“Gutierre Tibón observó, descubrió, interrogó y abrió un puente entre la historia, la ciencia, la lingüística y la filología. Descubrió el asombro perpetuo al encontrar nuevos caminos, cambios, acertijos…”
Para Miguel Ángel Muñoz, en Gutierre Tibón, “su amor por México y por la vida se suman a su pasión por la literatura. Tuvo el mundo en el alma, y en los labios, fue un políglota con el espíritu multiplicado por los tantos idiomas que le transmitieron los espíritus de otros pueblos, desde el alemán, griego, latín, inglés, francés, hasta el náhuatl, y debido a ello era un caleidoscopio de ideas que le dieron personalidad de sabio y de poeta; un Aladino nacido con muchos siglos de retraso, que con la lámpara de su cultura nos abrió los ojos a descubrir nuestro pasado”.
El sabio que nació hace 110 años en Milán, Italia y que falleció en Cuernavaca, Morelos, en 1999, añade Muñoz, “tenía 94 años y era uno de los estudiosos de México más brillantes y respetados. Su mirada, animada por la intensidad de la experiencia, sembró en cada palabra la perdurabilidad de los recuerdos. No ocultó su ironía al hablar de sí mismo o de los demás”.
Autor de la introducción y selección de los textos que integran la antología Gog y Magog. Aventuras lingüísticas, publicada por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), el historiador y poeta presentará el volumen en Cuernavaca, el próximo sábado 21 de abril, a las 12:00 del día.
En la sala Manuel M. Ponce del Jardín Borda de Cuernavaca, acompañarán a Miguel Ángel Muñoz, con sus comentarios: Bernardo Ruiz, Paola Castillo, Rafael Cardona y León García Soler.
En la introducción del volumen, titulada Gutierre Tibón, la fascinación por el lenguaje y la historia, Muñoz refiere que el autor “nació en Milán, se educó en Suiza y publicó su primera monografía II Monte Bre, en Basilea, a la edad de 15 años. De 1922 a 1939 viajó por toda Europa así como por el sur de Asia, Oceanía (y Úbeda), África y el norte de América Latina, que le descubrieron infinidad de territorios desconocidos, no sólo para él, sino también para sus ojos lectores.”
Asmismo, continúa, “en Ginebra, Isidro Fabela, le aconsejó establecerse en México, donde encontraría un amplio campo para sus inquietudes de investigador. Así, desembarcó en Veracruz a principios de 1940 para iniciar su patria electiva su labor intensa consignada en diversos libros.”
Muñoz opima que en una lógica “certera y atrevida, hay que decir que nadie exige del historiador, antropólogo, crítico de arte o arqueólogo que sea infalible, ni siquiera inmutable, sino lo contrario: versatilidad, criterio y grandes dosis de cultura humanística, que son de alguna forma, requisito indispensables para un excelente relato histórico. En definitiva, un ejercicio disciplinado y riguroso de curiosidad histórica y discernimiento narrativo”.
En su opinión, ésas fueron “las virtudes que significaron la actividad intelectual de Tibón. Pero a partir de un criterio, ahora sí, irrepetible: la claridad y legibilidad expositivas. Es decir, el investigador e historiador aspiró a entramar un relato histórico asequible y vivo para el lector formado. La erudición suficiente y equilibradas dosis de amenidad, intriga y argumentación dan vida y gesto en cada uno de sus libros.”
En la sala Manuel M. Ponce del Jardín Borda de Cuernavaca, acompañarán a Miguel Ángel Muñoz, con sus comentarios: Bernardo Ruiz, Paola Castillo, Rafael Cardona y León García Soler.
Se trata, resume, de “un maestro indiscutido, en suma, al que han admirado cientos de lectores no sólo en sus libros, sino también en su columna periodística “Gog y Magog”, que se publicó durante casi cuarenta en el periódico Excélsior, y también en sus colaboraciones en radio “Diálogos radiofónicos” en la XEW y en los programas de televisión al lado de Luis Spota”.
Considera, además, que Tibón “no fue un erudito acético ni un beligerante intérprete de tendencias históricas en uso. Entendió la Historia dentro de los límites de una tradición occidental de la que se absorbe los argumentos y la metodología”.
Esa pasión y el conocimiento erudito de Tibón, anota Muñoz, “lo llevaron a explorar no sólo cada rincón del mundo, sino en especial, los pequeños rincones de México, donde encontró muchos objetos de estudio. Para Tibón, el investigador es un creador de imágenes y esas imágenes tienen una historia condensada a lo largo del tiempo. Podría decir que su gran enseñanza se resuelve en el aprendizaje de la crítica, de la memoria.”
Más aún, dice Miguel Ángel Muñoz, “Gutierre Tibón observó, descubrió, interrogó y abrió un puente entre la historia, la ciencia, la lingüística y la filología. Descubrió el asombro perpetuo al encontrar nuevos caminos, cambios, acertijos, y se situó frente a ellos con la misma actitud que, el poeta español Claudio Rodríguez dice en su poema Frente al mar”.
Además de puntualizar que la obra escrita de Tibón, “tensa, directa y sin condescendencias retóricas, mereció reconocimiento nacional e internacional”, agrega que el autor “marcó un camino a seguir como pocos lo han hecho durante la segunda mitad del siglo XX.”
“Siempre más interesado por las ideas que por las teorías, jugó un papel primordial en la introducción de enfoques de gran novedad e interés historiográfico, sabiendo evitar los excesos de tanta historia escrita al calor de la crisis y la moda, que para bien y para mal, ha sacudido a la disciplina en las últimas tres décadas.”
También señala que “Tibón dejó sus trabajos abiertos a continuas interpretaciones liberadas de formalismos rígidos, esteticismos de todo orden o juegos de retórica, de manera que cada libro se convierte en un genuino juego intelectual interactivo entre las partes de un todo. No hay un investigador o lingüista que haya identificado un recorrido tan estrechamente entrelazado con los cambios históricos de México”, puntualiza.
Concluye que los libros y artículos periodísticos de Tibón, “son, sin duda, laboratorios de ideas, lugares de reflexión y pesquisa, espacios donde cuestionar y confrontar las convenciones de lo que llamamos Historia.”