*Ignorancia e insensibilidad en la Secretaría de Cultura
*La poesía nos ayuda a vivir
*María Félix vista por Miguel Zacarías
*El aroma de Emiliano Zapata
La inesperada muerte de la escritora Helena Paz Garro sorprendió al autor de esta columna hace dos semanas. El mismo domingo en que recapitulamos –con una entrevista concedida hace 15 años y una declaración reciente a la revista Quien- la transición de actitudes de la autora hacia su padre, Octavio Paz: del resentimiento al perdón, fallecía en una casa de reposo en Cuernavaca, a la edad de 74 años. Cumpliría tres cuartos de siglo el 12 de diciembre.
Al día siguiente, justo durante las conmemoraciones por el centenario de nuestro Premio Nobel de Literatura, la hija única de Paz y Elena Garro, era sepultada junto a su madre, en la misma tumba donde descansan los restos de la creadora de Los recuerdos del porvenir.
Recuerdo que una de las preocupaciones que Helena Paz tenía, en agosto de 1999 –a un año del fallecimiento de Elena Garro-, como nos lo dijo en entrevista, era que las penurias económicas no cesaban y, por increíble que parezca, informaba en ese entonces: “la tumba de mi mamá está sin lápida. No sé si ya se llevó a cabo el homenaje nacional postmortem que se realizaría el año pasado, como anunció Rafael Tovar y de Teresa (en aquel tiempo, también presidente de Conaculta, como hoy), pero no importa, lo que yo quiero es la lápida para su tumba”, enfatizaba.
La ignorancia e insensibilidad de la que hacen gala, sin pudor, quienes engrosan la nómina de la Secretaría de Cultura de Morelos, hacia quienes han aportado al desarrollo cultural del estado y de México, como se ha demostrado en anteriores columnas, es ilimitada y ya raya en el colmo, tal vez es parte de la “Nueva visión”: de acuerdo a los medios nacionales, ni una autoridad estuvo presente, ni durante la velación ni durante el entierro de Helena Paz.
¿Cuándo sucedía algo así anteriormente ante la desaparición de una figura pública relevante en las artes y en la cultura? Nunca.
Otro de los cuestionamientos que se planteó a Helena Paz en la citada charla, fue –cuando vivía sola por la desaparición de su madre-, si no se arrepentía de haber compartido los últimos años con Elena Garro, aun a costa de formar un hogar propio aparte. De manera contundente afirmó que no. “No me arrepiento de haber cuidado a mi madre los últimos años de su vida, aun a costa de la mía”, decía.
Y añadía: “Yo también soy una escritora, no sé qué me ha pasado en la vida, me he dejado… no he sido ambiciosa, tal vez ha sido un gran error pero yo quería que mi mamá triunfara sobre todo; como usted dice, ahora sí lamento no haberme ocupado de mí, lo lamento pero sin amargura”, aseveraba Paz Garro.
En la misma columna de hace dos semanas, analizamos el contenido del cuento de Octavio Paz, Mi vida con la ola, en el marco de la aceptación de Helena Paz respecto a que ese relato está basado en la relación que tuvieron sus padres.
Hace 20 años, el domingo 27 de marzo de 1994, en una entrevista que Octavio Paz concedió al periódico Reforma, decía: “Todo lo que he escrito tiene que ver con mi vida personal, especialmente mi poesía. Cada línea de un poema tiene que ver con lo que he pensado, sentido.”
Por otro lado, curiosamente, ahora que en este número de Bajo el volcán publicamos una entrevista con el poeta Raúl Renán, al cumplir 86 años de vida –y para quien la fuente de su vitalidad es la poesía-, coincide con lo que Octavio Paz decía hace dos décadas al mismo medio nacional:
“La gran falla del mundo moderno es que han puesto a la literatura en general, pero especialmente a la poesía, en segundo lugar. Esto ha sido un error enorme que ha hecho muy aburrida la vida moderna y le ha quitado a la gente un recurso muy grande para defenderse de los horrores de la vida, porque la poesía nos ayuda a vivir”, sostenía Paz.
