La especie humana ha llegado a su desarrollo actual con la ayuda de herramientas. Así, una vara de madera afilada hizo la diferencia entre intentar atrapar un pez resbaladizo, con una alta probabilidad de quedarse sin cena o pescarlo con hábil certeza de un solo tiro.
Herramienta y persona se han unido a lo largo de los tiempos a veces en momentos de duro trabajo, a veces en momentos de feliz descubrimiento, y con mucha frecuencia, en la satisfacción del éxito alcanzado de una empresa difícil. Herramienta y persona se transforman mutuamente y se recrean, por ejemplo, en la figura de un centauro moderno, ser humano y automóvil unidos.
Los libros son una extensión de nuestra memoria, pues nos ayudan a recordar y reflexionar tantas cosas como nunca antes. Su herramienta es el lenguaje humano, el que las personas usamos cotidianamente y que llamamos idiomas, como el español, zapoteco, chino mandarín. La especie humana usa el idioma desde el inicio de su existencia, quizá mucho antes de usar la estaca que nos ha servido de ejemplo anteriormente. Se expresaba el dolor mediante un grito o ternura a través del murmullo en el antecedente de una canción de cuna. Después de esos primeros balbuceos, se forjaron las primeras palabras como “agua”, “mamá”, “no” y otras por el estilo. Poco a poco las palabras crecieron en número y complejidad, hasta llegar a nuestro lenguaje actual, que seguirá cambiando.
En aquellos tiempos antiguos, a la luz de la luna y de una fogata, las primeras personas se reunían, después del trabajo, a contarse anécdotas y reafirmar las creencias de su cosmovisión. Así construían su cultura y daban respuesta a sus preguntas. También se juntaban a contar sus experiencias y analizarlas con el fin de mejorar sus habilidades. Persona y lengua se funden desde sus inicios para dar forma a un nuevo ser, el que habla, y, tiempo después, al poderoso ente que habla, lee y escribe. Esta forma directa de buscar y compartir conocimiento sigue vigente y es una de las razones por las que todas las personas somos valiosas, especialmente aquellas que gustan de buscar conocimiento.
El escrito más antiguo del que hasta ahora se tiene noticia trata de los registros contables de un comerciante Irakí. Muchos años después saldrían a la luz los poemas de origen griego que hoy compilados conocemos como la Odisea y la Ilíada y que se consideran fundadores de nuestra literatura universal. La herencia de nuestra otra raíz, la de la cultura originaria americana, podemos encontrarla en libros como el Popol Vuh. A partir de entonces el lenguaje ha servido para que las mujeres expresen sus inconformidades, experiencias e ideas sobre el mundo en que viven.
Así, Sor Juana Inés de la Cruz (Estado de México, 1648?-1895) escribió generalmente de temas religiosos, aunque en un fragmento del poema donde “Arguye de inconsecuencia el gusto y la censura de los hombres, que en las mujeres acusan lo que acusan” la escritora nos dice (“Ocho siglos de poesía en lengua Castellana”, Montes de Oca):
“Si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
¿Por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?
Combatís su resistencia
y luego con gravedad,
decís que fue con liviandad
lo que hizo su diligencia”
Este fragmento nos muestra que también aprovechó la oportunidad para denunciar las contradicciones que había en la educación hacia las mujeres de su época, muchas de ellas aún vigentes.
Otra gran escritora, fue la creadora de Orgullo y Prejuicio. Jane Austen (Gran Bretaña, 1775-1817) escribió mucho acerca de cómo se vivían el amor y el matrimonio en la sociedad de aquellos años. Estas formas tienen algunos parecidos a nuestra forma de amar actual, por lo que cada vez tiene más lectores de todas las edades.
En cambio, la escritora mexicana Amparo Dávila (Zacatecas, 1928-2020), escribió sobre el encierro al que frecuentemente estaban obligadas muchas mujeres del siglo XX y las consecuencias que les acarreaba como angustia, soledad, frustración: “Llevábamos entonces cerca de tres años de matrimonio, teníamos dos niños y yo no era feliz”. Los acontecimientos los encontrarán en el libro “Cuentos reunidos”, en la narración llamada “El huésped”.
Las escritoras de nuestro tiempo escriben sobre el Coronavirus. El miedo al contagio, el encierro obligado, esta vez por una causa sanitaria, la pérdida irreparable de los seres queridos. La escritora Elisa Castelo (CDMX, 1986-) en su poema “En la medida de lo posible” (https://www.revistadelauniversidad.mx/articles/baf8df7a-4d18-40c6-991e-6987c76d7843/la-medida-de-lo-posible) nos relata su experiencia en esta pandemia:
Cada mañana es la misma: trastes sucios y pájaros
que se rompen de tanto canto y canto. La misma
hora hueca y sin esquinas. Las cosas siguen iguales,
(…)
Me lavo las manos veinte veces al día, con reducción
de cloro sanitizo las cosas que toco con frecuencia.
Años en cuarentena, salvándome la vida sin vivir
o casi. (…)
El poema sigue, porque la vida sigue y sigue la literatura como expresión de vivencia humana. Los invito a leer las grandes obras literarias de la humanidad y, sobre todo, los invito a leer a las autoras, del mundo y de México. Esas grandes y hábiles cazadoras de historias que, aunque injustamente devaluadas por el aparato patriarcal, nos alimentan y transforman con su luz compartida. Junto a ellas, crearemos nuevas narrativas y nuevos futuros.