La dura realidad indica que un buen abogado lo menos que necesita es ser procurador, pero es claro que además de un honor para los que profesan el derecho y la norma jurídica, se trata de honrar su profesión, es el pináculo del poder en un sector de la justicia y, sin duda, la posibilidad de trascender. Sin embargo, los últimos años han obligado que los procuradores de los estados violentos –y Morelos es uno de los primeros 10 en el país—lleven una vida paralela al ciudadano, en otro carril, que se distancie de la familia por la misma obligación y se coloque en una vitrina donde no sólo se expondrá a la crítica de los medios, también a la intriga de sus compañeros de gremio y siempre estará reprobado y a la insidia dentro del gabinete de gobierno, porque sobrarán los que sean o deseen ser sus jefes. Es un cargo necesario para el funcionamiento de la administración, pero que puede dejar marcas imborrables en algunos. Nunca como hoy ser procurador de Morelos representa colocarse en la cima de una alta montaña con paracaídas colocado sin antes ser revisado: puede llevar el resorte ese para que se abra en la distancia prudente o ir sin él y despedazarse cientos de metros abajo, en la roca pura.
El gobernador Ramírez es hábil en este tema: no propone la terna directamente pero tiene que incidir, porque es complicado que el responsable de esa área no tenga vínculo alguno con el Ejecutivo y éste sea meramente institucional. También funciona, ahí está el ejemplo Adame-Benítez Vélez, que si no podía con el paquete que lo devoraran los tigres, y si lo hacía bien el mérito es del jefe, en estos casos y siempre del gobernante. Graco hace una jugada que pareciera magistral al tomarse la gráfica con un montón de abogados, la mayoría de ellos con la ilusión, otros saben su condición de comparsa, pero jamás se había visto una imagen semejante. Aquí, el gobernador Graco envía el mensaje: “no me meto, que decidan todos y que cada quien cargue con su responsabilidad”.
Si todo sale bien al final del recorrido sexenal, va a ser aplaudido. Si no, los proponentes, instituciones, universidades y barras y colegios de abogados y sus ternas serán corresponsables.
Cree el columnista que la segura incidencia del Ejecutivo será para la propuesta que haga la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, con quienes Graco como senador construyó un importante vínculo. La operación corre a cuenta de un Congreso prácticamente con la mayoría partiendo de la fracción del PRD. Habrá debate pero ahí lo que cuenta es el voto. Y bien decía ayer Guillermo Cinta en su columna: son 21 los diputados afines, más de las dos terceras partes.
El otro pequeño punto en apariencia es que advertimos que ya el llamar ex Palacio de Gobierno al sesentero edificio, merece en análisis de muchos. Luis Graco Ramírez Garrido Abreu es el gobernador constitucional del Estado Libre y Soberano de Morelos, nombrado por la mayoría de los morelenses y gobierna para todos, según dicta la ley. Eso tan importante, no faculta que mañana a cualquier gobernador se le ocurra cambiarle el nombre al parque “Porfirio Díaz” o al “Melchor Ocampo”, o llamarle al “Revolución” Independencia o cualquier otro movimiento.
Porque seguramente no lo saben. Antes el Palacio de Cortés era la sede de los Poderes, ahí se instalaba el gobierno, y nadie lo llamó Palacio de Gobierno, siempre fue el Palacio de Cortés. A partir que se construye este edificio, los morelenses le llamamos Palacio de Gobierno y hasta la negra administración de Armando león Bejarano albergó a los tres poderes. No es que esté mal, sólo nos gustaría conocer las razones del cambio de mote. Es una cosa en apariencia pequeña, pero luego de lo que hemos ido perdiendo en esta absurda y sanguinaria guerra contra el crimen organizado, lo menos que debemos es ir rescatando, poco a poco, nuestra identidad, y esa construcción es parte de ella. Nada más y nada menos.