Tenía que multiplicar esfuerzos, sobre todo por el bajo nivel académico que lamentablemente existe en muchas instituciones de provincia en los estudios de licenciatura. No era cuestión de buscar culpables y justificaciones, era razón de demostrarme que si podía salir adelante con este reto en mi vida. En esa época compartía un pequeño cuarto con un amigo que hacía una licenciatura en la UNAM y que por cuestiones familiares tenía que viajar a Acapulco todos los fines de semana. Por lo anterior, el viernes por la mañana nos despedíamos, para vernos hasta el lunes por la noche. Aprovechaba el fin de semana para dedicarme a estudiar temas del curso de Bioquímica, una asignatura muy difícil para todos; cada unidad era desarrollada, a manera de seminarios, por profesores muy reconocidos en sus áreas. Así que teníamos que leer ampliamente cada tema en diversos libros, resolver problemas, etc. Eso me llevaba a estudiar un promedio de 12 horas al día, haciendo pausas para comprar y preparar algo de comida y posteriormente seguir estudiando. Así transcurría el fin de semana, sin amistades, sin familia, pero si con el deseo de salir adelante. Creo que me sostuvo más mi orgullo que los conocimientos que tenía en ese momento; sin embargo, los mejoré en esta etapa. El domingo, alrededor de las diez de la noche, solo me quedaba encender una vieja grabadora y escuchar alguna estación de radio de la época, donde a veces coincidía con una canción de Roberto Carlos, que dicho sea de paso, fue un cantante que marcó la vida de muchos adolescentes de aquella época. Hacía alusión a un fin de semana, que se hacía largo sin la compañía de su enamorada, y yo lo relacionaba con mi largo fin de semana estudiando, estudiando, horas y horas. En ese momento, al estar concluyendo un fin de semana más, reflexionaba de mi vida, mi familia, que se encontraba lejana, esperando que ellos hubiesen disfrutado más agradablemente el fin de semana, comiendo juntos, viendo la televisión y conversando; actividades que no podía hacer, pero pensaba que algún día tendrían su recompensa.
Ahora con el pasar de los años, con compromisos familiares, los fines de semana ya no son largos. Hace unas pocas semanas, disfrutamos ir a Cuernavaca y visitar la librería Gandhi, donde se tiene un ambiente agradable para ver títulos de diferentes temáticas. Ese ambiente me recordó la biblioteca que se encuentra cerca de la casa que habitábamos en Estados Unidos, que estaba abierta aun los fines de semana y que tiene un ambiente que inspira a pasar horas leyendo libros. Afortunadamente, mis hijos se han acostumbrado a la lectura, después de una experiencia de vida en Estados Unidos donde asistieron a la escuela elemental. Les hacían leer una buena cantidad de libros y les aplicaban un examen para conocer su grado de compresión del tema. En mi opinión, nuestro sistema educativo elemental carece de esta actividad, la cual nos abre otro panorama, el ser más crítico y poder ser mejores ciudadanos y personas, en pocas palabras nos hace más educados y ver la vida desde otra perspectiva. Esta visión nos puede ayudar a valorar lo que tenemos, a disfrutar la vida y sobre todo a tratar de hacer bien las cosas que tenemos que cumplir sin llegar a actividades, que hoy están costando mucho a nuestro país, como son la corrupción y la violencia. Observamos actos vandálicos, que hasta donde alcanza mi inteligencia, no logró visualizar la ganancia de destruir e incendiar, golpear gente y hasta privarlas de la vida. Creo que esto es falta de valores, que desafortunadamente no se adquirieron por falta de educación, que lógicamente se complementa en casa. Así seguimos en este círculo vicioso, que desafortunadamente no podemos romper. Podemos tratar de hacer fines de semana que no sean tan largos, que los disfrutemos haciendo alguna actividad como las descritas, o simplemente ir a un buen parque y sentarnos a leer y comentar alguna temática cultural que nos ayude a ser mejores personas.
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