¿Alguien lo va a lograr? Complicado, pero se tiene que empezar a trabajar, y no haciendo a la entidad un reducto de grupos de asaltantes de la política, o refugios de almas electorales perdidas. No tenemos tanto espacio. Que hagan lo que deban hasta el límite de sus esfuerzos. Y que ganen ya no los mejores –que vemos pocos—sino los menos malos.
Encontramos por ahí una columna de hace unos cuantos años, sobre hechos que algún veterano policía de esos que ya no hay, fallecido hace 15 años, nos dejó en manuscrito junto con otros documentos que a través de su larga carrera de 30 años en la policía judicial sobre todo, logró. Murió en su cama rodeado de su familia completa. Tranquilo, sin hacer ruido. Pero es interesante subrayar cómo vivíamos los morelenses hace 30, 40, 50 años, y cómo hace cinco o diez años, Las cosas han cambiado. Y mucho.
Por otro lado, con el arroz cocinado, es mejor esperar a la noche del domingo para meternos en la vorágine política. En este momento, además de cansado, aburrido, preparamos un ahorrito por si hay que pagar o dejamos de comer dos días para comerse unos 20 tacos del “Noche y Día” por un acuerdo de apuesta hace varias semanas que, por cierto, cuantos vuelcos ha tenido. Ahí la dejamos, pero de que vamos a los terrenos del logócrata, vamos, en la calidad que sea.
Les compartimos esto que redactamos hará cuatro años o tres, por ahí:
La Rabia del Pueblo
Hace unos 40 años se dio un suceso en el oriente de Morelos cuando amanecieron colgados en un poste de alta tensión dos sujetos con sendos mensajes pendiendo de los pies que mostraban por qué estaban ahí: “Soy secuestrador, violador y homicida, por eso me colgaron”, y el otro: “Lo merezco. Mate y viole niñas, secuestre ancianos también. Por eso estoy colgado”. No hubo ruido en los pocos medios de la época, el hecho fue casi ocultado. La pareja de delincuentes –nada de presuntos, eran consumados malhechores—había hecho y desecho en comunidades de la región. Todos los conocían y temían. Capitaneaban una banda peligrosa y la Policía estaba cerca.
Días antes un grupo de policías judiciales salió en su búsqueda. Se camuflaron como lo hacían los viejos policías, ya de albañiles, de vendedores en abonos, de campesinos, de taxistas. No eran más de seis al mando de un conocido comandante que había recibido la orden tajante: “Agárralos pero no me los traigas. Tu ya sabes qué hacer”. Y cumplió. Un viejo escrito parte de su trabajo se quemó en un viejo baúl en casa de su hija. Lo leímos hace unos 28 años. Le preguntamos y sólo sonreía, decía “que quien sabe quién lo había redactado”. Estaba hecho, seguro, en una vieja máquina Olivetti portátil que le llegamos a ver entre sus pertenencias. Para colgarlos de los postes de alta, les prestaron supuestamente a escondidas, una grúa de la Comisión Federal de Electricidad que rápido regresó a la base de Cuautla.
En su baúl estaban informes sobre la orden de aprehensión de un abogado que luego fue gobernador, acusado por su jefe político de un asunto de fraude. En otra hoja decía que lo visitó en su casa, que era su amigo y le comentó que tenía la orden de llevárselo, pero le daba dos días para que arreglara su diferencia con el otro personaje, connotado por cierto. Los políticos se entienden, vaya que sí. No pasó nada. Había otro que narraba la captura de un par de peligrosos homicidas de un poblado cercano a Cuautla, de esos sin remedio. En su informe a la superioridad decía: “Transitábamos por la carretera cuando a los dos les dieron ganas de hacer de sus necesidades; les decíamos que se aguantaran hasta llegar a una gasolinera. Que no aguantaban. Nos metimos en un caminito rumbo al monte. Dos compañeros los cuidaron. Como les quitamos las amarras de lazo se echaron a correr hacia arriba y se nos perdieron en el monte. Se nos pelaron”.
En el otro informe, el del anexo del baúl, el de los recuerdos exactos del viejo policía, decía: “Los bajamos en la subida al monte, sacamos las palas y los picos de la cajuela de uno de los dos carros que llevábamos. Les dijimos que ya no se “calentaba” a los delincuentes, que ahora los cansábamos, que se pusieran a hacer un hoyo. Nos sentamos a descansar mientras ellos talachaban, cada rato preguntaban que si ya, que si podían detenerse, uno de ellos desafiaba que si lo íbamos a matar que para pronto, que no era un cobarde, que ya. Uno de los compañeros les decía: síganle hasta que de cansados nos digan porque hicieron los delitos. Contestaban con groserías, ni caso les hacíamos. Cuando calculamos que ya estaba hondito, que cabían sin notarse en la superficie, les cumplimos el deseo. Comenzaron a chillar, que tenían esposa e hijos, que no fuéramos malos. ¿Ya para qué, si en los pueblos les temían, eran asesinos sin piedad, violadores contumaces, animales pues? Una bola de tiros y al rato les echamos tierra y arreglamos lo de arriba con varas y yerba cortada. Debían entre los dos 11 asesinatos y habían violado a cuando menos 25 mujercitas. ¿Para qué llegaban a Cuernavaca? El reporte fue claro: se pelaron pa’l monte”.