El fondo ahí es la transparencia y que el gobierno en sus instancias federal y estatal los convenza, a todos. No se va a descalificar la encuesta que hagan en los días siguientes porque vale la opinión de todos y cada uno de los que ahí viven. Luego tendrán que hacerlo con comunidades vecinas o por donde atraviesen los tubos. Debe ser contundente el resultado. Sí o no. Es natural que el ayudante Estudillo Flores se inquiete. Son gente de campo, rural, de trabajo, con muchas carencias. Huexca no es, a diferencia de la versión estatal oficial, una comunidad “nueva”, con gente de “otros lados que vienen a perturbar”. Si revisamos las cosas, en Huexca viven en su mayoría nativos de ahí o los alrededores. Dudamos que lleguen de entidades vecinas para radicar. La termoeléctrica y lo que implica ha sido metido en el vaso de licuar, con resultados poco convincentes, controvertidos, donde cada una de las partes dice tener la razón pero el líquido carece de sabor por tan manipulado. No hay esencia. Han fallado las estrategias mediáticas, han tenido que emplear argumentos institucionales osados como el MP federal, regresando el tema a los años cuando la razón era total y absolutamente del gobierno, y el que no esté de acuerdo no había más que dos vías: muerte o cárcel.
Antecedentes sobran en Morelos. Podemos meternos en los de Emiliano Zapata y Rubén Jaramillo, asesinados ambos por los gobiernos de esas épocas. Pero vivimos de cerca uno, cercano, en el gobierno del victimario Armando León Bejarano Valadés, la antítesis de la política, el arraigo y la hombría de bien. Se creaba la colonia “Otilio Montaño” en las inmediaciones de la zona industrial Civac en el municipio de Jiutepec. Uno era electricista casero, se llamaba –o llama, no sabemos de él—Alfonso Soto García y otro era plomero, Alfredo Nava Meza. Gente común, pueblo—pueblo, al primero de ellos lo recordamos años atrás, siempre fuera de las plomerías del centro o en el billar “Casino Morelense” de la calle Degollado. Era un tipo sonriente, trabajador y amiguero. Como muchos encontraron la posibilidad de tener un techo, un terreno donde plantar un árbol y contar con sombra y, seguro, un buen baño para la familia con todos sus implementos.
El gobierno vía el titular de Obras Públicas, Fernando Jiménez Cano, tenía comprometidos los terrenos con algunos empresarios. Ya estaba casi hecho el asunto cuando llegó la gente a ocuparlos como se hacía: invadiendo. Un personaje importante en ese evento que terminó trágicamente fue el periodista de origen y en ese momento dedicado a la política Fernando Sánchez Farfán, a través del sector campesino del PRI. Era un crítico que llegó a ejercer liderazgos en tiempos de crisis política, de fuereños en los cargos principales de un gobierno sin identidad ni origen. Los desencuentros del gobierno con Fernando tuvieron su clímax cuando un sujeto apodado “El Texano”, jefe de la escolta del arquitecto Jiménez Cano, lo cazó en la céntrica calle de Hidalgo –Sánchez Farfán vivía en un departamento del edificio “Benedicto Ruiz”– el más famoso de la ciudad que ocupa hoy una manzana a espaldas del Palacio de Gobierno, entre Rayón e Hidalgo y la parte primera de Galeana.
La naturaleza cobarde del esbirro del gobierno lo llevó a dispararle por la espalda una ráfaga completa. Dos disparos fueron graves: uno penetró en el rostro y otro en un pulmón. Sánchez Farfán vio a su agresor y tuvo arrestos para perseguirlo, herido por el plomo. Desde la esquina de Hidalgo y Galeana –donde estuvo la mítica Madrileña de don Ernesto Ocampo— Fernando sacó su arma y le disparó a “El Texano”, cuando éste intentaba entrar por la puerta trasera del Palacio de Gobierno, donde lo aguardaban otros guardias que lo esconderían. Un atentado de Estado, en los tiempos impunes bejaranistas. No se fue liso. Sánchez Farfán le metió una bala en una parte sensible del organismo. El ulular de sirenas de ambulancia y ambos en el mismo piso de la clínica del IMSS de Plan de Ayala. “El Texano” cuidado en apariencia con discreción por una veintena de policías de civiles por todo el edificio médico. Sánchez Farfán con su familia y periodistas que, unos con conocimiento y otros sin saberlo, evitaban el ansiado remate del gobernador Bejarano y su gavilla. Era el año 1981 y se vivía aciagamente.