¿Qué no hizo Cornejo?
Ya lo diremos en su espacio, más adelante.
El Museo de la Ciudad, antes edificio del ayuntamiento de Cuernavaca, fue el escenario de una acción que anunciaba diferencias, porque desde la integración de los sillones con los autores, el promotor y los políticos, todo nos llevaba a imaginar una pasarela de vanidades, de poses extravagantes y de ganar con la palabra contundente a uno y otro. Abajo los invitados acomodados bajo un concepto nunca antes visto, de perfil a lo que sería un presunto presídium, con la opción de verlos o ignorarlos, sí, a los de la rueda de honor. Como que cada orador tenía que ganarse su lugar. Y los hubo. No era un acto político pero sí se trataba de algo cercano, estábamos ante un evento de mezcla inteligente: historiadores, investigadores, filósofos, escritores, todos intelectuales, uno de los mundos que nada más quienes sobreviven en él podrán contarlo. Así, este columnista señala únicamente lo que vio sin meterse en terrenos que nos limitan, percibió y sintió: una muesca más al orgullo de ser nativo y descender por la rama materna de cuando menos diez generaciones, en lo que con certeza llamó el doctor Sosa Álvarez “un pequeño territorio”, pero más felices porque el registro sanguíneo nos confirma que la raíz y varias ramas del árbol frondoso del torrente hereditario, ya estaban ahí antes de la instauración de Morelos como estado libre y soberano.
Así que mayor atención a lo que ahí se trataba, porque no era solamente el encuentro con partes sustanciales del origen, más, la seguridad que en esos extensos tomos, en construcciones cronológicas específicas, por ahí estuvieron los que nos precedieron. Un gusto más y ratificado el orgullo.
Será largo ofrecer hasta pequeños fragmentos de lo que en sus entrañas lleva cada uno de los nueve libros, tanto como enumerar las decenas –que rebasan más de una centena de los investigadores y escritores—así como las instituciones locales, nacionales e internacionales que tuvieron que ver, con un kilogramo más de orgullo: muchos de la UAEM, la mayoría. Y entre los colaboradores, reconocidos intelectuales en diversas partes del mundo que para nuestra admiración, radican en Morelos hace mucho y, coronaría gustoso el director del proyecto, don Horacio Crespo en una de sus partes al uso del micrófono, “con mis hijos y nietos morelenses”.
A la vista, los volúmenes de la obra “Morelos, Tierra, Gente, Tiempos del Sur”, asustan y atraen, porque entre las exposiciones escuchamos que no todo es miel sobre hojuelas y vivimos en la tierra perfecta. Se adentran, lo anotamos, en terrenos con fango y seguro desmitifican hechos que históricamente creímos honrosos. Eso lo hace de obligada lectura y de consulta inevitable. El ir al fondo con un grupo multidisciplinario y obsequiar a los morelenses, a los mexicanos y quienes se sumen, una prenda que no tiene precio.
Así, sin exagerar, es el trabajo que sin leer más que la portada, imaginamos. El reto es adentrarse para que a cada uno de los creadores en su espacio respectivo, debamos agradecerles el resto de los tiempos. Porque si el institucional pretexto del bicentenario de la independencia y el centenario de la revolución, trajo entre otras muchas acciones, esta gran obra, los que nos sigan podrán exigir que los 98 años restantes para el tricentenario y el bicentenario, les digan la verdad completa, sin sesgos. A ello obliga lo que ese jueves antepasado en una larga jornada que en el transcurso fundió, aunque parezca increíble, a los intelectuales con los políticos, sacando una decisión mayoritaria de los jueces. (Mañana continúa)