En México, el horror se ha vuelto una categoría de análisis. Esa es la conclusión a la que llega Rossana Reguillo, investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social de la Ciudad de México, en su trabajo de análisis denominado Caligrafía y Gramática del Terror.
Explica que entre septiembre y octubre de 2011 al terror de las llamadas “narcofosas”, al espanto de los cuerpos arrojados a la vía pública en Veracruz, se sumó el horror de los cuerpos de dos jóvenes torturados y luego colgados en un puente en Nuevo Laredo, Tamaulipas —ella como si fuera ganado, él sostenido de sus brazos—, y dos semanas después la “aparición” del cuerpo desmembrado de una periodista y su cabeza colocada en una maceta en performance macabro, acompañada de un teclado, un mouse, audífonos y altavoces. Estos dos últimos “casos” implicaron la advertencia explícita de que eso “les pasa” a quienes usan las redes sociales e internet para divulgar noticias o información que compromete las actividades del crimen organizado.
“Frente a estas violencias, el lenguaje naufraga, se agota en el mismo acto de intentar producir una explicación, una razón. Las violencias en el país hacen colapsar nuestros sistemas interpretativos, pero al mismo tiempo estos cuerpos rotos, vulnerados, violentados, destrozados con saña, se convierten en un mensaje claro: acallar y someter”, agrega.
Señala que las violencias contemporáneas, las masacres, los desmembramientos, las decapitaciones, la destrucción de los cuerpos, comparten una cuestión de fondo: la desfiguración del cadáver va más allá del acto de quitar una vida, es una violencia que no se contenta con matar “porque sería demasiado poco” y al destruir de ese modo el cuerpo singular, constituye el acto total del fin no de la vida, sino de la condición humana.
“Ésa, me parece, es la gramática de las violencias en México: que pone al centro una relación ontológica entre la muerte violenta —lo universal— y el cuerpo desmembrado y roto —lo particular—. Sobre esa clave interpretativa, antes de leer a Cavarero, me pareció que debía descifrarse la sucesión de cuerpos, cabezas, tórax, lenguas y genitales que las violencias vinculadas al narcotráfico esparcían por la geografía nacional. Llamé a mis primeras aproximaciones al tema “Cuando morir no es suficiente”, una formulación a la que arribé por medio de dos vías distintas pero complementarias”, explica la experta.
La primera se vincula a la ejecución —no puede llamarse de otra manera— de Arturo Beltrán Leyva en la ciudad de Cuernavaca el 16 de diciembre de 2009. En medio de un fuerte dispositivo militar comandado por un cuerpo de elite de la Marina de México, es asesinado el líder del Cártel de los Hermanos Beltrán Leyva, que se hacía llamar a sí mismo “Jefe de Jefes”. Su cuerpo, acribillado, con un hombro y una muñeca desprendidos, fue exhibido en fotografías impactantes, brutales, atroces, de amplia circulación: a su cuerpo semidesnudo y ensangrentado se le colocaron billetes —pesos y dólares—, rosarios, un santo y otros elementos religiosos.
La Marina niega que sus elementos hayan preparado este macabro performance para mostrar el cuerpo. Pero más allá de las discusiones sobre cómo en un operativo de altísima seguridad algún fotógrafo “espontáneo” pudo preparar el cuerpo para exhibirlo de esta manera, resulta relevante la pregunta en torno a la “representación” de esta muerte en singular y el reconocimiento que la imagen produce.
“En este caso, no basta abatir al delincuente, es necesario exhibirlo despojado de su condición humana. Lo grave de este performance es la indicación de que el Estado, en su llamada “guerra” contra el narco, adopta la misma caligrafía del adversario: inscribir las huellas de su poder total sobre los cuerpos ya muertos, infligir al cadáver la violencia de su poderío y exaltar la vulnerabilidad”, considera.
Sin embargo, cabe recordar que, de acuerdo a la versión de la entonces Procuraduría, el poner los objetos que le encontraron en sus bolsillos sobre el cuerpo, es una “costumbre” entre los peritos morelenses (varios de los cuales tuvieron que ausentarse por meses por temer a represalias).
Continuando con el trabajo de Rosanna Reguillo, ella dice que la destrucción y desmembramiento del cuerpo del adversario introduce en estos códigos guerreros el excedente de sentido: el terror, el horror que penetra la escena de la muerte. Es lo que Cavarero llama “la vulnerabilidad del inerme”.
“Durante mi investigación en torno a las violencias vinculadas al narcotráfico y de manera especial respecto de su relación con los universos juveniles en el país, tanto a partir de los pocos datos duros que circulan de manera oficial como por medio de mi trabajo etnográfico, he podido constatar la participación de jóvenes —cada vez más jóvenes— en la espiral de violencias en la que cada acto parece ser el definitivo, el más brutal”.
La investigadora cita como ejemplo la masacre de 16 jovencitos en Villas de Salvárcar, en Ciudad Juárez, el 31 de enero de 2010, cuando ella creyó que el horror había alcanzado un límite intolerable, no podía haber nada peor. Pero poco después, el 22 de octubre del mismo año, la sangre volvió a inundar un barrio popular en Ciudad Juárez con la ejecución de 14 personas, jóvenes la mayoría, y 19 heridos de gravedad. Dos días más tarde, el 24 de octubre, 13 jóvenes fueron masacrados en un centro de rehabilitación para adictos en Tijuana, Baja California; el 28 de octubre, 16 jóvenes fueron asesinados en un autolavado en Tepic, Nayarit, y al día siguiente, el 29 de octubre, siete jóvenes murieron a manos de un comando armado en Tepito, en la ciudad de México.
A la ejecución sistemática y brutal de jóvenes se sumó el “espasmo doloroso” por la masacre de 72 migrantes en San Fernando, Tamaulipas, y la sucesión de noticias terribles sobre las “narcofosas” que acabó de configurar la escena siniestra del México contemporáneo.
La investigadora termina con una cita atribuida al escritor Michael Lowry:
“El dispositivo no existe ahí para ejecutar al hombre, sino que éste está precisamente ahí por el dispositivo, para proveer un cuerpo sobre el cual pueda escribir su obra maestra estética, su registro ilustrado sangriento lleno de florilegios y adornos. El propio oficial no es más que un criado de la Máquina”.
HASTA EL LUNES.