La Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, allá y entonces, indicó que “al final del año crítico de 2009 lograron recuperarse 418 mil 450 empleos, pues de un desempleo absoluto que abarcó a 2 millones 925 mil 45 personas, en el tercer trimestre de ese año, durante los últimos tres meses la desocupación abierta alcanzó a 2 millones 506 mil 450 personas”. Así las cosas, la tasa de desempleo en los últimos tres meses de 2009 fue de 5.3 por ciento de la Población Económicamente Activa, cifra inferior al 4.3 por ciento del último trimestre de 2008.
En la medida en que ha ido recuperándose la economía, más en función de la demanda externa que de razones estructurales internas, el empleo ha ido también desempeñándose, así sea a cuentagotas, de manera positiva. Sin embargo, la misma información del INEGI da cuenta de que los empleos recuperados son precarios, de baja calidad. Puede verse ello en función de la subocupación.
En el tercer trimestre de 2009 las personas que tenían un trabajo –formal o informal-- pero que no les daba para satisfacer sus necesidades básicas sumaban 3 millones 825 mil 67; tres meses después, para el último trimestre, los subocupados eran un poco más: 3 millones 899 mil 692 personas, es decir, 74 mil 625 más.
La precariedad de los trabajos recuperados también puede verse en los indicadores de informalidad. El 2009 acabó con 12 millones 600 mil personas en la informalidad, es decir, casi un millón más que al final de 2008.
Hasta aquí la información del INEGI que, de alguna forma u otra, contempla la evolución del desempleo en Morelos, donde también tenemos lo nuestro en cuanto a la precariedad y calidad de los espacios laborales.
El escenario para las empresas locales es deplorable. Usan mano de obra de poca calificación, se desarrollan con escasa capacidad económica y poseen tasas de utilidad bajas, circunstancia que se asocia a la excesiva carga tributaria.
Nuestro mercado de trabajo es de precarismo. Los empleos ofrecidos son de baja calidad, comparativamente con otras regiones del país. Esto implica un enorme rezago en términos de bienestar para las familias, pero es también una de las más severas debilidades para el desempeño de la economía estatal, pues se trata de ocupaciones de muy baja productividad, lo que merma las posibilidades de un crecimiento sostenido de la producción.
Un documento del Observatorio Laboral Mexicano indica que en la distribución por escolaridad de los trabajadores ocupados, el rubro de técnicos en medicina humana el 68 por ciento tiene niveles de secundaria; 14.7 por ciento son profesionales medios; 12.9 por ciento posee educación superior, y 4.5 por ciento cursó hasta la primaria. Un 54.1 por ciento de egresados de secundaria se ocupa en el sector de peluqueros, embellecedores y similares; 22.7 son profesionales medios; 20.9 por ciento tiene hasta primaria, y 1.9 por ciento alcanzó el nivel superior. Dentro del segmento de secretarias, taquígrafos, capturistas y similares, 49 por ciento tiene primaria; 30.9 por ciento son profesionales medios; 16.5 por ciento posee nivel superior, y 3.5 hasta secundaria. Tocante a los empleados de comercio en establecimientos, el 47.6 por ciento cursó estudios de secundaria; un 24.1 por ciento hasta primaria; 27.4 por ciento tiene nivel de profesional medio; 7.2 por ciento nivel superior, y 17.6 por ciento hasta primaria. En torno a conductores y ayudantes de conductores de transporte terrestre la situación es así: 43. 7 por ciento niveles de secundaria; 24.1 hasta primaria; 24.5 por ciento profesionales medios, y 7.4 por ciento niveles superiores. Y todos perciben sueldos que oscilan entre 4 y 8 mil pesos mensuales.
Hace una semana el gobierno federal anunció que durante 2010 se crearon más de 730 mil empleos, la cifra más alta en los últimos 14 años. Una buena noticia. Empero, el incremento vino acompañado de una merma en la calidad de los trabajos. De acuerdo con el INEGI, la proporción de trabajadores que ganó más de cinco salarios mínimos bajó de 12 por ciento a fines de 2006 a 9 por ciento al finalizar el tercer trimestre de 2010. En cambio, en ese lapso aumentó de 20 por ciento a 23 por ciento la gente que ganó de uno a dos salarios mínimos mensuales. Personas que perdieron sus empleos lo recuperaron, pero ahora ganan menos.
¿Qué se ha hecho al respecto? Después de estallada la crisis internacional, la administración calderonista lanzó un plan “contracíclico”, inversión pública sobre todo en el área de comunicaciones. Buena parte de ese presupuesto nunca se ejerció por obstáculos burocráticos o falta de proyectos viables. Morelos no escapó de esa dinámica. Los subejercicios siguen inalterables.