Otro punto importante, que no es lo mismo dejar la posición en manos de un buen subalterno, como lo fue en los últimos casi cuatro años de Mario Vázquez Rojas, a pasar por el escabroso proceso de entrega—recepción. Uno más, reciente, es que el Congreso autorizó su jubilación con todas las de la ley. ¿Qué va a hacer Pedro Luis Benítez? No lo sabemos, pero tiene que dejar pasar una temporada donde le caerá muy bien repasar su trabajo en la Procuraduría General de Justicia del Estado (PGJE), y luego determinar si regresa a los andadores de la justicia federal como abogado constitucionalista que es, forjado en un despacho de alta tradición, el del doctor Ignacio Burgoa Orihuela, la cátedra en la Ciudad de México.
Una lectura más se estaciona en lo siguiente: llegó cuando lo necesitaban, se fue en el momento que quiso. Nunca fue siquiera cercano al círculo del gobernador Marco Antonio Adame, menos a los panistas del partido en el poder. Eso a diferencia de otros casos donde restan, a este jurista le multiplicó. Se despintó cualquier color de partido y, tal vez criticado porque no pasaba nada a la última decisión, sin antes tener una revisión exhaustiva en sus aduanas administrativas, jurídicas y laborales, no se le conoce ninguna colusión con el crimen organizado ni habrá, porque esos terrenos fueron cuidados por el propio Pedro Luis: hacer lo que le correspondía y no entrometerse donde no. Jamás asumió actitudes protagónicas, pecaba de serio y hasta molestaba su sobriedad. Hombre cabal, Pedro Luis Benítez hizo lo que tenía, y se los dice un huérfano de hijo, que vivimos en familia los embates de la violencia. Estuvimos desde el primer momento con la atención puesta en dos cosas: que si tomaban detenidos, fueran los verdaderos responsables y que no se fabricaran a inocentes. Son asuntos de dolor y de conciencia. Nunca, a pesar del terrible acontecimiento, se fracturó una relación bastante añeja, lo necesario para decir que Pedro Luis es un hombre honrado, condición que contradice el quehacer que ayer terminó. Pero lo es, tanto que algunos que se consideraban sus cercanos, se alejaron cuando llegaban a solicitar concesiones. Tan de una pieza que en ocasiones enojaba. Lo decían ayer claramente: misión cumplida.
Todos a un dígito: la moda
El nuevo ejercicio de la política es acercarse al líder de la competencia, no sostener un ritmo que garantice el triunfo. Se escucha por todos lados: “Estoy a un dígito”. Y eso indica, cuando menos 10 puntos que para número de votos en el país, son alrededor de ocho millones. No son pocos, parecen insuperables. Bueno, esto dijo la señora Josefina Vázquez Mota de visita ayer por Morelos, seguramente ya en la noche, de regreso a la ciudad de México, preocupada por la escasa asistencia a cada uno de sus actos, por más que se diga que no hay que acarrear, la gente sin duda, anima a los competidores. Peligroso es creerse las mentiras propias o de los cercanos, muy peligroso.
Para preocuparse, el equipo agresivo mediático de don Toño Solá y el paisano Rafael Giménez. Si se les pasa la mano, revierte la intención, martirizan a su blanco. Lo evidente es que no se vio capacidad en las dirigencias panistas, y ello confirma el por qué aparecen debajo del PRI y el PRD.
De paso aclaramos un punto de ayer: los ruteros que transportaron a quienes fueron al World Trade Center, y a la plaza de armas “General Emiliano Zapata Salazar” –aunque nos tarde decirlo… no fueron de gratis: les dieron para el diesel y la cancelación de la revisión y pago de revista mecánica, como correspondencia del PAN, vía la Dirección General del Transporte que dirige –aún y sobre todas las cosas—el ex árbitro del Miraval, Francisco Alva Meraz. Para no ser menos “El Cuadrado de Basoco”, Adrián Rivera Pérez repite lo de su jefa Jose: “Estamos a un dígito y eso nos dice que vamos a ganar”.
Los que no son favorecidos por las encuestas, siempre las demeritan pero a cada momento hablan de ellas. Con la excepción de Enrique Peña Nieto, los demás se la pasan tocando el tema de las empresas y sus mediciones. ¿Que qué indica eso? Simple: les creen y reman a contracorriente. Lo otro, el verbo, las gracias, las ocurrencias entran en las páginas del anecdotario. Lo real es que 10 puntos en la disputa federal son como 8 millones de votos, y en la local también 8, es decir ochenta mil votos. Lo que falta nada más hagamos cuenta cuántos votos debe perder Peña Nieto, cada hora o cada día para ceder su gran ventaja que oscila entre los 20 puntos. O en la que creemos de Mitofsky en Morelos, que separa 14 votos al PRI de su inmediato persecutor.
En el otro extremo, el de la inminente derrota, los experimentados en estos asuntos de Morelos –incluido el propio Julio Yáñez—saben que jugar como candidato a gobernador significa solo para uno de todos la gloria de la victoria, pero en los demás, de perdida, la suma de su cuenta bancaria porque, tristemente, en México las campañas son también negocio, y legales porque las regulan órganos especiales que al mismo tiempo las licitan. Cuánta contradicción, pero es el diseño de lo que pudiera llamarse democracia en este país. ¿Ahora entendemos porque todos quieren ser candidatos?