Desde entonces a la fecha muchos países se sumaron a la preservación de nuestros recursos naturales, otros apenas lo están haciendo y algunos más, de plano, se muestran indiferentes ante la realidad ecológica mundial.
México es una de las naciones que hace apenas una década incorporaron a sus sistemas de gobierno determinadas políticas públicas tendientes a mejorar el entorno ambiental. Lo deseable es que, en nuestro caso, no hayamos llegado demasiado tarde. Y como muestra de lo ocurrido durante décadas frente a la abulia oficial, transcribiré el siguiente trabajo, basado en una investigación del Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias de la UNAM, con sede en Cuernavaca. Originalmente se trata de una investigación, realizada por el CRIM en 2004, a cargo de la doctora Alicia Batllori Guerrero, quien entonces formaba parte de la plantilla de investigadores de tiempo completo en esa institución.
Las barrancas de Cuernavaca y municipios aledaños –sintetizó la especialista en temas ambientales- han sido durante lustros el objeto de muchas investigaciones enfocadas a prevenir y evitar la contaminación. Una de ellas, realizada en 1996 por la Comisión Nacional del Agua (CNA), durante años fue quizás la aproximación más “actualizada” respecto a la problemática por parte de una institución gubernamental. El resto, en su mayoría, ha corrido por cuenta de otros organismos, entre los cuales se encuentra el Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias de la UNAM (CRIM). En tiempos recientes se sumaron varios diagnósticos estructurados por la Comisión Estatal de Agua y Medio Ambiente (CEAMA).
“Pero frente a los abultados expedientes y las múltiples estrategias diseñadas con las mejores intenciones ecológicas, la contaminación sigue ahí, destruyendo todo a su paso, no obstante que las barrancas representan un gran porcentaje de vida para las actuales y futuras generaciones”.
Más allá de los discursos oficiales autocomplacientes y programas demagógicos implementados por partidos políticos en tiempos electorales, “existe una intensa modificación del ambiente motivada por el hombre y se ha creado en consecuencia un entorno artificial que lo deteriora cuando se vierten en los cauces de las barrancas descargas de aguas residuales, desechos sólidos, plaguicidas y otros productos químicos”, añade Alicia Batllori Guerrero.
Efectivamente. Dentro del área urbana de Cuernavaca existen más de 38 barrancas con un promedio de 8 a 15 kilómetros de longitud cada una y un promedio de 20 a 25 barranquillas por unidad. Desgraciadamente, las barrancas en general son usadas como drenajes por la comunidad asentada en las laderas y en las cercanías de los márgenes de las mismas. Y en forma extrema se utilizan como tiraderos de desechos al aire libre. Así, en muchas de ellas se pueden identificar cloacas anaerobias de alto peligro para la salud pública que en temporadas de estiaje contienen una gran cantidad de coliformes (organismos contaminados que acarrean serios problemas a la salud pública).
De acuerdo con la Ley Nacional de Aguas, las descargas residuales son de composición variada provenientes de usos municipales, industriales, comerciales, de servicios, agrícolas, pecuarios, domésticos, incluyendo fraccionamientos, y en general de cualquier otro uso, así como la mezcla de ellas. Según estudios efectuados por la CNA a principios de la presente década existían 46 descargas directas de aguas residuales municipales a los cauces mencionados y 88 descargas indirectas, también municipales, a través de barrancas, arroyos y canales que son afluentes directos del río Apatlaco.
Éste fue el escenario que encontró el gobernador Marco Antonio Adame Castillo al tomar posesión el primero de octubre de 2006, lo cual obligó a su administración a gestionar el más importante programa de rescate del río Apatlaco y la aplicación de un ambicioso proyecto para la construcción de colectores de aguas residuales en puntos específicos de Cuernavaca, actualmente a cargo de la Comisión Estatal de Agua y Medio Ambiente. Las obras, según puede constatarse en varias colonias y avenidas de la capital morelense, están en proceso y aunque temporalmente generan molestias a los automovilistas, a la larga serán provechosas para la preservación del medio ambiente.