El planeta de los simios 2es una historia de sentimientos texturizados a través de las miradas más intensas, y de impactantes presencias, provenientes del orbe de los primates. La película me impresionó, valió la pena pagar los boletos. Ojalá y se lleve varios Óscares.
Por cuestiones intelectualoides, hace años pensaba que el llamado cine de autor o de arte era lo único que valía la pena y que Hollywood era la más ofensiva de las porquerías. Aunque sigo anclado a varias obras de cineastas inmortales como Buñuel y Bergman, sobra decir que me equivoqué al enjuiciar a todo el cine yanqui mercantil. De lo poco, poquísimo bueno que me ha sucedido con el paso de los años, es que comienzo a hacer –creo- balances justos de diversas situaciones. Ahora pienso y siento que me encanta ir a encerrarme al cine (además de atascarme de palomitas con caramelo) porque me llena ver personajes y atmósferas que jamás presenciaré en mi agobiante, insulsa y aburrida existencia. ¿Para qué ver películas de narcos si la realidad está hasta el tope de ellos? ¿Para qué ir a ver historias de romances lacrimógenos, apestosamente cursis, si la vida común está rellena de relaciones cuchas y anegadas de chillidos?
Mejor me quedo con el empleo óptimo y sorprendente de la tecnología digital aplicada a la narración cinematográfica. Vaya que es disfrutable.
Un par de veces he puesto en común mi opinión a través de este medio (la de un simple espectador que por pagar su boleto, además del boleto del estacionamiento, tiene el merecido derecho a hablar de lo que entró a ver. Y no piensen que me siento crítico de cine, no, guácala) sobre algunas películas y, como lo sigo pensando, no vayan a creer que caeré en el mal gusto y ofensa a la confianza de los lectores, de querer contar o reseñar la cinta. Sólo haré algunos comentarios.
Los simios son impresionantes, vaya que sí. Sensacionales. Y el protagonista al igual que en la primera parte de esta última versión, es César, mi tocayito.
Impactó con su aspecto pulcramente logrado. Su desarrollo y presencia lo consagran. Es formidable su “personalidad”. En serio que verán un soberbio monumento a la naturalidad en la creación de los simios.
Y qué decir de las miradas y expresiones. Artísticas de verdad. Si por algo se ha posicionado en nuestra preferencia National Geographic, ha sido precisamente por sus “fotopoemas”, por el impecable trabajo de sus fotógrafos que fungen como inmortalizadores de momentos, cazadores de miradas, las cuales son verdaderos discursos del alma (en el caso de los humanos fotografiados), y la expansión de una mitológica esencia cuando de fotografiar rostros de animales se trata.
Pues al atestiguar las miradas de César y de su tribu de changos sé que estarán de acuerdo conmigo en que nada le piden a “Nat Geo”.
Alguien dijo alguna vez que la ficción es el arte de hacer que la imaginación se convierta en realidad. Y los simios de este filme, de tan bien logrados resultan más que reales.
Recalco que hablo sólo del logro digital en la construcción (interna y externa) de los homínidos peludos; la trama es otro boleto. Puede o no gustar. Esa a mí no me importó. Me bastó y sobró con el entusiasmo de ver a los changos.
Considero que la característica primordial de muchos animales salvajes, es su fuerza. Es ella el aura majestuosa en la película, y al combinarse con la agilidad asombrosa de los personajes, somos testigos de una belleza intimidante. Incontenible.
Secuencias vertiginosas desplegadas por los simios introducen al público en un mundo, que aunque es el nuestro, cobra características que nos hacen replantear, de manera ya trillada, si el Homo sapiens es en realidad una especie superior. La narración nos guía también a plantear qué es lo que verdaderamente trasciende en un gremio humano en el que la organización social es difusa: que el animal adquiera características humanas, o que el hombre retome rasgos animales (quiero decir con esto del hombre, que retorne a un estado “más natural” –término también trilladísimo-, o sin tanta tecnificación, ni confort, que son sinónimos de devastación. Incorporándose de nuevo, pues así una vez fue, a la naturaleza, para sobrevivir y volver a asombrarse, sin considerarse un dios. Sin tener ya doctrinas, filosofías ni ideales, que ya vimos que no nos han sacado, como especie, del hoyo que hicimos con la ciencia, la tecnología y la información: los actuales jinetes del Apocalipsis que refería Luis Buñuel). Tal vez seríamos así más reales.
Para quienes no la han visto, lo único malo de la película es que al final, todos se mueren… No es cierto.