En su lugar estuvo “Carta de Mujeres a Granados Chapa”, donde luchadoras sociales decían medularmente por qué anunciaban “que era la última vez que se encontraban” en su postrera columna en Reforma. Miguel Ángel estaba enfermo y quiso irse como los grandes: sin aspavientos.
Uno más de los señorones nos deja. Miguel Ángel Granados Chapa. Murió el domingo.
Esa tarde de febrero de 1983 en el Salón de Rectores de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, entrando con apuntes en mano, un servidor a su lado tomó asiento en otro lugar de una pequeña mesa con un mantel verde, observó a los presentes, sala llena, y distinguió por ahí a un compañero de andanzas reporteriles en el verdadero “Excélsior”, el de Julio Scherer García. Era Carlos Reynaldos Estrada al que gritó con un énfasis del reencuentro gustoso, de los viejos recuerdos en una redacción plagada de talentos que hoy brillan intensos como Rafael Rodríguez Castañeda, director de Proceso; Carlos Marín, el poblanísimo defeño, todo un acontecimiento en su “Asalto a la Razón” de Milenio Televisión, y las catedrales Julio Scherer y Vicente Leñero. Los conocimos, primero a través de Reynaldos y luego, en vivo, por el mismo Carlos.
Poco antes de esa conferencia de Miguel Ángel Granados, estuvimos en su oficina de subdirector de Unomásuno para invitarlo a que nos ayudara. Nos llevó Reynaldos, que no quiso entrar, porque parte de su corazón estaba ahí donde fue jefe de corresponsales, otro en Excélsior con Scherer y el resto en Proceso donde fue fundador con el mismo don Julio y Granados Chapa. Nos esperó en un café. Él buscaba la dirigencia del único organismo que tenemos registro que hizo una tarea eficaz en la defensa de los derechos y las igualdades de los reporteros: la Unión de Periodistas Democráticos, la respetada UPD, hasta que se la terminó el poder a través de cañonazos burocráticos. Todavía el que escribe se cimbra ante el recuerdo de aquella noche en un salón del Club de Periodistas en Filomeno Mata 28 del centro del DF. Llevábamos entre los brazos fólder con razonamientos de los alrededor de 40 integrantes de la Vanguardia de Periodistas de Morelos, recientemente fundada y ganada la presidencia por este columnista en competencia con el querido e inolvidable “Negro” José Luis Rojas Meraz, que fue designado en la secretaría general. Buena lid. Nos enviaban a buscar en organizaciones nacionales cómo armar nuestra declaración de principios y los estatutos, el registro oficial, lo que teníamos que hacer. Investigamos en el Sindicato Nacional de Redactores de Prensa, en el entonces Club Primera Plana integrado por jefes de información y redacción, una élite de jefes normalmente imbuidos por la burocracia informativa y ahí no entrábamos.
Sólo la UPD. Nos acompañó el amigo de toda la vida, padrote por excelencia (el mejor que registra la historia patria), Alberto Perches Hernández, que en alguna parte de este relato va a resurgir en voz de don Miguel Ángel Granados Chapa, con quien compartía oriundez y edad: son nacidos en la bella y airosa Pachuca, Hidalgo. Nos vistió a su estilo: saco y chaleco color café, pantalón igualito, zapatos negros y una corbata que parecía de personaje circense. Hubo quien al salir rumbo al DF se burló con una frase que conservamos como grato recuerdo: “Pareces Cepillín, el payasito de la tele”. La mirada reclamante al Perches y él, con su bendita ignorancia y en su estilo corto pero contundente: “Éste qué sabe de elegancia”. Se pagaría cara la osadía de tratar de vestir “bien”, con chaleco y con una combinación de caja fuerte, la que nadie sabía cómo abrir. El buen Alberto nos llevó cerca de Filomeno Mata: las luces centellantes de la Arena Coliseo lo llamaban. Había función y tenía que apostar con su palomilla del embudo famoso, donde era una auténtica celebridad, sobre todo con sus amigos de crianza de Tepito. “Luego te caigo, regreso por ti, yo de esto no sé, me voy al box”, dijo.
Entró el que escribe al edificio, encontramos el salón de sesiones y nos metimos. Un ambiente tenso. Dos secciones mirando desde la entrada: del lado izquierdo reporteros, en el derecho articulistas dedicados a la política. Presidiendo la reunión estaban cinco personajes legendarios del periodismo mexicano en el siglo XX: Bulmaro Castellanos “Magú”, don Francisco Martínez de la Vega (que incluso fue gobernador de San Luis Potosí), el inolvidable maestro don Manuel Buendía Tellezgirón y el muy querido ausente Miguel Ángel Granados Chapa.
