- Cada cambio es una catástrofe y cada catástrofe una resurrección-
Octavio Paz
Desde hace más de quince años he sido testigo de una labor secreta y de cambio constante. Rafael Canogar cree que la creación es una aventura: la primera pincelada, el primer trazo, el primer rompimiento con el pasado. Aunque es consciente que en momentos hay que volver al punto de partida. Atrás y adelante se abren espacios. En su caso: el informalismo, la figuración, la abstracción. Un cambio significativo del arte moderno, que me lleva a pensar en una palabra: metamorfosis.
Pero Canogar sabe cuál es su horizonte, crea para poblar un vacío que lo persigue, que lo interroga, para crear siempre una nueva aventura. Juego entre lo desconocido y lo conocido. Tiempo y memoria. A lo largo de más de cincuenta años, Canogar ha comprendido lo que afirmó en algún momento Octavio Paz: “La modernidad no es la novedad y que, para ser realmente moderno, hay que regresar al comienzo del comienzo”.[1]
En cada etapa creativa Rafael Canogar se ha arriesgado a redescubrir su lenguaje pictórico. Y no puede retroceder. Él sabe dónde y cuándo terminará su aventura. Su obra reciente lo sabe. Oscila entre el balbuceo y la iluminación. Es una lucha entre el rigor y la espontaneidad. No es sólo un pintor poeta, es una sensibilidad lúcida, reflexiva. Sus formas, tensas y poéticas, cuyos colores son de un destello salvajemente entusiasta, que instan al recogimiento, al silencio, donde el espectador dialoga directamente con la obra aislada, sola, o en contextos de ritmo cerrado a conciencia.
“El curso de la obra de un pintor – dice Rothko 2– a medida que avanza en el tiempo, debe tender hacia la claridad, hacia la eliminación de los obstáculos a menudo obstinados entre el pintor, la idea y el espectador”. Retomo esta idea, pues la integridad con que Canogar ha asumido los riesgos de su aventura, ha sido necesaria, sin miedo a la caída o al vacío, seguro como afirma Rothko de su claridad, para vencer todas las influencias, transformarse y crear una de las trayectorias más singulares de la segunda mitad del siglo XX. Canogar no cambia, sino que madura a través de los años. En su nueva aventura creativa la materia está viva (inercia) y el romanticismo del artista vive más libre, es decir, nos asombra con creaciones cada vez más delirantes, silenciosas, que recuerdan la frase mágica que rescata Gaston Bachelard en algún ensayo: “Le silence, est la nuit de la parole”.
En lo que podríamos llamar su primera época creativa, Canogar busca en la figuración su lenguaje. Quizá es un periodo más académico del gesto que de alguna manera pretendía determinar la realidad. No en el sentido de “pintar bien”, sino de emprender nuevas y arriesgadas formas plásticas. A partir de 1948 comenzó a encontrar un mundo de formas y valores pictóricos inéditos. La libertad se muestra para él como el comienzo de una conquista. Hay en esta época artística una visión antigua y otra vanguardista. Lo moderno es consecuencia de cambio y desde ahí el artista juzga su trabajo. En diversos momentos Canogar se ha referido a ese proceso creativo como un tránsito constante y palpable. Esta metamorfosis no la podría describir, pero sí sentir. Es en cierta manera una entidad metafísica más que radical. Canogar comienza a conquistar el color y el sentido de la composición.
En 1957 inicia una nueva aventura estética: funda con diversos artistas el grupo El Paso, convirtiéndose en un miembro activo en la organización de exposiciones y de textos que describen la propuesta artística del grupo. Aunque más que un movimiento estético, El Paso fue una búsqueda constante del contacto con la modernidad: el informalismo. Fue el grito de libertad política, ideológica y cultural con que las nuevas generaciones europeas que se conocieron, y reconocieron en él la importancia de señalar y cicatrizar la herida de las dos guerras mundiales, el ocaso de las ideologías, y, en el caso de España el desastre de la guerra civil y los dominios de la dictadura.
