históricamente, el servicio que prestan es muy malo, así como los son sus sistemas –rudimentarios- de organización, de operatividad y de movilidad, pero de todo culparán a la autoridad, eternamente.