Al margen del debate de la modernidad y de la posmodernidad, que parece protagonizar la escena artista contemporánea, coexisten hoy diversos acercamientos a la obra de arte, todavía vigentes y activos, que nos sitúan a una distancia apropiada para entender las cualidades estéticas que la singularizan. Figurativo o abstracto, instalación o fotografía, de contenidos narrativos o gestuales lo cierto es que, entre nosotros, el arte prosigue su camino incierto con la condición de siempre. Para el artista el laberinto planeado en cada nueva obra poco tiene que ver con los debates del gusto contemporáneo y menos todavía con la publicidad semi -cultural que los rodea.
La historia del arte de República Dominica es vasta, compleja, pero desde mediados del siglo XX, tiene tradición cultural importante en el Caribe. Artistas como Ramón Oviedo, Federico Izquierdo, Darío Suro, Marianela Jiménez, Paul Guidicelli y Guillo Pérez, han luchado por darle no sólo una identidad al arte dominicano, sino también, un discurso estético coherente. Aunque el caso de Ramón Oviedo es único, pues es el gran clásico del arte del Caribe. La importancia de su lenguaje estético ha transformado el arte del siglo XX y XXI en su país. Un eslabón seguro, además, para entender en su justa medida lo que fue y es el arte caribeño y de parte de América Latina del siglo XX. Artistas como Guillermo Trujillo en Panamá; Armando Morales en Nicaragua; Fernando de Szyszlo en Perú, Oswaldo Guayasamín en Ecuador, le han dado voz a su país.
Elsa Núñez, Ángel Hache, Lizzett Mejía, Elvis Avilés, Juan Bravo, Genaro Phillips, Antonio Guadalupe, Pedro Gris, Rosa Tavares e Hilario Olivo, son artistas de dos generaciones diferentes, de los 70 a los 80, pero que responden a la historia del arte de República Dominica, artistas que han trazado un camino diverso, múltiple, pero que con coherencia han consolidado una trayectoria, ya no sólo en su país, sino más allá de sus fronteras: Panamá, Puerto Rico, Cuba, Estados Unidos… Estos artistas son de biografías y evoluciones diferentes, a menudo encontramos incluso, con índices de aceptación y actitudes artísticas bien definidas en su mundo de arte, sin embargo, enfrentados a las fascinación de ser hedonistas por naturaleza; es decir, a esa fascinación por el placer sensorial e inmediato que no sólo da la vida, sino también el arte. Esta muestra responde a la diversidad del arte de dos épocas. No queda limitada, además, a una generación ya histórica que –al margen de disonancias de espacios , sensibilidad y carácter-, comparten una concepción hedonista y transformadora del arte, activo, dicho en una palabra. Dos generaciones centradas, formantes en la aceptación de un viejo legado ilusionista que llamamos arte.
Cualquiera de estas obras -de Rosa Tavares a Hilario Olivo- se puede interpretar, efectivamente, como aportaciones desde el campo artístico a las actuales reflexiones sobre el espacio. La diversidad de intereses de cada uno de los artistas y la variedad de las propuestas seleccionadas son un reflejo de las enormes posibilidades que sobre el espacio quedan sin explotar; esto se debe a que el espacio ha pasado a ser entendido como un mero receptáculo para convertirse en un acontecimiento o, si se quiere, en un tema que ha permitido al vanguardismo superar los clichés más estancados de la tradición al mostrar el vacío como ente y los elementos y sucesos que lo pueblan, como la luz, el movimiento, la distancia o los objetos, como sujetos. Esta exposición de arte Dominicano contemporáneo es la muestra de que a pesar de un mercado del arte que impone la dinámica de marcas y signos diferentes como calificativo de originalidad, el artista se define todavía por la curiosidad versátil, que permite renovadas sorpresas e inesperados descubrimientos.
*Texto del catálogo de la exposición Artistas visuales de la República Dominica en México, que se exhibe en el Ateneo Español de la Ciudad de México