A finales de mayo de 1994 moría en Estados Unidos Clement Greenberg. Tenía ochenta y cinco años y era uno de los críticos de arte más brillantes y respetados de la segunda mitad del siglo XX. Sus ideas políticas le llevaron a participar desde 1939 en la Partisan Review, donde al principio escribió sobre temas políticos y culturales. En este artículo Greenberg afirmó que la vanguardia y el arte modernista fue un medio de resistirse a la nivelación de la cultura producida por la propaganda capitalista.
Se apropió de la palabra alemana “Kitsch” para describir ese consumismo, aunque sus connotaciones han cambiado desde entonces hacia una noción más afirmativa de materiales de desecho de la cultura capitalista. El arte moderno, como la filosofía, exploró las condiciones bajo las cuales experimentamos y entendemos el mundo.
De hecho, “Clement Greenberg sigue -dice el crítico Thierry de Duve- siendo considerado en nuestros días no sólo como el más célebre teórico y crítico, sino también como el terrible dogmático de la vanguardia entendida en términos formalistas”.
Curioso, puesto que su formación virtualmente autodidacta, se había forjado en un disciplinado y nada indulgente aprendizaje de la mirada. En 1942 empezó a colaborar como crítico de arte en la revista The Nation, con la que rompió en 1951 por ideas políticas. En esos años abandona el artículo mensual, continuó publicando en diversos periódicos -Art News, Arts Magazine, Art International, New York Times Book Review, New York Times Magazine o Art Digest-. A partir de esos años su actividad se centra en el comisariado de exposiciones y va a demostrar el dinamismo de sus reflexiones teóricas.
Entre los críticos de su generación se multiplicaron las conversiones al arte moderno: Meyer Schapiro, Thomas B. Hess y el intempestivo Harold Rosenberg, todos dotados de una apreciable capacidad visual que los convierte en discutidos referentes casi intemporales del diálogo artístico. Pero el caso de Clement Greenberg (1909- 1994) era singular y apreciado unánimemente por su agudeza inquisitiva: el descubrimiento colosal de la pintura de Pollock, la complejidad cultural del expresionismo abstracto, considerado desdeñosamente desde una moral de guerra fría, y la grandeza artística de algunos de sus miembros como Arshile Gorky, Mark Rothko, Robert Motherwell, Hans Hofmann, David Smith, Willem de Kooning, Esteban Vicente o Franz Kline, son hallazgos del crítico difíciles de disolver en la “prosa del tiempo”.
La crítica de arte no se considera competencia de la historia del arte: no es una disciplina histórica, sino algo afín a la escritura creativa, como lo reflejaron magistralmente Baudelaire, Valéry, Yves Bonnefoy, John Berger, José Hierro, Octavio Paz, y desde luego, Greenberg que es un caso excepcional de creador-crítico de arte. Su obra posee las dos corrientes, teoría y creación en cada uno de sus textos.
Greenberg descubrió el arte a partir del arte y con el pretexto de Pablo Picasso. Diversas reproducciones, entre ellas Guernica, le impresionaron de tal modo que renunció al viajo didactismo decimonónico –toda pintura debe contar una historia– y se lanzó a interpretar el vocabulario formal abstracto del arte: los ritmos formales generan la tensión expresiva que cautiva la mirada del espectador.
La reciente re-edición del libro La pintura moderna (Editorial Siruela, 2016), de Greenberg, recoge algunos de sus ensayos más brillantes escritos entre 1939 y 1960, el periodo donde fraguó su merecido prestigio internacional; sin olvidar también su excelente volumen de ensayos Arte y cultura, selección de artículos sobre literatura y pintura, en los cuales el autor discurre sobre: La escuela de París, El pasado pictórico de la escultura moderna, La nueva escultura (1948-1958), Los años treinta en Nueva York (1955-1958), entre otros.
De estos textos el autor afirma: “Estos libros no están pensados como un registro absolutamente fiel de mi actividad de crítico. No sólo se han modificado muchas cosas, quizá lo que he dejado fuera supera con mucho lo recogido. No niego ser uno de esos críticos que se educan en público, pero no veo razón por la cual haya de conservar en un libro todo el atolondramiento y los desechos de mi autoeducación…”.
El enorme mérito de Greenberg es y fue haber sido el adalid del expresionismo abstracto americano, el movimiento surgido tras la Segunda Guerra Mundial, que, además, coronó a Nueva York como capital mundial de la vanguardia. Hoy día, ya no hay vanguardia, ni la gran metrópoli, ya no domina el arte contemporáneo mundial, pues el mercado se ha hecho global. Y salvo algunas grandes excepciones, la crítica americana ha perdido también su peso.
Greenberg es heredero de la autonomía del arte y del formalismo, esa corriente historiográfica que generó la Escuela de Viena durante el último tercio del siglo XIX y, un poco después el británico Roger Fry la incorporó a la crítica de arte, a Clement Greenberg le perdió el triunfo de la cultura pop, que sigue determinando actualmente el destino de cualquier creación artística.
Como si viera venir la catástrofe que se avecinaba sobre el arte, en 1939, publicó un artículo titulado Vanguardia y kitsch, el primero de la recopilación antológica que comentamos, donde establecía una distinción entre ambos, cuya vigencia resulta sorprendente, principalmente en lo que afirmaba sobre cómo el kitsch, término germánico para denominar el “mal gusto” popular, pero en el sentido de la masiva aceptación de lo tópicamente establecido, se deja fascinar por los efectos de una obra de arte, mientras que la vanguardia lo hacía con el proceso de la misma; es decir, que el kitsch, era en esencia, efectista, y la verdadera vanguardia, intencionalmente al menos, creativa.
Un gran acierto de Greenberg fue advertirnos de que el arte atravesaría una crisis profunda, a partir de un espectáculo mediático, dialogando sobre la banalidad, que es en la actualidad de una preocupación escalofriante.
En este sentido, las teorías de Clement Greenberg toman un giro espectacular, ya que el arte contemporáneo parece que fenece a causa de su éxito comercial, que va más allá de la obra como tal y de los propios artistas, pues algunos críticos y seudo “especialistas” mediocres y “emergentes”, desean convertir en arte, en crítica, en arte conceptual…, todo lo que no es, y, desde luego, espero que no lo sea. Ya le han hecho mucho daño al arte en todos sus términos…