Entre 1957 y 1962, Canogar –ya en 1956 había expuesto en París en la Galería Amaud– desarrolla un arte plenamente abstracto–informalista en el que pueden verse composiciones que se caracterizan por la interacción entre el fondo, más o menos homogéneo desde el punto de vista cromático y unas formas, casi siempre planas, de entornos muy nítidos. El negro es para Canogar un color fundamental para crear formas, y que suele contrastar con el del fondo y coadyuva a señalar la existencia de distintos niveles espaciales. “El negro es en nuestra cultura española- dice Canogar- un símbolo de luto y muerte, connotación trascendental de tránsito a otra dimensión, incógnita y misterio siempre presente en el horizonte del hombre”.3 El color se apoya en una estructura y se considera como única función de una totalidad concreta: el cuadro. Su obra pasa de un “experimentalismo empírico a una concepción informalista”, como lo apuntó acertadamente Juan Eduardo Cirlot. Al principio, las formas negras cubren gran parte de la superficie pictórica; en cambio, a mediados de 1960, disminuyen las formas plasmadas en el ámbito pictórico. Utiliza una gama cromática amplia, resaltando los efectos de contraste entre formas de color, que posteriormente se verán con más claridad.
Canogar ha puesto un límite y su mundo es un universo de poesía visual. El pintor abre sus puertas con cuadros como: Pintura núm. 73, 1959;Serie negra núm, 2, 1959; Metamorfosis de drácula, 1960; Retrato de Óscar Domínguez, 1960; Mata-Mata, 1960 y Pintura núm, 79, 1961, entre muchas otras, en las cuales Canogar devela su atroz realidad y su irrealidad. No es un arqueólogo, sino un poeta que ha encontrado su propia voz. El espacio de los cuadros es abierto y equilibrado, aunque existen algunos en los que prevalece la composición en diagonal y sugieren un dinamismo inconfundible. Ésta es una etapa creativa que se le ofrece al artista como un esquema concreto de correspondencia estética. En los cuadros de esta época el gesto es un motor que interviene directamente en su obra; el espacio y la materia, se vuelven, al mismo tiempo, una totalidad inseparable, su pasión por estos elementos los revela en cada trazo: simbolismo de formas, líneas y colores. La unión de todos estos factores es manifiesta como dualidad: la energía y la rabia.
El proceso de madurez que marca un punto importante en su trayectoria se da entre 1963 y 1975; el artista descubre un dominio por la figura humana y por la atmósfera plástica. El cuerpo y las secuelas de la guerra civil española convergen en un mismo camino; su definición es múltiple. Se apropia del lenguaje de masas, de los periódicos, de la publicidad, y toma un camino paralelo al del pop anglosajón para utilizar todos estos elementos contra la represión que sufre la España de esos años. Es heredero directo de Goya y de su grito de denuncia son retórica. Oscila entre la realidad y la imaginación; las pinturas y esculturas de este periodo ponen al descubierto el momento histórico que vivía el artista en ese tiempo; quizá como él mismo dice: “Era el momento de aventurarme a realizar otro tipo de discurso pictórico”. Canogar sabe que España no es sólo un país trágico, sino también un territorio que reclama libertad, en el sentido más estricto de la palabra. Obras como: Composición, 1971; El caído, 1971; El arresto II; El yacente, 1973; Mutilados de guerra, 1974 y Pintura, 1975, son un despliegue en esos “cementerios culturales” que le llevaron a crear un discurso plástico comprometido con su tiempo. No hay en estas piezas un contenido explícitamente político, quizás por ello resulta de un impacto visual mayor para el espectador. Los protagonistas son un grupo de personajes o un individuo en solitario, que tienen como marco referencial lo cotidiano, sin localización precisa. El regreso al negro, el descubrimiento de nuevos materiales como el poliéster y la madera le dan vida a estos personajes anónimos sin rostro en una escena que no tiene referencia en la realidad, pero que impacta de inmediato. Toda esta obra podría ser una vasta metáfora.
*Fragmento del texto publicado en el libro La abstracción de Rafael Canogar, del poeta y crítico de arte morelense Miguel Ángel Muñoz y el historiador y crítico español Francisco Calvo Serraller. Editado por el Museo Valenciano de Arte Moderno, Valencia España, 2014