PISA, según sus siglas en inglés, es un Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos. Se trata de un proyecto de la OCDE, cuyo objetivo es evaluar la formación de los alumnos cuando llegan al final de la etapa de enseñanza obligatoria. Es una población que está a punto de iniciar la educación post-secundaria o bien, a punto de integrarse a la vida laboral. La información que ofrece el programa permite a los países miembros, adoptar las decisiones y políticas públicas necesarias para mejorar los niveles educativos. La evaluación cubre las áreas de lectura, matemáticas y competencia científica, y el énfasis está en el dominio de los procesos, el entendimiento de los conceptos y la habilidad de actuar o funcionar en varias situaciones.
Según últimos datos de la misma OCDE, México fue el país que más avanzó en la prueba citada, de los años 2003 al 2009, pero permanece entre los que tienen grandes dificultades en las áreas de español y matemáticas. Sin duda, en la última década se ha invertido mucho dinero para mejorar, pero es tal el rezago, que los avances se podrán ver hasta el 2030, siempre y cuando no se deje de invertir en educación, y haya un mayor compromiso de los maestros, directivos y sindicatos. Eso implica mayor preparación pedagógica, puntualidad, tolerancia, cero ausentismo, más horas efectivas de clase, más capacidad de vinculación humana y un gran aprecio por la labor y el quehacer educativo. Pienso que de ninguna manera se deben perder los derechos laborales obtenidos por los profesores, con o sin sindicatos, pero siempre y cuando no se afecte el desempeño y la calidad educativa que requieren los alumnos. Si lo hacemos, estamos destinándolos a un futuro poco esperanzador. Los estudiantes de cualquier nivel educativo y socioeconómico, no deben estar en medio de algún tipo de negociación. Si tiene que haber “guerra”, por la lucha de los derechos de los trabajadores, es imperativo que se considere como área blanca el proceso de formación académica de los estudiantes. Ni un paso atrás en esta propuesta. La responsabilidad está en ambos sectores: el gubernamental y el sindical. No hay que disimular. Se requiere superar la suspicacia. Pero los ciudadanos no podemos ser “espectadores pasivos y sufrientes” del tremendo daño que se está causando a millones de niños y jóvenes que están en procesos formativos. En otros lugares del mundo, este estado de cosas de la educación mexicana, lo considerarían como fraudulento, y no como el lugar común, como lo vemos ahora los mexicanos, que hasta respondemos con el cómodo “¡ni modo, no se puede hacer nada!”. Según un reporte de directores de las escuelas primarias de los países pertenecientes a la OCDE, en México reportan un 70% de ausentismo, de llegadas tarde a las clases y de una importante carencia de formación pedagógica. El nivel de complicidad y omisión que hemos tenido los mexicanos ha llegado a ser verdaderamente alarmante, pero esto no puede seguir así. Hay muchas expectativas para los próximos años, pensamos que el nuevo gobierno deberá dar resultados y por supuesto que tendrá que hacer su tarea, pero también los ciudadanos debemos participar con mayor vigor y compromiso. Eso significa, no actuar sólo porque nos conviene hacerlo, desde nuestra individualidad. La tarea es colectiva, no puede quedarse en la conveniencia de sectores beneficiados por el gobierno en turno. Eso nos ha hecho mucho daño como país: el pensar sólo en el beneficio propio y únicamente protestar cuando no lo obtenemos; el dejar de lado a tantos mexicanos que ni siquiera pueden pensar que sus derechos están siendo pisoteados y que no tendrán la capacidad para defenderlos y luchar por ellos, aunque su intuición les indique, que algo no está bien en el sistema educativo actual. Pocos tienen acceso a la educación, los demás han sido excluidos. Razón que no atinan a identificar como una falta grave de quienes ejercen el poder. No debemos ver los temas de la educación como situaciones aisladas, al contrario, los ciudadanos debemos poner en el centro de la atención de los que gobiernan, el tema educativo. Pero no sólo para asistir a los recintos educativos, sino para exigir también calidad. No más simulaciones en ningún nivel educativo. No ahorcar a la educación pública para privilegiar a la privada, sin negarle a ésta su valía, cuando en realidad la tiene. ¡Hasta la próxima!