Hace unos días en Twiter leí una frase con la cual me identifiqué inmediatamente: “Hoy en día, lo verdaderamente radical es ser moderado.” No recuerdo quién era el autor del twit, pero me parece que contiene mucha sabiduría. Actualmente vivimos un estado de crispación constante a nivel noticioso y en las redes sociales, entre quienes están a favor y en contra del gobierno actual, entre quienes consideran a López Obrador como el mejor presidente de la historia (“es un honor estar con Obrador”) o el más nefasto (“es un ignorante, nos está llevando al desastre”). Lo más probable, es que la verdad está en un punto medio y tenemos un presidente “regular”; el futuro lo dirá.
La razón por la que me identifiqué con el twit es porque soy una persona que duda todo el tiempo, que nunca está segura de si realmente tiene la razón. Esto es algo que a los científicos se nos inculca desde temprano, ya que en nuestro trabajo de investigación no hay verdades absolutas, siempre hay cosas nuevas por descubrir. Siempre debemos estar dispuestos a escuchar pacientemente las opiniones de quienes piensan diferente de nosotros, incluso si lo expresan en tono ofensivo, y si nos dan evidencia y argumentos suficientes para mostrar que estamos en un error, aceptarlo. Del mismo modo, se nos enseña a decir “no estoy de acuerdo” y dar argumentos. Esto no es fácil siempre, los seres humanos a veces somos orgullosos y otras, por miedo a lo desconocido, nos aferrarnos a las ideas que nos dan seguridad.
Muchos votamos por López Obrador porque nos pareció que, a pesar de algunos de sus defectos, era urgente la necesidad de un cambio en el país, después del sangriento sexenio de Calderón y la negligencia de Peña Nieto y de más de tres décadas de neoliberalismo que no nos han llevado a un mejor país para la mayoría. Creo que el movimiento de la 4T está lleno de gente realmente bien intencionada, que quiere hacer mejor las cosas. Creo también que hay una gran cantidad de opositores que sólo defienden sus intereses y que ansían que este gobierno fracase. Pero también veo que hay muchos oportunistas en la 4T, algunos de los cuales representan lo peor y más corrupto de los antiguos regímenes. Hay otra parte de dicho movimiento que son los resentidos, aquellos que creen que la única manera de mejorar es derrumbar todo lo que se ha creado durante estas últimas décadas, porque “nos dejaron un cochinero”. También veo que hay una gran cantidad de gente íntegra que critica de manera justa lo que hace el actual gobierno.
No me interesa mucho lo que digan personajes como Calderón en las redes sociales, pues sus comentarios son cínicos e indefendibles. En cambio sí me preocupa mucho lo que diga el presidente y los miembros de su gabinete, porque ellos nos gobiernan a todos y les toca llevar el timón del país en estos momentos. De acuerdo a una nota de El Universal, del día 6 de junio, en visita a la refinería Lázaro Cárdenas, el presidente dijo que “se acabó la simulación y las medias tintas”, dijo que “o se está por la transformación o se está en contra… se está por la honestidad y por limpiar a México de corrupción o se apuesta que se mantengan los privilegios de unos cuantos a costa del sometimiento y empobrecimiento de la mayoría de los mexicanos”.
Desde que asumió el poder, este ha sido su lenguaje: aquellos que lo critican son gente interesada, corrupta, que quiere mantener sus privilegios y que está en contra del pueblo, son “adversarios”. Y en este saco ha metido a una gran cantidad de críticos, incluso mucha gente que creyó en él. La famosa “terquedad” de López Obrador, que lo llevó a conseguir la presidencia en 2018, es también uno de sus principales defectos, que le impide escuchar opiniones diferentes y le hace creer que sólo él entiende lo que el país necesita.
López Obrador le ha dado la espalda a la comunidad científica, o por lo menos a la mayoría de ella, debido a que ha criticado algunas de sus decisiones. Por ejemplo, su política energética, que se aferra al pasado petrolero, en lugar de apostar porque México se convierta en un país líder en energías renovables, como ya han comentado otros colegas en esta columna. No pretendo decir que los científicos seamos infalibles, somos personas que sabemos bastante del tema de nuestra especialidad pero a veces muy poco de otros asuntos. Sin embargo, en la comunidad científica hay especialistas en todas las áreas y a la mayoría nos gusta dialogar y escuchar a otros, porque esto nos ayuda a aprender cosas nuevas y entender mejor el mundo.
He aquí un gran valor para el país que la 4T no está sabiendo aprovechar.
Los eventos de las últimas semanas lo muestran, cuando se está dejando sin apoyo gubernamental a las sociedades científicas, como la Academia Mexicana de Ciencias, y se ha estado a punto de dejar a los propios centros de investigación del Conacyt sin recursos para sus necesidades más básicas (“lujos” como pagar la cuenta de la luz) o el caso del CINVESTAV, que lucha actualmente por evitar un recorte que lo haría virtualmente desaparecer. Esta es una ruta suicida, que amenaza con extinguir el ecosistema científico, pequeño pero sólido que, mal que bien, se logró fortalecer en el período neoliberal. No todo lo del pasado es malo.