Ese primer Francisco Hernández de Córdoba murió el mismo año de su descubrimiento, que le costó la vida en una aventura llena de desafortunados acontecimientos.
En el libro “La Ruta de Hernán Cortés”, el escritor y periodista Fernando Benítez describe cómo en ese viaje de exploración, ese Hernández de Córdoba rodó por el suelo, como un San Sebastián, “atravesado por diez flechas” que le habían lanzado los indígenas de suelo mexicano.
Y que, después de regresar a Cuba, falleció por las heridas sólo diez días después del desembarco.
El segundo Francisco Hernández de Córdoba, fue el que fundó en 1523 –seis años después del fallecimiento de su tocayo- las ciudades de Granada y de León, en Nicaragüa.
Por eso, una estatua de metal de ese personaje es la figura más importante en el malecón del lago Xolotlán, en esta ciudad de Granada y que es acariciada, junto con las palmeras que por aquí abundan, por una suave brisa, que hace pensar que se está en una costa marina, aunque no sea así. De manera insólita, en la playa, pequeñas olas se revientan al llegar a tierra.
Para llegar a ese malecón hay que caminar una larga avenida que comienza, llena de comercios, en la plaza principal de Granada.
Sin embargo, hay dos hechos que contrastan con el paisaje mexicano, de este tipo de lugares: aquí los comerciantes no acosan con su palabrería al posible comprador. Ni le resaltan que sus precios son ofertas que debe aprovechar y que lo que le van a vender son maravillas.
No, aquí la gente es apacible. Espera a sus clientes sin agitaciones y de manera atenta responde a las preguntas sólo si se le llama.
La otra diferencia lo sorprende a uno caminando: de pronto se puede uno dar cuenta del silencio que flota en el ambiente. Aquí nadie se llama a gritos, ni hay ruido por bocinas con música a alto volumen. Todo ese silencio en el andar.
Sin embargo, aquí también se ven niños que devoran con sus miradas los helados y otras golosinas que compran los visitantes. Uno de ellos asegura que para poder comprarse un plátano de tamaño “normal”, debe contar con cinco “Córdobas”, ya que con una moneda, sólo le alcanzaría para uno del tamaño de un dominico.
En la plaza central de ésta, la ciudad más antigua de Nicaragua, la belleza colonial de los edificios se impone en la mirada. Aquí hay una catedral que sí funciona. Muchos turistas se suben a las carretas tiradas de caballos, a fin de poder recorrer más cómodamente su geografía.
Y mientras se ve el caer de la noche, se puede disfrutar de un vaso refrescante de grama, un té que al primer contacto con las papilas recuerda a la fresa, aunque después adquiere su propio sabor particular. Se puede acompañar por platillos como el quesillo –a diferencia del queso Oaxaca, éste no está enredado, sino cortado en anchas tiras, como la cecina de Yecapixtla- o el vigorón, para quienes comen carne, elaborado con yuca y chicharrón de puerco.
Al llegar la oscuridad, sólo un ruido desentona con el ambiente: es el que procede de un grupo de jóvenes extranjeros, al parecer gringos, que “tocan” música para los transeúntes, a cambio de unas monedas.