Fue entonces el nacimiento de esta nueva rama del conocimiento. No obstante, los estudios respecto a los componentes que determinan la musicalidad llevan años realizándose.
A partir de observaciones y estudios, se han reconocido cuatro de esos componentes: el canto, la música instrumental, la sincronización social y la danza, y resulta interesante notar que los humanos no somos los únicos que expresamos dichos componentes. El canto puede ser efectuado por aves, focas y ballenas, cantos que son aprendidos y enseñados a lo largo de las generaciones. La música instrumental puede ser tan simple como el sonido producido al aplaudir o cuando un loro Probosciger aterrimus golpea un tronco hueco con una vara. La sincronización social mediante sonidos es observable en ranas y grillos. La danza puede ser disfrutada durante el ritual de cortejo de los albatros de patas azules Sula nebouxii.
Sin embargo, para poder identificar otros componentes de la musicalidad humana, específicamente sus raíces genéticas, se han tomado como base dos fenómenos: la amusia y la afinación absoluta. La amusia, o sordera tonal, es la dificultad de identificar notas fuera de tono en una melodía reconocible. Se ha estimado que aproximadamente 3% de la población padece esta condición. Caso contrario es la afinación absoluta, que es la capacidad de identificar o producir una nota (e.g. Do central o La concertante) sin una referencia externa.
Estudios con poblaciones de gemelos idénticos y no idénticos han concluido que ambos fenómenos parecen tener cierto componente hereditario. Los genetistas han encontrado regiones en el genoma humano relacionados (de alguna manera) con la musicalidad, por ejemplo la región cromosómica WBS (Síndrome de William-Beuer) en el cromosoma siete humano. La monosomía (un error genético) en dicha región está ligada a impedimentos cognitivos, disparidad entre habilidades espaciales y verbales, déficit de atención y ansiedad. Curiosamente, también está asociada a hipersociabilidad, incremento de empatía, de sensibilidad auditiva, de creatividad y expresividad. Análisis más recientes han llegado incluso a determinar genes candidatos relacionados con afinación absoluta (e.g. PCDF5α, AVPR1A o FOXP2).
La musicalidad es una característica bastante compleja de un organismo y es difícil determinar el grado de musicalidad de una persona debido a que su capacidad musical, como cualquier rasgo físico, es influida tanto por factores inherentes al individuo como por aquello que le rodea. No es extraño conocer personas que se autocritiquen de “no ser buenas para la música”, por lo que no se han animado a tocar algún instrumento, o lo dejaron prontamente después de iniciar. Quizá incluso sea usted, estimado lector, uno de ellos. Quizá todos tengamos alguna alteración genética que beneficie o perjudique nuestra percepción musical. Sin embargo, el hecho de intentar comprender el fundamento genético de este tipo de cuestiones, de ninguna manera debe atenuar el interés de desarrollar nuestras capacidades musicales.
Ahora bien, pregúntese: ¿ha escuchado la melodía de Pequeña Serenata Nocturna K. 525 (Mozart) y no la ha tarareado después?, ¿ha notado que el Canon en Re Mayor (Pachelbel) es una sola melodía repetida a destiempo que suena armónicamente bien?, ¿ha escuchado el característico ritmo de la “Habanera” de la ópera “Carmen” (Bizet)?, ¿ha sentido ganas de bailar cuando escucha “Amor de mis Amores” (Margarita, la Diosa de la Cumbia)?
Si contestó “Sí” a cualquiera de las preguntas anteriores: ¡Felicidades! Usted tiene posibilidades de desarrollar su perfil musical. Lo invitamos a explorar esta capacidad que tenemos los seres humanos no sólo de apreciar y sentir la música, sino también de producirla con la ayuda de algún instrumento. Eso sin mencionar los beneficios que representa el estudio de un instrumento musical… pero esa es una historia para otra ocasión.
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