No con frecuencia pero tuvimos oportunidad de conversar con Carrillo Olea. No parecía el militar común, de esa gente recia, pocas palabras y gesto duro. Carrillo era diferente, incluso fino y entrecortaba cualquier conversación para dar una cita de algún autor famoso de tal libro. Sí, parecía más un intelectual metido en la vida pública, que político o militar. Las invitaciones a conversar en la ciudad de México, ya en sus oficinas de la PGR o en algún restaurante. Siempre directo: “Los políticos y la política en Morelos son rupestres”. No gustaba a varios, pero daba sus razones y parecía contar con ellas.
Comenzó a querer ser gobernador e hizo lo que la mayoría: buscaba a dirigentes sociales, actores políticos y los metía en su proyecto, además su figura cercanísima al presidente Carlos Salinas de Gortari, José Córdoba Montoya y Jorge Carpizo Mc Gregor, era públicamente nacional, aparte que comenzaba a llamársele el más enterado en temas de Seguridad Nacional e Inteligencia de Gobierno. Y lo era, sin duda, contrastando tanto esta realidad con otra, que fue el talón de Aquiles años después, cuando se alejó obligadamente de la vida pública.
El mismo día que don Jorge era investido como candidato del PRI al gobierno en su natal Jojutla, ante el presidente nacional de este partido, Fernando Ortiz Arana, enseñó la faceta que tanto le dañaría ya en el cargo: su intolerancia. Un grupo de activistas de su partido le gritaban para que platicara con ellos y lo hacían en el tono que solían, fuerte y directo, y hubo uno de ellos, atrevido, que le dijo en tono tribunero de cancha de llano: “¡Nuestro candidato no necesita ir rodeado de guardaespaldas”, en referencia a miembros del grupo político “Los Gumacos” que ahí mismo mostraban que si Carrillo se encontraba de candidato, si iba a ser gobernador, ellos fueron indispensables. “¡Quién me está hablando así!”, reviró Carrillo, dejando a Ortiz Arana, a Lauro Ortega y a toda la bola que le rodeaba. Y el osado lo encaró, le dijo quién era y le repitió que no necesitaba guardias, que no tenía esa necesidad. En la realidad Carrillo no llevaba guardias, fue una acción natural de los muchachos que se preparaban para gobernar junto a él, los que creían que “se las debía”.
Y llegó el Carrillo real, el que nunca hizo a un lado la intolerancia, que siempre consideró rupestres a los políticos locales y el obstinado en tener la razón. Eso sí, nunca perdió el detalle fino de hombre culto y no era quererlo demostrar, realmente lo ha sido desde siempre. Sin embargo, su desencanto con Morelos no sólo fue encontrarse con aquel priista irreverente de La Perseverancia en Jojutla, sino con las mujeres de Xoxocotla y Tepoztlán, a las que simplemente desdeñó. Sabía mucho pero nada de Morelos, y lo primero que vivió cerca de sus paisanos le fue desagradable. Gobernó sin pasión, se rodeó de lo que llegó a llamar “un gabinete de lujo” comparándolo con el del presidente de la República en turno, Ernesto Zedillo, y nos llenó de desconocidos.
Una prueba de ello es el primer responsable de la Comunicación Social, con el que nos encontramos fuera de Catedral y caminamos juntos por la calle Hidalgo. Pidió de favor que detuviéramos la conversación en la mera esquina, donde está la zapatería todavía, y le llamó a su chofer: “No se en qué lugar estoy, espérame tantito, ahora mismo pregunto…”, le dijimos que en Hidalgo y Galeana, cuando todavía creíamos que estaba bromeando. Y le consultamos si su chofer estaba lejos. “No, está en la oficina de Palacio, que ya viene para acá”. En efecto, lo teníamos a tres metros en la camioneta, sobre los escalones que llevan a Los Arcos. Sintió pena y la justificó: “Es que la verdad todavía me pierdo por aquí”. Llevaba la campaña y un mes ya en la administración. De ese tamaño era el despiste y desconocimiento sobre la gente morelense. No era un buen augurio. Por cierto, el comunicador era un muy buen tipo, preparado, de buen perfil, pero no conocía a nadie aquí.
Graco Ramírez desde la calle impulsó la salida de Carrillo, el casi gobernador fue fundamental para que desde la ciudad de México los poderes lo quitaran. Graco creció políticamente, porque aunque respaldado por otros sectores, él se veía siempre al frente, aun no estándolo. La cabellera de don Jorge paseaba victorioso Graco en su diestra en aquellos días de mayo de 1998. Pero no era Graco, él aprovechaba sus buenas relaciones y disposición para tener atenciones lo mismo de Liébano Sáenz que de Francisco Labastida, secretario particular y secretario de Gobernación del verdadero enemigo de Carrillo Olea: el presidente Ernesto Zedillo.
Bien, don Jorge siempre ha estado aquí, se le ve en el súper, en los comederos de la grilla, en librerías y ocasionalmente –por cierto en forma atractiva y clara— en artículos en La Jornada o dando entrevistas a Proceso sobre temas importantes de seguridad nacional y política. Pero ha ido más allá, integrado con la sociedad con la que no pudo empatar en sus años de gobernante. Parece que como civil lo ha hecho y está sumamente activo. Que si se reanima porque su adversario o enemigo de aquellos días será gobernador y se coloca en el blanco del tiro, él lo sabrá, pero de que está, está, y aquí los dejamos con una carta que envía a uno de los funcionarios importantes en la entidad: el presidente municipal de Cuernavaca, él en su calidad de vicepresidente del grupo “Por un Presente Mejor”:
Sr. Licenciado.
ROGELIO SANCHEZ GATICA.
Presidente Municipal.
P r e s e n t e.
El 15 de mayo pasado solicitamos a usted, con apego a nuestras garantías constitucionales, artículo 8°, una entrevista para precisar el porqué de la falta de cumplimiento por parte suya sobre compromisos verbalmente adquiridos con nosotros en nuestra última entrevista. No deja de sorprender que siendo usted un afamado jurista desestime los deberes que nada menos nuestra constitución fijan a los funcionarios públicos.
Creemos que una apropiada relación con la sociedad hubiera hecho más transitable el escabroso camino de su administración. En lugar de su encierro, mucho bien le hubiera hecho hacer participe a la sociedad de la terrible situación en que encontró la administración municipal. No, prefirió declararse encubridor de posibles delitos y finalmente hizo denuncias “contra quien resulte responsable”, por quebrantos presupuestales insuficientemente substanciados.
Oficialmente decidió ignorar lo que todo el mundo sabe. ¿Un alarde de sagacidad? Todo esto con un propósito: usted cree que con esas vagas denuncias se lava las manos al mismo tiempo que sigue encubriendo a posibles delincuentes en un acto de vergonzosa conducta.
Volvemos a apoyarnos en nuestro derecho constitucional de petición, Art. 8°, formulando esta solicitud de audiencia por escrito, de manera pacífica y respetuosa tal como está prescrito.
Jorge Carrillo Olea.
Vicepresidente.