Si resistir la mirada de un grupo de personas es pesado, imagínense que casi lo encueren, lo que visto desde la mesa principal –o sea al revés de lo descrito arriba pero justamente lo que eran--, que en un bloque de la derecha los periodistas como Elías Chávez, Maysa Moya, José Luis Camacho, Efrén el cartonista de Proceso, Francisco Ortiz Pinchetti, Javier Solórzano, Ricardo Alemán, Jaime Avilés y otros que luego reconocimos. Y en el lado izquierdo Rosario Ibarra de Piedra, Pedro Peñaloza, don Heberto Castillo, Eduardo Valle Espinoza “El Búho”, Fernando Pineda Menes, Manuel Marcúe Pardiñas y, claro, otros que también posteriormente supimos quiénes eran. Todos eran figuras. Se sentaban aparte porque eran distintos: los reporteros y columnistas consideraban que la UPD tenía que ser presidida por ellos (en ese momento lo era Magú) y los del otro bando, por sus artículos en diversos diarios de circulación nacional, exigían no ser desplazados y buscar la dirigencia. ¿Política gremial? No. Era poder. El reportero lo veía como herramienta de trabajo y los articulistas como instrumento de poder. Pero los documentos de la UPD todos tenían el derecho, así que a respetarlo.
Pero regresemos a la llegada del provinciano de pequeños 70 kilómetros de la capital, pero al fin medio paisanón, asustado. Miradas que atravesaban. Se nos hizo largo el pasillo hasta que una voz de la mesa principal nos detuvo: “¡Un momento! ¿Quién es usted y qué hace aquí? ¡Identifíquese!”. Era Manuel Buendía, el columnista más importante de esa y otras épocas. Las miradas no sólo atravesaban sino sentíamos como cada parte de la ridícula vestimenta diseñada por mi amigo Alberto me hacía más sospechoso.
Honda respiración y pronta respuesta. Soy fulano de tal, represento a un grupo de periodistas de provincia, aquí cerca, de Morelos; vengo a solicitar orientación para hacer las cosas bien, acudo con ustedes porque son la institución de mayor prestigio y ésa es la razón que estoy aquí, necesitamos su ayuda. Punto.
Cambió de parecer. La invitación a sentarse, no dijeron dónde, optamos por el lado de los reporteros y escuchamos el airado debate entre ambos bandos. Estaban a un mes de elegir a su presidente y había dos candidatos: Miguel Ángel Granados Chapa del lado periodístico y el ex diputado federal del Partido Comunista Mexicano, guerrerense de nacimiento, Fernando Pineda Menes, por el otro, con doña Rosario y el ingeniero Heberto a la cabeza con “El Búho” como la parte que miraba feo y gritaba fuerte, adicto al debate airado (al tiempo, con la amistad, Eduardo es un pan, demostrado). Como decían los ancestros: ver, oír y callar. Terminó la sesión, unos platicaban, otros sacaban apuntes y en la mesa principal, la del frente, sentíamos la mirada escrutadora. Fue Miguel Ángel quien se acercó y fue claro pero discreto:
--“Compañero, le invitamos un café aquí enfrente, con don Manuel y don Francisco”.
Claro que aceptamos, era un trío de figurones del periodismo y la vida nacional. Fueron al grano. Cuántos son, qué número son de reporteros-reporteros, vengan por la declaración y los estatutos para lo que les sirva, se las enviamos si gustan. Era evidente que los morelenses que gustáramos nos podríamos registrar en la UPD, era un honor además. Y así lo hicimos varios, los suficientes para que don Miguel Ángel Granados Chapa ganara la elección de las semanas siguientes y la UPD quedara en manos de periodistas. Posteriormente en otras sesiones no faltaron los señalamientos de esquirol y demás, sobre todo del ala dura de los políticos-articulistas que, obviamente, se sentían más periodistas que los que lo eran. Hubo fricciones y un encuentro fuerte con Eduardo Valle “El Búho”, del cual nació una amistad perdurable y sincera.
México pierde a uno de sus hombres más ilustres no sólo del periodismo sino en todos los órdenes. Le entregaron merecidamente la “Belisario Domínguez” y decenas de galardones más. Periodista de cepa. Incomparable en el oficio, respetuoso y firme, estilo filoso y caluroso. Un gran hombre Miguel Ángel Granados Chapa. Tenemos, como si fuera este momento y no hace casi 30 años, cuando se apareció por el café chino Alberto Perches y le pedimos que se sentara en una esquina. Miguel Ángel lo veía con insistencia y le llamó la atención cuando por su apellido le indicamos que pidiera lo que gustara. “¿Perches? ¿Se apellida o le apodan Perches”, preguntó Granados. Y lo hizo de nuevo: “¿Es de Pachuca?”. La respuesta es afirmativa, nació en esa ciudad, llegó adolescente a Tepito y joven a Morelos para hacerse una leyenda. “¿Lo puedo llamar don Javier”, siempre respetuoso Miguel Ángel. Y cuestionó a un Alberto que asentía y asentía. Comenzaron las risas. “Fíjense que este señor, cuando niños, nos traía amolados en la primaria en Pachuca, fuimos compañeros y era bien peleonero. A mí no me tocó sufrirlo porque alguna ocasión me preguntó algo y le dije la respuesta. Siempre solamente me saludaba con un gesto”, decía. Estudiaron juntos. Miguel Ángel se ha ido, descansa como debe, en paz, por el hombre bueno que es. Y de Alberto, querido amigo, tenemos que compartirles que se encuentra enfermo, que esperemos tenerlo mucho, pero no ha estado bien. La vida brinda oportunidades para reconocer a la gente que queremos. Paco Granados, el arquitecto, amigo, primo de Miguel Ángel, morelense por decisión propia, debe estar lastimado. Le enviamos un fuerte abrazo.