Hoy estamos ante un nuevo Gobierno que encabeza un hombre que ha combinado la política con un manejo especial con la prensa en sus diferentes rubros. Graco Ramírez ha sabido en su carrera de más de 40 años, penetrar en los altos círculos de poder mediáticos. Y conoce a fondo los rincones de muchos de ellos en la ciudad de México. Lo demuestra su agenda, hace mucho y actualmente en espacios de cobertura nacional. Sin embargo, en Morelos no sabe todo por los relevos generacionales. Hoy, aquí existen organismos que se han preocupado por organizar a la base, sobre todo los de a pie de calle, que en los últimos meses han sido víctimas de agresiones que van desde militares, policías, ciudadanos en conflicto social como el caso de Totolapan, y hasta funcionarios que les dan un portazo.
La necesidad funcionarios-prensa es mutua. Uno brinda información y el otro la difunde, pero esa condición debe partir del respeto. No es que los que gobiernen indiquen a sus operadores en medios, qué hacer con el reportero incómodo y su información. El último evento que generó la protesta fundamentada de una buena parte del gremio, fue la visita que hicieron a Jorge Messeguer Guillén, el secretario general de Gobierno, que optó por salir por una puerta de emergencia antes de escuchar las inquietudes. Extraño porque Jorge durante un lapso, incursionó en los medios escritos, incluso hacía un programa al alimón con Manuel Martínez Garrigós, y quienes lo conocemos sabemos de su trato afable con los periodistas.
Esta vez en una función delicada, responsable de la política interna y de una parte sensible de la seguridad pública, actúa en contrario. La situación en Morelos es complicada, de ello da cuenta la prensa. Es su tarea y lo hace hasta donde lo permiten las tijeras y los intereses en el entorno de trabajo. Lo que reseñan los colegas merece la atención del gobernador Graco, porque los conductores de noticias o entrevistadores de la prensa nacional conocen a cuentagotas lo que un reportero local, común, maneja con conocimiento de la causa, la que sea. Los adjetivos históricos a la prensa local son normalmente peyorativos y van desde “chayoteros”, inconscientes, iletrados y estorbosos. Es lo menos.
Si en alguna ocasión en el Gobierno de Bejarano, el peor de la historia, uno de sus colaboradores fuereños dijo a los periodistas que tenían “muy poco nivel”, alguno le contestó que no eran “más que el reflejo de su actuación, de su mediocridad”. Esto es imposible ahora, muchas veces algunos periodistas hacen mejor su tarea que los funcionarios y, claro, corren mayores riesgos. Porque en los malestares de la gente de Totolapan, se encuentra un funcionario responsable del diálogo, de buscar soluciones, el periodista llega con sus herramientas en las manos y cuestiona, para obtener como respuesta golpes e improperios, con la ausencia de cualquier agente del orden que lo evite.
Ese era el reclamo y todos conocen lo que sucedió. Esa es la molestia y hasta el momento que redactamos esta columna, no existía respuesta. Se habla de un protocolo firmado por la institución –no importa quién esté, es la institución—que bien sabemos se respeta nunca. Más allá de los formalismos y la foto de gobierno—prensa, debe establecerse el respeto mutuo con cada quien en su trinchera, Jorge Messeguer y el resto del gabinete recién llegan, tienen la lupa puesta y estarán sujetos al escrutinio público en cada una de sus acciones. Los talentos y la sensibilidad para la política no surgen por nombramientos ni decretos, es un ejercicio cotidiano, de toda una vida, para salir airoso. Tiene el beneficio de la duda por el corto lapso, pero debe entenderse que junto al reclamo de protección al periodista existe un fondo mayor que oscila entre el respeto y la atención.
Como anécdotas, un par de ellas, vividas por el que escribe:
En la tarea al frente de la oficina de prensa de una administración estatal, a los dos días, una llamada de un director de un diario local todavía existente, que airado reclamó el por qué del abandono. “¿Abandono de qué?”, le preguntamos y su respuesta, en tono alto, fue el retrato de cómo se hacían las cosas: “¡Tienes dos días y no me has llamado en la tarde-noche para escoger qué nota va de ocho columnas, el cintillo y la de seis, te he estado enviando la relación de la información y no respondes!”. En una palabra había que editarle su periódico diario con los intereses del Gobierno por delante. La contestación fue natural. “Ese es tu trabajo, respétate, por favor”. Poco después se fue y cedió el cargo a un voraz fuereño que pretendía que le diera para su casa, la boda de su hija y sus gustitos. Obviamente, ambos venían de quién sabe dónde.
La otra fue interna: en la revisión de los gastos, a mediados del año, no había un centavo del presupuesto disponible. Y era mayo apenas. Y lo más extraordinario fue que un porcentaje mayor al 65 por ciento de un presupuesto de 18 millones –que no estaban ya, por cierto- era destinado al pago de convenios con medios nacionales y, destacaban nombres y más nombres de ejecutivos de estos, con asesorías que duplicaban y quintuplicaban el salario de cualquier secretario de despacho, o publicaciones inexistentes para terminar de llenar su marranito. Esa era la visión. Hoy tiene que ser otra.
Un dicho popular reza: “lo cortés no quita lo valiente”. El horno no está para bollos, diría otro.