Trescientos mariachis, sin ensayo previo, hicieron vibrar con “El Huapango de Moncayo” a paseantes y morelenses que han tomado la parte de la plaza de armas “Emiliano Zapata” como suya con todo derecho, justo donde están la estatua del general a caballo y sus mandos Montaño, Genovevo y la Adelita suriana, con sus bancas. Ya en las escalinatas se arremolinaban trescientos músicos llegados de todos los rincones de Morelos para hacer suya la declaratoria de la Unesco que el 27 de noviembre pasado invistió al mariachi como “Patrimonio Cultural y Material de la Humanidad”.
Así, adelantadas pero justo a tiempo, la Comisión legislativa de los Festejos del Bicentenario de la Independencia que preside el diputado Luis Arturo Cornejo Alatorre y la asociación civil de Tribunos, Literatos, Historiadores y Artistas, impulsados por el profesor Pablo Rubén Villalobos Hernández, hace tres meses se proponían –antes que la Unesco hiciese su declaratoria tan relevante-- celebrar un evento con mariachis de la entidad en la bonita escalinata que lleva al monumento del General Zapata, exactamente donde estaba el feo túnel donde los músicos íconos de los mexicanos en el mundo esperaban pacientes alguna contratación.
El viernes anterior, dos de diciembre, por la tarde la convocatoria tuvo un efecto impresionante: llegaron 300 mariachis con sus instrumentos, muchos de ellos nunca se habían visto, otros se saludaban efusivamente, y sus indumentarias marcaban cuál era aquel y quiénes los otros, porque cada uno tiene su razón social y su estilo. Ya saben, de Tetelcingo muchos, pero también de Jojutla, Puente de Ixtla, Jonacatepec, Miacatlán, Temixco, Jiutepec y Cuernavaca. Hay por todos lados y son en su mayoría de segunda o cuarta generación. Por ahí, los herederos del mariachi más popular que hasta el momento ha tenido Morelos: “Los Hermanos Macías”. Impresionante, nunca antes visto en Cuernavaca y con un marco de esplendor: la plaza de armas “Emiliano Zapata”, criticada “pay per view” por muchos pero sin efecto alguno; por el contrario, un sitio que comienza a ser referente de la ciudad, construido con recursos de los ciudadanos de esta capital y con la tozudez de Manuel Martínez Garrigós ante la insistencia del Consejo Estatal de Cronistas, integrado a su vez a partir de los festejos del Bi y el Centenario del tenaz Cornejo.
Se conoció ahí que a partir de la declaratoria de la Unesco en tres meses las embajadas y consulados de México en el mundo convocarán a mariachis de cada región y país. Sabemos que los hay lo mismo en Colombia, Chile, Argentina y Estados Unidos, que en Japón, Paris, Munich o Indonesia. Lo interesante –y seguramente inimaginable por los organizadores locales porque su tarea se inició 90 días antes de que la Unesco diera la distinción al mariachi-- es que es en Morelos, en Cuernavaca, donde se juntan por primera vez en nuestra historia local y marcan un precedente quizá mucho más allá de las fronteras estatales y nacionales.
Y más: la gente que se acercó, se quedó y festejó, se emocionaron al extremo, tanto que cuando 300 instrumentos y 300 almas emocionadas de músicos nativos entonaban el clásico “Huapango de Moncayo”, se escuchaba en uno y otro ángulo “Viva México!”. No era Día del Grito y se daba, porque la espontaneidad del acto --al que asistió el presidente municipal Rogelio Sánchez Gatica, que por cierto esos rumbos eran suyos cuando niño-adolescente, con su franela y cerca de los Yacos, los que mandaban en el centro en los 50 y 60’s-- se enmarcaba con la alegría de gente –ni los mismos mariachis esperaban que saliera casi perfecto.
Quienes vivieron esta experiencia, regresaron a sus hogares seguramente fortalecidos en el espíritu, porque las condiciones del país, del estado, de la propia capital no son las mejores; además, no llevan impresa en la mente la sangre y los encabezados escandalosos de los crímenes o de la política hecha un escabeche, con una pobreza de sus exponentes que apena. No, llevaban los violines, guitarrones, trompetas, guitarras, las voces y el cariño de un sector productivo, artístico, poco apreciado pero altamente gratificante como son los mariachis. Todos en la entidad lo sabemos: la plaza de armas es de los mariachis y el zócalo de los trovadores.
Bueno, aprovechando, con la emoción al borde, que les coloquen paradores dignos de su insistencia por décadas, desde sus abuelos y padres, ahora acompañados de sus hijos, de músicos que la Unesco reconoce, pero en su tierra poco aprecian las insensibles autoridades. Cuando menos una techumbre y bancas o bancos para mariachis y trovadores. Fue un eventazo, pero tenemos la obligación de cerrar con una realidad lastimosa:
A pocos metros de ahí, cruzando la calle, está un trovador invidente, con su silla de plástico que alguno de sus familiares le baja del auto cuando lo instalan en el quiosco en la espera de una serenata o tres cancioncitas. “Ora qué”, le preguntamos. Es viejo amigo. “No seas gacho, dile al gobernador, al presidente o al que sea que nos hagan algo para sentarnos y cubrirnos del agua, que se diga algo de ellos, nos ponen, nos quitan, pero nunca nos ayudan”. Mientras, que viajen por los sentidos las notas musicales con la emoción y entrega de los mariachis morelenses con “El Huapango de Moncayo”.