Como ya todos sabemos, en esa ocasión se dio la orden de disparar contra los manifestantes de la Plaza de Tlatelolco para disuadir lo que el gobierno consideraba un riesgo inminente para la soberanía de un país que estaría en la mira de todo el mundo por la celebración de los juegos olímpicos.
Por supuesto que en aquella ocasión no hubo conferencia de prensa “mañanera” del presidente de la República; habría sido impensable que la figura presidencial fuera expuesta a las preguntas de los medios de comunicación, como ocurrió el viernes en Oaxaca, y mucho menos que los secretarios de la Defensa y de la Marina comparecieran ante una enardecida prensa sinaloense a la que solamente les faltó que los escupieran.
Y la mayor diferencia es que en aquel tiempo no había internet ni redes sociales. Sólo había medios de comunicación extremadamente controlados por el gobierno y algunos periódicos catalogados como “rojillos” (Excelsior, principalmente) que años más tarde serían controlados.
Sin embargo, la versión de que el Ejército había matado a una gran cantidad de estudiantes se transmitió de boca en boca y la mañana del tres de octubre la elite mexicana también estaba dividida sobre si estuvo bien o no lo que ordenó el presidente.
Gustavo Díaz Ordaz murió convencido de que salvó a la patria. Al ser designado embajador en España, en 1977, ya como expresidente, el licenciado Díaz Ordaz recordó en una tempestuosa entrevista de prensa, que si de algo se sentía orgulloso era de su conducta en esos trágicos meses del otoño del 68, pero de lo que más se sentía seguro y orgulloso era del desarrollo de sus acciones ese 2 de octubre, “pues había puesto todo en la balanza, mi seguridad, mi nombre, mi honor, mi vida misma pero al fin salvé a México de haber perdido nuestra libertad. Eso lo estamos gozando todos, incluso usted muchachito, pues si no hubiera ocurrido así, usted no estaría allí preguntando”.
Sí, igualito que López Obrador le contestó al muchachito del periódico Reforma, al que confundió con un reportero local de Oaxaca o de La Jornada (lo vio morenito, inofensivo, y le otorgó el uso de la palabra en la conferencia), sin saber que le iba a asestar una pregunta demoledora que por cierto se quedó sin respuesta: “¿se lo pidió Trump?”
Y de la misma manera que en aquella ocasión, diputados federales, senadores y funcionarios públicos (con excepción del embajador Octavio Paz), “cerraron filas” en torno a su presidente, hoy el siempre rijoso Gerardo Fernandez Noroña y la polémica Yeidckol Polenvsky hacen un llamado a apoyar al presidente en su decisión de incurrir en el delito de Evasión de Presos que sanciona el Código Penal Nacional. “No tienen derecho a opinar, no se lo vamos a permitir”, espetó la señora Yeidckol, que salió más autoritaria que el presidente.
Después de la matanza del 68 un señor de nombre Roberto Cruz publicó en “El Heraldo” un artículo llamado “El 68, la gran derrota comunista”, donde entre otras cosas decía:
“Si esa trágica tarde hubiesen triunfado los terroristas marxistas, la sangre derramada por las víctimas inocentes hubiese sido mercancía de la propaganda anti-México y anti-Olimpiada. Pero el complot traicionero de la antipatria roja fue aplastado y el Ejército mexicano salvó a nuestra nación, como lo había hecho antes en octubre de 1965, el ejército de Indonesia en Yakarta, al aplastar la sangrienta intentona de Aidit, Sukarno y Untung, la trinca infernal del comunismo asiático instigado desde Pekín.
“Si México es libre actualmente fue gracias a la valerosa y fiel acción del Ejército Mexicano, que afrontó la guerrilla del golpismo extranjerizante, fundado en las férreas y patrióticas voluntades del presidente Gustavo Díaz Ordaz y el general Marcelino García Barragán, su secretario de defensa.
“Sí hubo ganadores y sí hubo derrotados. La conjura comunista del 68 fue la gran derrotada. En cambio México y sus libertades salieron ganando, gracias a la firmeza patriótica de Gustavo Díaz Ordaz y nuestro Ejército Nacional. ¡Y que sigan chillando su hecatombe los huérfanos de Kremlin!”
Lo que no sabía el autor del texto antes citado (quizás ya haya muerto), es que años después, los “huérfanos del Kremlin”, aliados con ex priístas que supieron bajarse del barco antes de que se hundiera, gobernarían este país.
Y de la misma manera que en aquella ocasión la prensa oficialista resaltó el patriotismo de Díaz Ordaz, hoy también tenemos a periodistas que olvidan el papel de contrapeso que debe tener la prensa en relación con el gobierno, y publican abiertamente que “es un honor estar con Obrador”. Sí, nos referimos a don Federico Arreola, de la agencia SDP.
La matanza del 68 también tuvo sus reacciones al interior del Ejército. Hubo generales que no estuvieron de acuerdo en la orden de disparar a los estudiantes, de la misma manera que hoy, en petit comité, los altos mandos de la Sedena susurran entre ellos que fue vergonzoso que ya teniendo a Ovidio Guzman en su poder, tuvieran que entregarlo por órdenes de un mando civil como lo es Alfonso Durazo.
Que quede claro: no estamos comparando a Díaz Ordaz con López Obrador, sino el impacto político de sus acciones, específicamente lo ocurrido el 2 de octubre de 1968 y el 17 de octubre del 2019, respectivamente. Y si el primero terminó su sexenio sin broncas, el segundo tampoco va a renunciar, resígnense.
Nuestro pronóstico es que Durazo no va a tardar mucho en ser removido. Pero el gobierno federal tendrá que hacer algo para tratar de convencer a la población que quiere una demostración de fuerza aunque se pierdan vidas, que nunca le vamos a ganar a ese monstruo de mil cabezas que es la delincuencia organizada.
Finalmente el país sigue rigiéndose por la democracia, así que, si la mayoría quiere que se regrese a la estrategia de atacar el fuego con el fuego (“se perderán vidas, pero valdrá la pena”), pues ahí anda todavía Felipe Calderón que está muy joven para encabezar a ese sector de la población que pide balazos en lugar de los abrazos que propone López Obrador.
HASTA MAÑANA.