En la actualidad partimos de una paradoja que domina el debate de la política nacional. Prevalece, por una parte, un consenso sobre la falta de funcionalidad, no propiamente del aparato del Estado, sino, más bien, de la propia política –del quehacer político cotidiano y ordinario y, de mayor trascendencia, sin duda, de los procesos políticos de toma de decisión entre los poderes, dentro de éstos, y entre los tres niveles de gobierno. Por otro lado, el día a día transcurre en una dinámica de relativo orden público, aplicación de la ley (dentro de márgenes más o menos ordinarios –que no estrictos–, de acuerdo con nuestra tradición política, jurídica y cultural) y tranquilidad social.
Es difícil, sin embargo, aislar esta contradictoria visión respecto al estado de la gobernabilidad en el país, del clima de inseguridad –producto de la delincuencia y de la “guerra contra el narcotráfico”– que domina el escenario nacional. En cualquier caso, esta aparente contradicción genera una creciente frustración entre los círculos de la propia política, los medios de comunicación, los negocios y los espacios de participación electoral.
La disyuntiva de la democracia
¿Acaso nuestro sistema político no funciona en la pluralidad que se ha construido en los últimos quince años y, más marcadamente, desde las elecciones federales de 1997 –que dieron origen a la LVII Legislatura y al primer gobierno en la ciudad de México– y, de manera definitiva, desde el triunfo de la oposición en la elección presidencial del año 2000? ¿O es que, sencillamente, no funciona bajo la actual composición política del Estado nacional y la actual integración plural del Legislativo y de los niveles estatales y municipales de gobierno? ¿Sostendrán todos los actores la misma serie de propuestas que hacen hoy, con una composición diferente del Congreso, o de una cambiante relación de fuerzas en el sistema federalista?
Las respuestas a estas interrogantes están relacionadas con un diagnóstico más amplio sobre la naturaleza del régimen democrático que nos rige, con el proceso de transición que el país ha vivido en los últimos veinte años por lo menos, y con el funcionamiento práctico del marco institucional del Estado de Derecho.
Todos los actores interesados en el funcionamiento del aparato del Estado para hacer política (en cualquier diseño democrático) deberían antes comprometerse con la ley, como frontera para la actuación, como instrumento de decisión, como árbitro para dirimir controversias, etcétera. Lo anterior sólo es posible si en el ámbito cultural hay un respeto por la práctica democrática.
En la última década, bajo los varios consejos generales que han conducido al IFE, se ha impulsado la difusión de las ideas sobre una cultura ciudadana en favor de la democracia. Los resultados avalan que desde esa instancia se cree y se mantenga un diálogo democrático, de ideas y principios, con los más diversos actores institucionales, políticos y de la sociedad civil, en México y en el resto del mundo.
Educación para el civismo
Una labor expresamente conferida al IFE desde su origen y concepción ha sido también la de formar ciudadanía, y hacerlo por medio de las ideas, de la educación cívica. En este periodo de globalización e interacción de múltiples maneras entre las sociedades, una democracia moderna o, incluso, una Nación moderna, no puede prescindir de una base social, ciudadana, con convicciones democráticas, que reconozca el valor de los procesos electorales en el funcionamiento estable y duradero de la política.
La educación cívica es, a la vez que algo básico y simple en su concepción, un enorme desafío intelectual, de reflexión primero, y luego de instrumentación con cantidades masivas de personas –viejos y nuevos ciudadanos. Formar ciudadanos en México (y en muchas partes del mundo) es, todavía, una labor pendiente. Pero elaborar una teoría para la educación cívica en el siglo XXI es, incluso, una tarea previa que se requiere desarrollar –desde muchos puntos del mapa.
En un sentido amplio, la educación cívica o política permite o impide que el ciudadano pueda discernir en la vida democrática, desarrollar conciencia crítica y evitar ser objeto de manipulación. En suma: el civismo es un instrumento de cambio poderoso dentro de la democracia, porque influye –inclusive- en las propias autoridades encargadas de interpretar y aplicar la ley. El grado de desarrollo de la cultura democrática de una sociedad determina, en tal sentido, la forma en que se materializa el Estado de Derecho frente a situaciones específicas.
ALREDEDOR DEL PAÍS
Solidaridad con Javier Sicilia. El asesinato del joven Juan Francisco Sicilia, junto con otros 6 jóvenes por parte de integrantes de la delincuencia organizada en Morelos, es un hecho que lastima a toda la sociedad morelense. Este hecho, vuelve a confirmar la extrema fragilidad en que se encuentra la ciudadanía frente a quienes niegan la vida a través del poder de las armas y la sin razón. Al poeta Javier Sicilia, nuestro más sincero pésame y acompañamiento por la pérdida de su querido hijo, Juan Francisco. Nuestra protesta enérgica por este hecho tan lamentable, va acompañada por la exigencia a las autoridades para que se castigue a los culpables, quienes han puesto de luto a varias familias en la capital de Morelos. Estos crímenes no deben quedar impunes.