Lamentablemente, la política y el poder, que van siempre juntos en tanto se vinculan con el ejercicio de la administración pública, han servido para deformar la conducción social, conseguir el advenimiento de determinadas élites o grupúsculos a los sectores donde se toman las más importantes decisiones (nacionales y locales), propiciar el enriquecimiento inexplicable y repentino de camarillas, y la obstrucción de la justicia. Eso de “el bien común” o “la justicia social” forma parte de la historia mexicana, que los ciudadanos habrán de confirmar o sepultar el año próximo. Es la parte de la política que la gente común y corriente repudia; el factor determinante por el cual, durante las jornadas electorales, los votantes permanecen en casa.
Las acepciones más identificadas de la política entre la sociedad de este país tienen relación con lo útil y lo hábil. Habilidad para comportarse con beneficio ante una circunstancia cualquiera. Condensa un criterio corriente según el cual el hombre político no violente las circunstancias, sino que condiciona su comportamiento a los fines requeridos omitiendo la moral en los medios con tal de alcanzar el fin perseguido. Cuando se habla de sentido político, se piensa enseguida en el sentido de la conveniencia; y a quienes obran y juzgan el obrar ajeno en esa forma se les considera “provistos de sentido político”. En su acepción corriente se usa el vocablo vinculado al Estado, al gobierno o a los partidos políticos.
Finalmente, en lo tocante a la conceptualización de la política, agregaré que, como forma de luchar por el poder, tiene dos sujetos: los gobernantes (que buscan retener, conservar y ampliar el predominio que ya ejercen), y los gobernados (quienes procuran conquistar y alcanzar el poder que no tienen y pretenden ejercer). El escenario respectivo, cada tres y seis años (para el caso mexicano), expone graves momentos de disputas, tensión, incertidumbre y una impresionante pérdida de tiempo, asociada a recursos humanos dilapidados y miles de millones de pesos desviados hacia fortunas personales. Nomás echen un vistazo al anhelo de los consejeros del Instituto Federal Electoral (IFE) para conseguir un 30 por ciento adicional a su presupuesto ejercido durante 2011. El año electoral, o sea 2012, aspiran a manejar alrededor de 16 mil millones de pesos. De ser autorizada tal partida por la partidocracia que controla el Congreso de la Unión, ese será el pago de la desconfianza nacional a los procesos electorales federales. Sumen ustedes lo que cuestan los comicios locales y entonces se sorprenderán respecto a la sangría que ello genera al PIB nacional.
Después de leer lo anterior, ¿aún suponen ustedes que México es un país pobre? ¡Para nada! Es un pobre país visto desde luego bajo un sentido peyorativo. Es tan enorme la riqueza nacional que las élites no se la han acabado. Por eso cada seis años, cuando se avecina el cambio de presidente de la República y el gobernador de un Estado, escuchamos decir: “¿Quién se comerá tan gigantesco pastel?”. Ya no sorprende a nadie el mirar a políticos, politicastros, politiqueros y politiquillos moviéndose de un lado a otro en el ánimo de hacerse notar ante “el bueno”. Encienden varias veladoras, por si acaso. Hace unos días analicé los procesos de transición política en países desarrollados y el cambio político que hemos constatado los mexicanos desde el año 2000, cuando el PRI fue sacado de Los Pinos y el Palacio de Gobierno de Morelos. Gane quien gane en Europa jamás se trastoca la vida institucional, ni el principio de certidumbre jurídica, lo cual no ocurre aquí. La experiencia mexicana indica que los cambios, lejos de constituir transformaciones mentales, representaron fuertes sacrificios para los ganadores y perdedores, así como reiterados momentos de tensión que han perdurado durante los pasados once años.
Y fue así como llegamos a la intolerancia y acentuadas contradicciones aún prevalecientes en la relación del Partido Acción Nacional con el Ayuntamiento de Cuernavaca. Cuando me refiero al PAN es importante dirigir la visión hacia toda la clase política panista que, desde 2009 a la fecha, pretendió socavar la resistencia del alcalde Manuel Martínez Garrigós sin conseguirlo. Por el contrario: lo fortalecieron. Hoy los detractores del edil ansían sabotear la inauguración de una obra vial en la colonia Buena Vista, ante lo cual es necesario recordar lo siguiente. Sergio Estrada Cajigal tuvo su fiesta cuando inauguró el Puente Ayuntamiento 2000; José Raúl Hernández Ávila hizo lo propio en 2003 al estrenar el Puente Cuernavaca; Adrián Rivera Pérez no se quedó atrás cuando aperturó el paso a desnivel La Selva y la ampliación de El Túnel; y Jesús Giles Sánchez repitió la fiesta cuando compró e inauguró la actual sede del Ayuntamiento. Don Lauro Ortega decía: “Si nosotros no cacareamos el huevo, ¿quién lo va a hacer?”. Simple y sencillamente, Manuel está repitiendo los mismos patrones. Todo en medio de la disputa declarada por el poder, rumbo al 2012, en la cual propios y extraños contribuyen a exacerbar los ánimos. En fin.