Son circunstancias caracterizadas por la incertidumbre ante el costoso esfuerzo gubernamental desplegado para resolver la problemática delincuencial. No confían en las políticas públicas diseñadas contra el crimen, amén de que identifican, de alguna forma u otra, la debilidad de las instituciones encargadas de procurar e impartir justicia.
Un estudio del Centro de Investigaciones para el Desarrollo (CIDAC), elaborado en 2008, indica que en México la impunidad es de 93 por ciento para todos los delitos (es decir, sólo 7 de cada 100 casos concluye con la condena del responsable). A nivel internacional los países que menos impunidad presentan son Azerbaiján (37.5 por ciento), Bielorrusia (60.6 por ciento), Grecia (74 por ciento) o Inglaterra (77.4 por ciento); en tanto que México aparece entre las naciones con mayor impunidad junto con Portugal (95 por ciento) o Argentina (98.7 por ciento). La impunidad para el caso de homicidio es menor, pero no envidiable: 85 por ciento.
Y con relación a la situación en nuestra entidad federativa, comentaré que a pesar del esfuerzo desplegado por algunas instituciones, entre ellas la Procuraduría General de Justicia (PGJ), a fin de disminuir los niveles de impunidad, ésta pudo alcanzar niveles del 94.5 por ciento en 2010. Así las cosas, mucho deberá hacer el gobernador Marco Adame Castillo, durante el resto de su administración, para fortalecer la procuración de justicia, uno de los cuatro pilares del sistema integral de seguridad pública que él mismo ha propugnado desde 2006 (los otros tres son la prevención y disuasión de los delitos, la administración de justicia y la readaptación social). Tiene procurador, pero inmerso todavía en condiciones operativas precarias.
Apenas comenzó el año nuevo, pero los principales actores políticos ya demostraron su principal preocupación: alcanzar un nuevo cargo de elección popular durante el proceso electoral del año próximo, cuando habrá de renovarse la jefatura del Poder Ejecutivo, elegirse a senadores y diputados federales por Morelos, los 30 legisladores integrantes del Congreso local, 33 nuevos presidentes municipales e igual número de síndicos, así como una cantidad indeterminada de regidores. Se acerca vertiginosamente la fiesta del hueso. Sin embargo, me parece que el principal desafío para todos, absolutamente todos, será enfrentar la inseguridad pública, la creación de empleos y el mejoramiento del nivel educativo morelense en sus diferentes niveles, amén de encontrar nuevas fuentes de financiamiento destinado a la infraestructura.
Desde mi particular punto de vista, los aspirantes a la gubernatura y a los cargos más importantes de representación en el Congreso federal deberán satisfacer una extensa lista de requisitos, encabezada por la capacidad de convocatoria y tendencia hacia la reconciliación. Hoy por hoy, la clase política morelense permanece polarizada debido a que la incipiente democracia no acaba de aterrizar, no obstante haber comenzado en el año 2000; al hecho de que el “viejo sistema” no se ha ido, y a que nuestros ínclitos políticos se avocaron a preservar sus muy particulares estilos de vida. Es decir: se acostumbraron a vivir del erario cumpliendo la máxima del sabio potosino apodado “El Tlacuache” Garizurieta: “Vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”.
¿Quién, además, tendrá la suficiente aptitud administrativa para manejar los recursos de que dispone el gobierno del Estado? ¿Quién posee la mayor visión de estado? ¿Quién alcanzó ya los niveles emocionales que frenen sus tentaciones autoritarias? ¿Quién podrá observar a los de enfrente como potenciales aliados hacia una causa común y no desear su exterminio, lo cual ha sido reiterativo desde el 2000 hasta ahora? ¿Quién podrá conducirnos hacia una mayor cohesión social, donde prevalezca el cambio de mentalidad para convertir a Morelos en un territorio caracterizado por su competitividad y liderazgo frente al resto de la República?
Abundan los nombres de quienes aspiran a sentarse en la silla hoy ocupada por Marco Adame Castillo, pero hay mucho ruido y pocas nueces al interior de los partidos políticos. Demasiada ambición personal, pero escasa legitimidad y auténtica vocación de servicio. No obstante, se están acercando vertiginosamente los tiempos preelectorales, cuando volverán a regir las instituciones que los mexicanos y morelenses hemos creado, entre otras cosas, para la elección “del hombre” (¿o mujer?). Así las cosas, debemos analizar a quienes “suenan”.