La introducción, redactada por dicho comunicador, nos sirve como preámbulo para comentar lo sucedido anteayer en Monterrey, donde un grupo armado incendió el Casino Royale provocando la muerte a 61 personas. Para mí es importante el concepto de impunidad prevaleciente en los diez trabajos aludidos. Escribió Osorno: “Los muertos, lo sabemos, ya no pueden dar su versión. ‘País de muertos’ es un libro que contiene apenas un puñado de tantas muertes impunes sucedidas en México. Se incluyen siniestros como el de la Sonda de Campeche, el de la mina Pasta de Conchos o el de la Guardería ABC; muertes ocurridas en operativos oficiales, como el de la policía del Distrito Federal en la discoteca News Divine o el del Ejército Mexicano en Badiraguato, Sinaloa; casos individuales como el de un maestro argentino de ping-pong en Toluca, el de un joven secuestrado en la Ciudad de México (Hugo Alberto Wallace, de sobra conocido en Morelos), el de un periodista independiente caído en Oaxaca durante un ataque paramilitar, o el de un líder sindical asesinado hace casi treinta años. Masacres de indígenas como la de Acteal, Chiapas, o aquellas que giran alrededor del narco como la de Creel, Chihuahua, o la de Guamúchil de la Noria, Sinaloa, que oficialmente nunca existió. Las hemorragias imparables de Ciudad Juárez y Tijuana completan el listado”.
Diego Enrique Osorno también fue el autor de otro magnífico libro titulado “Nosotros somos los culpables” (Editorial Grijalbo, junio de 2010), consistente en un extenso reportaje realizado por el autor sobre el incendio que consumió la Guardería ABC de Hermosillo, Sonora, el 5 de junio de 2009, y que provocó la muerte de 49 niños. El prólogo corrió a cargo de otro brillante periodista mexicano, Ricardo Rocha, quien escribió lo siguiente: “Están en México, en Hermosillo. Y hoy viven el segundo día más doloroso de su existencia. El primero fue hace un año, aquel 5 de junio de 2009 que nunca debió existir. En esa fecha ocurrió lo inimaginable: el más horrendo de los crímenes en la historia de este país. No se trató de una tragedia, porque éstas corresponden a caprichos terribles de la naturaleza –temblores, inundaciones o huracanes- o a fallas técnicas o humanas que provocan muertos y heridos. Aquí hay un crimen colectivo de larga data, que comenzó mucho antes del incendio y que todavía no termina. Detrás del suceso hay muchos años de corrupción en los que una obligación del Estado se convirtió en una franquicia para favorecer a unos cuantos. Todo se perpetró con la envoltura de la subrogación, un esquema perverso en la habilitación de las guarderías para los jodidos, es decir, los trabajadores, ellos y ellas: entre menos gasten los dueños, mayores son sus ganancias. El ejemplo prototípico de todo esto ha sido la Guardería ABC, donde siempre alardearon de poseer influencias en las más altas esferas del poder”. Y Rocha añadió en otra parte de la introducción: “Aunque nadie sea capaz de imaginar el indecible sufrimiento de los 49 niños que murieron y de muchos otros que sobreviven con graves secuelas, en este momento los padres y madres de todos luchan contra otro crimen no menos cruel: la desmemoria. Su objetivo es evitar a toda costa que el desdén y el olvido conspiren con la impunidad y la injusticia”.
Una parte de los casos abordados por los dos libros se aclaró debido a la presión social y el reiterado apoyo de algunos medios de comunicación. Es decir: el gobierno hizo a un lado la indiferencia y, hasta cierto grado, evitó la absoluta impunidad a la manera de como lo consiguió en Morelos el poeta Javier Sicilia con la aclaración casi total del artero asesinato de siete personas abandonadas en el interior de un automóvil a su vez estacionado frente a un conocido fraccionamiento de Temixco el 28 de marzo de 2011. Una de las víctimas era su hijo Juan Francisco Sicilia Ortega.
Tras la masacre de 61 personas en el Casino Royale de Monterrey hemos visto actitudes de todo tipo y escuchado incontables opiniones y posiciones entre las cuales destacan las del presidente de la República, Felipe Calderón Hinojosa, y el gobernador de Nuevo León, Rodrigo Medina. Ambos, secundados por sus principales personeros, garantizan que el múltiple homicidio no quedará impune. Vigorosos discursos que no difieren en nada con lo expresado por muchísimos personajes sobre los casos desglosados y plasmados para la posteridad en los libros “País de muertos” y “Nosotros somos los culpables”.
Habrá que ver si las nuevas promesas tienen el anhelado final: llevar ante la justicia a los sicarios que, según las primeras indagatorias, tenían la misión de destruir la casa de apuestas quizás como medida de extorsión o revancha hacia sus propietarios y tal vez sin la intención de calcinar a 61 personas. El operativo de los criminales (de ninguna manera se trató de un acto terrorista, sino de un atentado perpetrado por la delincuencia organizada) nos remonta a lo acontecido en Cuernavaca el 22 de mayo de 2010, alrededor de las 20:00 horas, cuando la discoteque “Clásico” aún no abría sus puertas al público. Un comando armado se introdujo al antro, desalojó a los trabajadores, roció de gasolina el local y le prendió fuego. Los hampones golpearon a quienes se les opusieron y una mujer que se negó a salir oportunamente resultó con quemaduras graves falleciendo días después. El modus operandi, comparándolo con el atentado al Casino Royale, fue casi igual, pero en el establecimiento de Monterrey, pretendiendo aprovechar su tiempo, los sicarios exigieron a los asistentes que salieran de inmediato, pero sin conseguirlo porque se trataba de un edificio de cuatro pisos cuyas puertas de emergencia estaban atrancadas seguramente por órdenes de los directivos. Al ser lanzada una bomba incendiaria los clientes quedaron atrapados y surgió la tragedia que enlutó no sólo a 61 familias regiomontanas, sino a todo México. Luego seguimos con este tema, donde, como era de esperarse, surgieron ya los oportunistas. De hecho, el discurso presidencial de ayer lo fue.