La cosa es que queda claro que los civiles y los policías federales actuaron juntos y que las unidades tanto particulares como las patrullas obedecían a un mismo mando. El asunto es que “los filtradores” tan certeros nos ofrezcan (de una vez a través de estos dos periodistas sumamente conocidos que, según vemos, no se pusieron de acuerdo y pensaron tener “la primicia”… y la tuvieron) la conclusión de este evento que, lo subrayamos una vez más, es lo suficientemente grave para indicar que si algún sector de mexicanos sostenía como propia que la lucha contra el crimen organizado ha sido “una buena medida”, con esto se desbarata.
Y lo más cruel: podrá decir cualquiera que la costosa operación de Felipe Calderón contra los cárteles, fueron instrucciones de nuestros vecinos del norte. Siempre han estado aquí, han hecho lo que consideran deben, cada día no falta el reclamo para que se respete la Constitución y también por hora se viola flagrantemente la Carta Magna. Durante mucho tiempo –desde que los mañosos de nuevo cuño de origen sinaloense mataron a Enrique Camarena en 1995 en Guadalajara y lo sepultaron en un poblado michoacano— los policías gringos eran como ese personaje tan popular (¿de la imaginería popular?) llamado “El Sancho”: nadie lo había visto pero todos saben que existe.
Esta vez, de tantísimas versiones que nos encontramos en los medios, nos quedamos con las del hijo de Rafael Loret de Mola (y nieto de don Carlos, periodista, escritor y gobernador de Yucatán) y Joaquín López Dóriga. Desde dónde o cómo les llegó la información es lo de menos, ellos han cumplido al compartirla. Aquí están, ambas:
Columna de Carlos Loret de Mola
Explica que los dos agentes de la CIA destacamentados en México y el capitán de la Marina iban a bordo de una camioneta Toyota con placas diplomáticas rumbo a “El Capulín”, cuando fueron alcanzados por una Dodge Van con varias personas fuertemente armadas, quienes los encañonaron para que se detuvieran, es decir, no un retén oficial con vehículos identificables y agentes uniformados.
Agrega que quien iba conduciendo el vehículo era uno de los estadounidenses, quien maniobró bruscamente en reversa para regresarse. Fue entonces cuando se inició la balacera y se desató la persecución.
Al paso –sigue la cita– les salió un segundo vehículo, un Sentra que estaba estacionado tratando de bloquearles el camino y junto a él, cuatro personas vestidas de civil comenzaron a abrir fuego desde tierra, también con armas de grueso calibre.
Más adelante, luego de pasar por una ranchería y antes de llegar a la gasolinería cercana al entronque, otros ocho hombres que venían en otros dos automóviles –ya son cuatro– se sumaron a la agresión. La Toyota diplomática chocó contra uno de esos vehículos (el de color amarillo), trató de protegerse en la estación de Pemex y, al no conseguirlo, siguió su huida hasta el entronque, donde los esperaba un quinto carro desde el que también recibió disparos.
En ese instante, explica el relato confidencial, llegaron tres vehículos de la Policía Federal. Momentos después cesaron los disparos pero no dejaron de encañonar al marino y los dos agentes americanos.
Los elementos preventivos bajaron de sus vehículos y también los encañonaron. Desde adentro de la Toyota les gritaron que eran diplomáticos de la Embajada de Estados Unidos y a la orden de un policía bajaron las armas tanto los policías como los vestidos de civil.
Los tiros de AK-47, según la información, penetraron el blindaje Nivel 7 e hirieron a los estadounidenses, en cuyo testimonio se basa el documento expuesto, pues, se destaca, nunca perdieron el conocimiento.
Columna de López Dóriga
La mañana del viernes pasado, una camioneta Toyota de la embajada de Estados Unidos en México, con placas BCM-242 de la SRE, circulaba de Tres Marías al Centro de Adiestramiento de la Marina de México, en el Cerro del Chapulín, en Xalatlaco, Estado de México.
Iba al volante un funcionario de esa embajada y otro le acompañaba en el asiento del copiloto. En el de atrás, un capitán de la Armada de México.
Sobre un camino de terracería se les emparejó una camioneta Dodge Van, sin identificación, desde la que unos sujetos vestidos de civil marcaron el alto, mostrando sus armas largas.
La Totoya se detuvo casi en seco y la Van, de la que descendieron dos personas apuntándolos con dos AR-15, unos metros más adelante.
Al verlos, el piloto de la Totoya arrancó en reversa a toda velocidad, dio un giro de 180 grados y enfiló hacia la carretera. Ahí recibieron los primeros tiros. Los agresores subieron rápidamente a la Van que los persiguió mientras les seguían disparando.
En su huida hacia la carretera, en medio de una ranchería, se toparon con un Sentra amarillo que bloqueaba el camino con otras cuatro personas con armas largas y que les dispararon, uniéndose a la persecución.
Casi al llegar al entronque con la carretera, aparecieron dos pick up, una amarilla y otra color oscuro, de las que bajaron otros ocho, también haciendo fuego.
La Toyota, blindada, llegó a una gasolinera donde sus ocupantes se creyeron seguros.
Pero poco les duró: los cuatro vehículos les dieron alcance y les dispararon, por lo que retomó su marcha hasta donde dio la camioneta, con las llantas desechas a tiros.
Sus perseguidores también se detuvieron, se bajaron y comenzaron a disparar contra las ventanillas delanteras, uno de ellos con un cuerno de chivo.
De pronto aparecieron tres patrullas de la Policía Federal, los agresores suspendieron el fuego, pero no se movieron. Un agente habló con los ocupantes de la Toyota, dio una orden y los que seguían apuntando bajaron las armas.
La versión dice que acto seguido, los agresores se fueron y en una patrulla de la Policía Federal llevaron a uno de los diplomáticos heridos, cuando los alcanzó una ambulancia, haciendo el traslado a un hospital en Cuernavaca.