Otro centenario que se conmemoró en estos días, fue el de la actriz mexicana María Félix, de quien hasta ahora se volvieron a acordar las autoridades en Cuernavaca, al mandar restaurar la efigie que fue colocada hace varios lustros en el exterior del Parque Melchor Ocampo, “Plaza Real”, le llaman.
Recuerdo que el viernes 28 de enero de 2005, durante el homenaje que se rindió en el Jardín Borda de Cuernavaca al creador de la “Diva de México”, el cineasta Miguel Zacarías contó muchas anécdotas sobre las “estrellas” de la Época de Oro del cine nacional, entre ellas María Félix.
En una larga entrevista con Bajo el volcán, en marzo de 2001, Zacarías recordó cómo obligó a la mujer de gran belleza a arrodillarse durante las grabaciones de la película en la que debutó en 1942, El peñón de las ánimas, con lo que se dio su lanzamiento a la fama.
En textos biográficos que se han publicado sobre el director de cine, expresó que durante la filmación de esa cinta, “todo fue a grito, porque la exacerbé, la hice arrodillarse y no quería; le dije: ¿cómo que no? Te hincas aquí, delante de mí, tengo que domesticarte, ¿qué clase de fiera te crees por ser bonita?, ¡al diablo con tu belleza! Yo quiero filmar una película, hacerte estrella; no me enamoraré de ti”
En el homenaje en la sala Manuel M. Ponce, Miguel Zacarías sorprendió al público cuando reveló que Jorge Negrete protestó por tener que besar a María Félix.
Dijo que “casi nunca” permitió los besos en sus películas, pero en una de ellas, en una escena que no estaba prevista en el guión, obligó a que los dos actores mencionados se besaran.
“El que protestó fue él, y yo le dije que era el colmo que protestara porque tenía que besar a María Félix. Y me respondió: ‘no lo hago por mí, lo hago por la otra (Gloria Marín); se nos va a armar, pero pues vale la pena’”, recordó el hombre que, en aquel entonces, estaba a punto de cumplir 100 años.
A punto de cumplirse un siglo de su asesinato, el general Emiliano Zapata Salazar también fue recordado en el estado el pasado viernes. En una revisión de mi archivo personal, encontré una entrevista que me concedió el escritor Alejandro Ortiz Padilla, en abril de 2002.
Se trata del autor de la única novela que habla sobre la Revolución del sur, Dos tercios de maíz, debido a que autores clásicos como Mariano Azuela y Martín Luis Guzmán, entre otros, se dedicaron a describir en sus trabajos acontecimientos de la Revolución del norte, como bien señaló en su momento la escritora Susana Mendoza, coordinadora editorial de Amate, encargada de publicar la obra.
En su casa en la ciudad de México, Ortiz Padilla contó: “Un maestro mío me platicaba que (en 1919) él era niño en ese tiempo y conocía mucho a Zapata, le leía textos y todo; era un chiquito al que Zapata llamaba El Baberudo.
“Cuando él supo que lo habían matado se puso a llorar porque lo quería mucho; la mamá de este muchacho era una maestra como lo fue él después; él es el profesor Abraham Rivera. Entonces fue y vio cómo el cadáver estaba custodiado por unos soldados y cómo jalaban a la gente y la metían a la cárcel del palacio municipal y nomás se oían las descargas.
“¿Y por qué los mataban?, le pregunté al profesor. Porque eran las gentes que negaban que ese que estaba ahí tirado era Emiliano Zapata, entonces para que no se corriera la información los mataban, los fusilaban sin más ni más, los metían para decirles: ¿con que usted dice que no es Emiliano Zapata?, ¡pues véngase para acá! Y ¡pum! Los fusilaban ahí, dentro de la cárcel de Cuautla.
“Vio esto el profesor y se acercó al cadáver, lo olió y se fue corriendo llorando. Los soldados nada más se le quedaron mirando. Llegó a su casa y le dijo a su mamá: ¡sí, es él!
“¿Y cómo supo usted, maestro, que era él?, le dije. Fíjese que historia tan hermosa: ‘Por el olor’, me respondió. ¿Y cómo lo descubre?, ‘Es que Zapata olía a lo que huelen las flores del huizache, a lo que huele una penca recién salida del panal de las avispas vírgenes’, aseguraba el profesor”, nos contaba Ortiz Padilla.