De acuerdo con la US National Library of Medicine, existen distintos estudios realizados en las últimas décadas que han proporcionado suficiente evidencia de similitudes y superposiciones entre las respuestas inmunes y emocionales.
A esto, y de manera más específica, se conoce que factores emocionales como la depresión o el estrés, por ejemplo, bajan las defensas, pues al aumentar la producción de adrenalina y cortisol, para preparar al cuerpo a reaccionar, disminuyen los leucocitos o glóbulos blancos, células que defienden de posibles infecciones, aumentando el riesgo de contraer enfermedades.
Bajo este contexto, distintos especialistas explicaron por medio de una conferencia virtual que, ante la situación de alta infección del COVID-19 que se vive hoy en día, es fundamental enfocarse en atender las emociones como lo son la angustia y la tristeza, pues si estas se prolongan por mucho tiempo, el sistema de defensa del cuerpo puede verse más afectado.
“Existe una condición de infección asociada a elementos ambientales. El entorno del clima, espacios, contaminación, pérdida de espacios verdes, todo eso incide en nuestra salud”, dijo el doctor Gerardo López, alergólogo e infectólogo pediatra.
Por otra parte, factores como la limitación de la movilidad, el encierro o aislamiento, el estrés, los cambios en los hábitos cotidianos, la falta de sueño y el distanciamiento entre seres queridos, así como la pérdida de los mismos, alteran el estado emocional y la forma en la que trabaja el sistema inmune.
“Muchas enfermedades tienen de fondo la parte emocional. La sociedad en este momento está enferma, triste, deprimida y la enfermedad viral es ponerle otro punto a todo esto”, afirmó Gustavo Aguilar, inmunólogo y profesor titular de Inmunología de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).