En una palabra, en los siguientes tres meses estaremos listos para la parafernalia.
Con la atención puesta en lo que viene, tolerando al extremo los sucesos del hoy que siguen doliendo sobre todo en inseguridad y crimen organizado, la sociedad ve pasar el tiempo más pensando en la sobrevivencia de la familia, tanto alimentaria como de su integridad, que en quiénes van a ser los candidatos. Es ocioso gritar, dispendiar, en actos de gobierno como el de los cinco años del presidente Felipe Calderón, en insistir, restregar a los mexicanos que la guerra sigue aunque en cada asalto las instituciones han sido apaleadas y están en el segundo minuto del doceavo y último asalto bañadas en sangre, sin visión en ambos ojos y, todavía, con un ministro de finanzas debilitando a su jefe en sábados y domingos subrayando que la guerra debe continuar en tanto lo cargan y vitorean seguidores de su partido.
Tristemente en el plano federal la estatura en todos los sentidos ha sido menor partiendo del jefe, pasando por el ministro y estacionándose con la torva mirada de un hombrecillo como Alejandro Poiré –dice que debe pronunciarse Pauré--. Prender el televisor y encontrarse con cualquiera de ellos es desagradable, como lo es asimismo el saldo rojo del día, solo que éste es inevitable y aquéllos no porque pronto dejarán sus asientos.
Decían en tiempos no muy lejanos: “Esto se acabó”. Lo aludían a que llegando los candidatos el gobierno en turno se dedica solamente a arreglar papeles, cuadrar números y llevarse hasta los lápices a la casa porque vienen otros y, lo más seguro, no serán de su mismo bando. Hay que barrer, trapear y, sobre todo, dar una buena lavada a la fachada. No vaya a ser la de malas.
En Morelos serán meses intensos a diferencia de otras entidades, puesto que aquí la elección es concurrente, coinciden federales y local, igual que en Jalisco, Guanajuato y otro que no registramos en este momento. Se nota el empecinamiento en que la realidad, contundente en cuanto a la violencia, igual de claro en los números de las preferencias, sea trastocada. Es cierto que todo puede suceder, pero entre la tempestad que nos azota socialmente, los mismos que gobiernan saben que los números les son adversos y van a hacer lo imposible desde el poder para que el sueño no concluya en 11 años que se están cumpliendo, porque el último es de limpiar la casa y concertar que no sucedan acontecimientos que los dañen moral y políticamente.
Así entonces, en Morelos la batalla político-electoral está dándose, tiene meses; le pegan al que creen que va a suceder a Marco Adame, buscan descarrilar el tren que avisa su arribo, y tememos que haya acciones políticas extremas que rayen en la locura. Los ánimos están caldeados. Es notable la exasperación desde el banquillo oficial; el partido que gobierna pierde las cabales; sus principales personajes lo mismo buscan la orilla contraria con timidez que se avientan con todo; se establecen alianzas increíbles, no por fórmula ganadora sino para impedir el paso no de la locomotora que parece los arrasará, sino del maquinista.
No se necesita a estas alturas hacer apuestas como hace tres años que no se veía por dónde el PAN perdería Cuernavaca, sus distritos, los restantes de la entidad y las principales ciudades. Está más que anunciado y si no lo comparten en otros espacios, no es por el cuidado de las formas, mas por la existencia de una esperanza que no sea así y operan en ese sentido. Para el proceso anterior, el centro responsable de la operación política-electoral-mediática estaba a cargo de Javier López Sánchez, jefe de asesores y de prensa del gobierno, con recursos infinitos. Esta vez, todo indica, se hará a través de las delegaciones federales, todas en manos de personas con filiación panista y sin la mira del ciudadano local sobre de ellos.
Hay que colocársela, porque habrá golpes arbitrarios y una alta dosis de desesperación porque poder es poder y los números, esos fríos y precisos números, dicen que no les alcanza a los que están para que sigan ahí. Clarito.