En una exaltación memorable del idioma español, el autor de origen hidalguense que radicó sus últimas décadas de vida en Cuernavaca, proseguía: “Es decir, la lengua castellana sube de repente adelgazándose hacia sus secretos; sube en el espacio y en el tiempo hasta un mirador desde donde señoreas las distancias; la lengua es la vida y es una lente purísima la que has hallado, para mirarla; ves a los hombres y sus quehaceres, y la entraña de las cosas; todo nítido en el pasado y en el futuro, porque las honduras suben a la superficie; dominas por un momento un valle de belleza perfecta y perenne.”
El pasado lunes 18 de enero, se cumplieron 93 años del natalicio del novelista nacido en Tulancingo, Hidalgo, en 1923 –falleció en la capital de Morelos cuando tenía 76 años- y dentro de su obra bibliográfica se pueden encontrar dos aniversarios especiales: cuatro décadas de la publicación de “¡Lo que ve el que vive”¡ –hoy solamente conseguible en el tomo “Memorias I” de las “Obras reunidas” que publicó editorial Océano- y 20 años de su “Oficio de leer”, publicado por Océano.
Dentro de ese volumen, Garibay también incluye entrevistas con algunos artistas plásticos radicados en Morelos. La dedicada a Leonel Maciel concluye con una exaltación, realmente prodigiosa, a la obra del pintor guerrerense: “es un poeta que sí entra y sale y sale y vuelve a entrar por la puerta verde de H. G. Wells; aquella puerta que separa una calle cualquiera, de las nuestras, de los jardines del paraíso.”
El cierre del diálogo con Cauduro, de igual modo, es portentoso: “El dispone de una capacidad casi siniestra para pintar la muerte y la putrefacción, una cachondez o un deseo insoslayable por la destrucción del mundo orgánico. Su gloria es reverencia ante la materia viva, bella, alada. Su infierno es su apetito de pudrición. Infierno y gloria obedientes al pulso magistral del artista, de muchos modos un hombre solitario.”
En cuanto su libro de crónicas de diez años de viajes, titulado “¡Lo que ve el que vive!”, la escritora Josefina Estrada, en el prólogo de su “Ricardo Garibay. Antología”, refiere que el nombre de la obra provenía de una anécdota que le contó a Garibay, el compositor Atahualpa Yupanqui, “de un hombre que jamás había salido de su estancia.”
Dos detalles llaman la atención de la escritora de las travesías narradas por Garibay. La primera, que una de ellas abarca una gira de trabajo, por varios países, del entonces presidente de México, Luis Echeverría.
“En todas las entregas que escribió de ese viaje –destaca Estrada- puede constatarse que Garibay no estaba a la diestra del mandatario sino que narraba desde su perspectiva y que no fungía como vocero presidencial.”
El otro detalle curioso que refiere la novelista, es que, en esa gira, “Garibay debió de haber adquirido las batas japonesas que en ese periodo portó en sus programas televisivos de Canal 11, como si estuviera en su casa, envuelto en brillante y sensual seda japonesa”; y que le provocara, inmerecidamente, antipatía entre algún sector del público que lo veía.