Mira –dijo el abuelo al pequeño–, parece ser que todo se incendia, pero sólo es el astro rey el que se despide ocultándose bajo su capa roja. Mañana por la mañana volverá a aparecer por la ventana de tu cuarto y te saludará mientras se despereza. Si quieres te despierto a buena hora para que lo recibas con tu sonrisa.
Gracias, abuelo –contestó el ratoncito–, quiero ver al sol despertarse por la mañana.
Al día siguiente el ratón mayor avivó a su nietecito.
Es hora de ponerse en pie, jovencito. El sol es muy puntual.
Pero el ratoncito se pidió cinco minutos más de sueño y en él se quedó.
Luego, el abuelo regresó para acompañar a su descendiente en aquella nueva experiencia. El cielo ya estaba iluminado, pero el nieto dormía plácidamente entre sus cobijas.
Cuando el pequeño ratón despertó más tarde, sólo comprobó lo que su abuelo ya había observado: el sol reinaba nuevamente entre las nubes. Triste, el nieto acudió rápidamente con su tata.
-Te has quedado dormido, ¿verdad?
-Sí, abuelo –contestó cabizbajo el pequeño.
El viejo le dijo entonces:
-Al que madruga, Dios le ayuda. Mañana será otro día y el sol saldrá frente a tu ventana como todos los días. Sólo estate listo.
El ratoncito durmió la siguiente noche de forma intermitente, pues tenía miedo de volver a fallar en el intento de ver el amanecer, por lo que al ser despertado por su abuelo, y teniendo mucho sueño, se volvió a quedar dormido.
-¡Abuelito, abuelito! –gritó el pequeñín en cuanto despertó–, me volví a quedar dormido. Aunque estuve despertando toda la noche esperando la hora de recibir al sol, cuando me hablaste hace un rato, tenía tanto sueño que no pude levantarme.
El abuelo sólo movió la cabeza y dijo a su nieto, con cariño:
-No por mucho madrugar amanece más temprano, hijo. Mañana será el día.
Al otro día el ratoncito fue muy temprano a despertar al abuelo:
– Abuelo, abuelo, creo que ya es la hora, no quiero volverme a perder el amanecer.
El viejo miró su reloj y se percató de que su nieto tenía razón, en pocos instantes el sol saldría tras el horizonte para dar los buenos días.
Juntos nuevamente, sentados en la cama del jovencito, los dos descendientes observaron absortos como se incendiaban nuevamente los cerros y aparecía el astro rey detrás de ellos para iniciar una nueva jornada.